Se conmemoran 50 años del artero y traidor golpe de Estado de las fuerzas armadas al presidente constitucional de la República de Chile, el doctor Salvador Allende Gossens. Mucho que recordar y no poco que celebrar: a pesar de todo, en Chile hay un gobierno encabezado por jóvenes progresistas emanados de las grandes movilizaciones populares que llevaron a convocar la elaboración de una nueva constitución que deseche, de una vez por todas, los ignominiosos rastros que el pinochetismo dejó para lastrar la democracia recobrada a duras penas a fines del siglo pasado.
Mucho se avanzó y no poco se detuvo, pero hoy muchos chilenos pueden recordar aquel nefasto pasado brindando, como dicen los chilenos: ¡Viva Chile, mierda! ¡Que viva Allende!
Celebremos la recuperación de la libertad y la posibilidad de reconstruir un régimen de derecho democrático, pero no olvidemos lo sinuoso que es el camino para siquiera imaginar esas anchas avenidas que Allende dejó como legado final a su pueblo y al mundo. Cuanto más complicado, mayor valor adquiere su camino, en elemental acto de memoria histórica.
Por ese ejemplo, por esa entrega y por mucho más, es que, para muchos universitarios, entre los que me encuentro, es muy honroso el que mi facultad, la de Economía de la UNAM, haya recibido en el auditorio Narciso Bassols a la senadora Isabel Allende y a su hija Marcia, bióloga y documentalista, hija y nieta del presidente asesinado por la canalla derechista de su país. También al senador Insulza, por años exiliado en México.
Honroso y emotivo fue conversar con “Lucho”, Luis Maira, denodado político socialista chileno que vivió entre nosotros su obligado exilio después del golpe y luego fungió como embajador de su patria una vez recuperada su democracia.
Aquel golpe militar eliminó vidas, truncó con gran violencia y saña proyectos, dentro y fuera de ese país heroico, de esa tierra de fuego que ha visto nacer a mujeres y hombres de palabra clara: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda…
Para Nixon y su banda, no olvidarlo, se trató de una auténtica “victoria” que buscaron y planearon con esmero. Siempre bien inspirados por el inefable “doctor K”, ya instalado en el Departamento de Estado y siempre a la espera de la voz del amo. Para muchos, la tragedia chilena fue una lección imborrable en los esfuerzos por empujar transiciones pacíficas hacia regímenes y sistemas abiertos y justicieros.
La meta sigue ahí: hacer de nuestras sociedades, parafraseando al presidente heroico, gigantescos laboratorios de transformación productiva con equidad, ciudadanía y democracia. Sí, ¡Que viva Chile!