Los resultados electorales de agosto recién concluido perfilan un nuevo mapa político en América Latina. La izquierda consolida su presencia con los triunfos en segunda vuelta de Bernardo Arévalo, en Guatemala, y de primera de Luisa González, en Ecuador, pero la ultraderecha amenaza en Argentina, con Javier Milei, primer lugar en las elecciones primarias. Justo cuando el proceso electoral federal está por empezar también en México.
La principal lección de estos tres procesos en el subcontinente latinoamericano es que en la competencia abierta los resultados son inciertos, poco compatibles con las proyecciones electorales. Es parte sustancial de la democracia; como decía Norberto Bobbio: certidumbre en las reglas, incertidumbre en los resultados.
Me refiero a que en los tres casos hubo resultados sorpresivos: en unos, eran otros candidatos y otras organizaciones los que se perfilaban al triunfo; en otros, los márgenes de victoria excedieron a los vaticinios.
Otro denominador común de los resultados electorales en Guatemala, Ecuador y Argentina, como ha ocurrido recientemente en muchos casos de la región, fue el fraccionamiento de la representación con múltiples candidaturas, que dan la victoria a escuálidas minorías, o bien sin el acompañamiento de un partido sólido en el Congreso, lo que se traduce en gobernabilidad precaria para el elegido.
Visto caso por caso, fue sorpresivo que el ultraderechista Milei rebasara a los precandidatos de las principales fuerzas de izquierda y de derecha, dadas las disruptivas y arcaicas propuestas de cambio hacia la involución que enarbola, como analizamos en este mismo espacio de opinión. No se trata aún de una victoria consumada, pero la amenaza de una regresión cultural, social y económica está a la vista de todos.
Hasta ahora no habíamos tenido en el hemisferio un candidato para el que la educación pública, la ciencia y tecnología, la salud de la gente, los programas de reivindicación de género y la diversidad de preferencias, la soberanía monetaria, el turismo, el medio ambiente y otras asignaturas de política pública, fueran irrelevantes y no responsabilidad inalienable del Estado nacional en pleno siglo XXI.
En Guatemala no extrañó mucho a la opinión pública y a los analistas internacionales el triunfo del progresista Arévalo, ya en segunda y definitiva vuelta, pero sí impactó su holgado margen de victoria, con un discurso firme contra la corrupción y en favor de la justicia social; también la seguridad ciudadana, pero sin el expediente fácil de la mano dura y al margen de la ley, como sugiere la derecha autoritaria. En contraste, la promesa de Sandra Torres, representante del establishment político conservador, de implementar políticas al estilo Bukele no generó mucho entusiasmo, a la luz de las cifras.
Arévalo, caracterizado por la austeridad y transparencia con que se conduce, recibió el apoyo de los jóvenes y los sectores más escolarizados, especialmente en las ciudades, por su propuesta cívica y defensora del estado de derecho, de poner fin a la persecución política de activistas de derechos humanos, ambientalistas, periodistas, fiscales y jueces.
Arévalo, al frente de Movimiento Semilla, obtuvo más votos que cualquier otro aspirante en Guatemala desde que se restableció la democracia en el país en 1985: 61 por ciento, frente a 39 por ciento de Torres. Sin embargo, para garantizar la gobernabilidad necesitará forjar alianzas con otras fuerzas políticas, pues su partido, Movimiento Semilla, sólo tiene 23 de los 160 escaños del Congreso.
En Ecuador triunfó en primera vuelta Luisa González, representante de la corriente de izquierda moderada que encabeza el ex presidente Correa, quien aun desde el exilio sigue teniendo considerable aceptación popular. Abanderada de Movimiento Progresista Revolución Ciudadana, alcanzó 33.30 por ciento de la votación efectiva, frente al empresario Daniel Novoa, de Alianza Democrática Nacional, con 23.66 por ciento de los sufragios, sin mayor antecedente político, salvo la resonancia mediática que le otorga su holgado patrimonio, uno de los mayores de Ecuador. Ninguna agencia de opinión había vaticinado este resultado.
Como los analistas locales observan, se trata de dos candidatos jóvenes que representan una nueva generación de políticos, ajena al establishment electoral tradicional. Este fenómeno inusitado se explica, en parte, por el hecho de que la mayoría del padrón ahora está conformado por votantes entre 16 y 40 años.
También contribuyó al resultado la atmósfera social en la que se dieron estas elecciones, pues como han dado cuenta profusamente los medios nacionales e internacionales, Ecuador vive uno de los peores momentos de violencia de las últimas décadas, con un incremento en apenas cinco años de la tasa de homicidios de 15 por cada 100 mil habitantes a 26, contexto en el que se dio el crimen contra un candidato presidencial.
En suma, el sufragio es cada vez más volátil y América Latina no es la excepción. Siguen prevaleciendo las opciones que se inscriben en el amplio espectro de la socialdemocracia, pero la amenaza de la ultraderecha y sus regresiones en materia de derechos sociales y garantías individuales está muy lejos de haberse disipado.
* Presidente de la Fundación Colosio