Lo que hoy vemos respecto de los libros de texto anticipa que este sexenio concluirá, en los hechos, con tres “sistemas” o propuestas educativas, pero de signos muy distintos. Por un lado el “sistema SEP” formal, centralizado y autoritario protegido por el búnker de la burocracia del sistema y la sindical del SNTE.
Por otro lado y ahora en abierto desafío, el “protosistema” que forman las gubernaturas (no necesariamente las bases magisteriales) hasta de siete estados (Chihuahua, Coahuila, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, Yucatán y Edomex), cuyos estudiantes representan 6.8 millones del total de 23.9 millones en educación básica en el país (Inegi, 2023). En esas entidades, a la SEP nacional se le niega la posibilidad de usar algo tan fundamental como sus propios nuevos libros de texto, y por eso se puede decir que, de hecho, constituye una educación distinta. Un tercer agrupamiento o “sistema” lo forma el proyecto alternativo y crítico de la resistencia magisterial y comunitaria que florece de diversas maneras en Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Chiapas y en no pocas escuelas dispersas en otros estados, incluso en la Ciudad de México (con un total estimado de 3 millones de estudiantes). Ahí, las y los profesores mantienen una postura crítica del currículo y libros de la SEP, pero a partir de una visión centrada en las comunidades y en procesos democráticos, y por eso están en contra y muy lejos de las posturas formativas autoritarias y conservadoras de gobernadores de derecha.
En el surgimiento de este panorama, la Secretaría de Educación jugó un papel clave. En primer lugar (2018-2021), fortaleció enormemente a la derecha que hoy impugna los libros, al trabar alianzas con TV Azteca para la conducción de la propia SEP y poco después con el PAN para la aprobación de leyes que favorecen al sector educativo empresarial, a las burocracias estatales e institucionales conservadoras privadas y públicas, que están exentas de obligaciones derivadas del derecho de niños, niñas y jóvenes a la educación y la gratuidad. Y en segundo lugar, a partir de 2021 la SEP se volvió sala de espera de una gubernatura, cercana a la jerarquía católica y simplemente dejó correr las tendencias conservadoras y represivas contra maestros y normalistas a nivel estatal y nacional. Se rompieron las pláticas a nivel federal con los maestros, y en Michoacán y Chiapas los gobiernos acosaron a las y los maestros. Ya no hubo solución para Mactumaczá, El Mexe, Ayotzinapa; maestros fueron golpeados en Tabasco y una joven normalista muerta por la policía en Texmelucan, Puebla. Apenas hoy la SEP despierta entre la sorpresa y la urgencia por contener, pero lo hace dentro del mismo esquema que hizo nacer y crecer la crisis de la derecha que hoy enfrenta: apaciguar, contener e incluso –si miramos al pasado– ofrecer y ofrecer territorio. Es decir, agravar lo que es en realidad no tanto una rebelión de la derecha, sino más de fondo una crisis en la conducción de la educación que la derecha ha comenzado a aprovechar en estos años.
Más importante y (productivo) sería pensar en los dispositivos y procesos que hagan que el siguiente gobierno herede algo más que la continuación por otros medios de las manifestaciones del deterioro de la conducción. Plantear una reflexión amplia sobre si el modelo de organización de la educación de hace un siglo es todavía funcional y que sus crisis, cada vez más frecuentes y profundas, no están partiendo precisamente de este desfase profundo con la realidad pluricultural, la diversidad muy profunda ya en lo social y en las formas de conducir comunidades, regiones y al país mismo. Comenzar a pensar en una conducción a cargo de las 10 regiones del país, de los maestros y comunidades (y no de los gobernadores) en cada una de ellas. Con procesos democráticos y planes y programas que partan de una sola matriz de la educación nacional mexicana, emancipadora, pero que en cada región crezcan en respuesta a las características y necesidades locales. Democratizar el aula, la escuela, la institución, la región y la conducción nacional representa la fuerza más poderosa para enfrentar los riesgos del pasado y del presente. El peligro no es que la derecha gane una elección presidencial. Quien acabó con la primavera de la participación de organizaciones populares en la educación y en el país durante el cardenismo no fue un candidato presidencial de derecha, sino el impulsado por el propio Cárdenas y su partido. Además, la llamada “escuela mexicana” de los 40 de Torres Bodet resultó ser una reacción conservadora para desterrar a la educación socialista por “ajena a la idiosincrasia nacional” e imponer la burocratización que todavía hoy vivimos. Pero después de cien años, ¿no sería hora de que todo lo que hoy ocurre sirviera de impulso para transformar la educación? Al desmantelamiento que impulsa la derecha, el fortalecimiento de la democracia.
* UAM-X