El golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973 contra el gobierno de Salvador Allende marca un profundo viraje en la historia reciente. Los estados-nación fueron totalmente remodelados por las clases dominantes, se instaló el neoliberalismo, poniendo fin al proceso industrial de sustitución de importaciones y los movimientos de abajo no pudieron seguir operando del mismo modo. Cambios que resulta necesario evaluar.
Con el régimen militar de Augusto Pinochet, las fuerzas armadas aplastaron la organización obrera, imponiendo el terrorismo de Estado contra cualquier disidente y, muy en particular, contra los trabajadores. Consiguieron refundar el capitalismo chileno, eliminando la vieja industria y profundizando la acumulación por despojo. Las relaciones laborales fueron completamente remodeladas en favor de las patronales, ya que no hubo oposición obrera organizada.
Sobre la violencia contra los sectores populares prosperó el neoliberalismo que, de la mano de tecnócratas y economistas conocidos como Chicago Boys, convirtió a Chile en un gran laboratorio donde se practicaron privatizaciones a mansalva (menos de la empresa de cobre, cuyos beneficios fueron a las fuerzas armadas), un nuevo sistema de pensiones privado e iniciativas que condenaron a la clase trabajadora a la desocupación y el hambre.
Los salarios cayeron de forma estrepitosa en todo el mundo.
Dos investigadores del Programa sobre Raza, Etnicidad y Economía del Instituto de Política Económica de Estados Unidos, estudiaron 85 años de historia del salario mínimo. Su conclusión es lapidaria: “Sin ningún mecanismo establecido para ajustarlo automáticamente al aumento de los precios, el valor real del salario mínimo federal ha disminuido gradualmente, alcanzando en 2023 su nivel más bajo en 66 años” (https://goo.su/7ke8mG).
Este año el salario mínimo vale 42 por ciento menos que en 1968, que fue su punto más alto, y 30 por ciento menos que cuando se aumentó por última vez hace 14 años, en 2009. “Esta importante pérdida de poder adquisitivo, significa que el salario mínimo federal actual no se acerca en absoluto a un salario digno”, concluyen los investigadores.
La tercera cuestión son las transformaciones en la acción colectiva. El centro del movimiento social chileno se trasladó de las fábricas a las poblaciones, que desde 1983 protagonizaron la resistencia a la dictadura en memorables jornadas de protesta. Allí se expandieron prácticas colectivas para la sobrevivencia, ollas comunes, que luego serían teorizadas como “economía solidaria”. El movimiento de pobladores transitó de la resistencia a la insurrección.
La primera protesta fue el 11 de mayo de 1983, convocada por los trabajadores del cobre y protagonizada por barrios como La Victoria, donde se levantaron barricadas, hubo enfrentamientos con Carabineros y militares, y un saldo de varios muertos. En represalia allanaron 5 mil casas y detuvieron a todos los mayores de 14 años.
Los relatos de la época enfatizan sobre la importancia de las poblaciones: “Las protestas se repiten casi cada mes durante los próximos dos años. La represión es cada vez más intensa. Durante la cuarta protesta del 11 y 12 de agosto de 1983, 18 mil hombres armados coparon las calles de la ciudad, actuando con un plan más claro que establece una lógica de guerra” (https://goo.su/A8pnI). La represión dejó 29 muertos, 200 heridos y mil detenidos en sólo dos días.
Las protestas se extendieron de modo casi ininterrumpido hasta julio de 1986, combinando manifestaciones, concentraciones, fogatas y homenajes a los caídos. “Poco a poco, las organizaciones juveniles y vecinales de las poblaciones fueron tomando el liderazgo del movimiento”, destaca la memoria citada. Pero, a la vez, el movimiento fue adquiriendo un claro tinte insurreccional, los jóvenes portaban armas a la luz del día en varias poblaciones, protegidos por el vecindario.
Las movilizaciones de las poblas cambiaron el sentido común de la protesta, al punto de que el investigador Patricio Quiroga destaca: “Sin convocatoria igual se manifestaba”(https://goo.su/foz0). La represión puso límites a la resistencia, pero la dictadura se debilitó. Ambos hechos fueron usados por los partidos de centro-izquierda que convirtieron “las Jornadas Nacionales de Protesta en masa-de-maniobra electoral”.
Surgió un patrón de acción que se repite hasta hoy, como sucedió con la revuelta de 2019, del que participa la región.
Los de abajo desbordan la convocatoria de las instituciones sindicales y sociales. Pasan de la resistencia a formas más ofensivas, llegando a la confrontación casi insurreccional con formas de autodefensa (organizaciones armadas en los 80 y primeras líneas en 2019). Luego llegan los partidos y los caudillos que surfean sobre la sangre y el dolor populares para imponer salidas que dejan todo como estaba.
Recuperemos la memoria, para no seguir tropezando con los mismos oportunismos.