Cinismo, ausencia de toda ética en defensa de los grandes intereses de la industria de la nucleoelectricidad es lo que representa la decisión unilateral del gobierno japonés al permitir a la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (TEPCO), sin mayor respeto a los protocolos científicos y a la normativa que rige el manejo de los océanos, el lanzamiento de 1.3 millones de toneladas de aguas residuales radiactivas provenientes del desastre de Fukushima, equivalentes a 500 piscinas olímpicas durante al menos 30 años. La decisión es una violación de las obligaciones legales de Japón en virtud de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar (Greenpeace, 11/3/11).
Esa organización documentó, a 10 años del evento trágico, que 85 por ciento de la llamada Área Especial de Descontaminación sigue afectada por radiación en contraste con el gobierno japonés que no ha realizado análisis de laboratorio, “y utiliza aproximaciones que fueron indicadas como imprecisas en 2015” (4/3/21).
Llama la atención que, a pesar de estas deficiencias, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) señale que las descargas de agua contaminada “graduales y controladas” tendrán un impacto radiológico “insignificante” (TeleSur, 5/7/23).
Ya había todo un montaje de “normalización” del evento catastrófico de cara a la Olimpiada de 2020, cuya sede le fue concedida a Japón “con la referencia continua a Fukushima como algo del pasado”, incluso organizando tours por zonas cercanas a los reactores destruidos, como si la contaminación radiactiva fuera algo relativo e inocuo, por medio de la siniestra industria desarrollada desde la catástrofe de Chernobyl “ampliada en los recorridos turísticos por zonas devastadas en Nueva Orleans destruidas por el Katrina” (Miguel Muñiz, “Fukushima 2019”, Rebelión.org, 12/3/19).
La nucleoelectricidad sigue siendo una forma riesgosa y peligrosa de calentar agua para mover una turbina y generar electricidad, como han dicho varios críticos.
Según el informe World Nuclear Industry Status Report 2022, hay un total de 411 reactores operativos en todo el mundo (EU cuenta con 92, Francia 56, China 55, Rusia 37; Japón 10) y en proceso de construcción otras 53 plantas. Algunos siguen viendo lo nuclear como “energía limpia” (sic) (descarbonizada) ante el cambio climático.
En el contexto del conflicto de la OTAN contra Rusia añado los problemas geopolíticos que implica obtener la materia prima necesaria para alimentar estos reactores; por ejemplo, uranio del continente africano en pie de lucha anticolonial.
Con Fukushima se confirma que estamos lejos de una solución real a los residuos nucleares que mantienen sus efectos nocivos por cientos o miles de años.
En México tenemos dos reactores nucleares operativos en Laguna Verde, Veracruz, encargados de producir 5 por ciento de la energía total del país. Según Bernardo Salas, ex trabajador de esa central, hay 24 toneladas de desechos radiactivos que son una presencia amenazante (La-saga.com, 5/5/22).
El sistema de purificación de agua ALPS, que se usó en Fukushima, no pudo remover el tritio (isótopo radiactivo) a lo que se suma la desconfianza sobre la transparencia de TEPCO: descargó en 2011 toneladas de aguas residuales altamente radiactivas sin descontaminar el mar.
El portavoz de la Asociación Nacional de Laboratorios Marinos de EU, el biólogo Robert Richmond (Universidad de Hawái) dijo a la BBC: “Hemos visto una evaluación inadecuada del impacto ecológico y radiológico […] incapaz de detectar lo que está entrando al agua […] y si lo hace, no hay ningún recurso para eliminarlo […] no hay manera de devolver el genio a la botella” (Axomalli Villanueva, Rebelion.org, 2/9/23).
En entrevista con France 24, Christian Laborda, consultor senior de Derechos del Mar, Conservación marina y pesca, Santiago de Chile, añade que “no ha existido ninguna mención de organismo alguno de la ONU que tenga que ver con la conservación marina de la biodiversidad” que haya sido tomado en cuenta: hay una visión parcializada del problema. Tenemos un solo gran océano, pleno de corrientes marinas, problemas precedentes y acumulación de residuos tóxicos.
Luego de esos accidentes la ONU llegó a un acuerdo sobre biodiversidad para la alta mar mediante cooperación y diálogo con las comunidades afectadas, los países vecinos “y no sólo con el organismo de la energía atómica, como hace Japón” (France 24, 25/8/23).
Por cierto, Japón no sólo no dialoga, sino que pide un gasto récord en defensa militar para encarar las tensiones con China por su decisión egoísta (RT, 31/8/23).
Como manifestó ese país a través de su cancillería: “La eliminación del agua contaminada por el desastre nuclear de Fukushima en Japón es una importante cuestión de seguridad nuclear con implicaciones transfronterizas, y de ninguna manera es un asunto privado de la familia japonesa… el océano es propiedad común de toda la humanidad” (CNN Mundo, 24/8/23).