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Cultura

2023-09-02 06:00

La pasión según Tan Dun

Avalokitéshvara, la Bodhisattva de la Compasión (o amor incondicional), personaje incluido en la ópera de Tan Dun.
Avalokitéshvara, la Bodhisattva de la Compasión (o amor incondicional), personaje incluido en la ópera de Tan Dun. Pablo Espinosa
Periódico La Jornada
sábado 02 de septiembre de 2023 , p. 12a

El nuevo disco de Tan Dun es un éxito arrollador. No en balde el New York Times lo considera como “el rockstar de la música de concierto contemporánea”. Las funciones de estreno, y ahora el disco, han causado efervescencia, asombro, gozo y alegría, como ha ocurrido con las obras anteriores de este compositor nacido en Hunan, China, y residente en Nueva York, desde donde ha cimbrado los cimientos de la música occidental con dos rompehielos gigantescos: las enseñanzas de su maestro, el gran compositor japonés Toru Takemitsu (1930-1996) y la inconmensurable música china.

El disco Buddha Passion, recién salido del horno, es un conglomerado de aciertos: en primer lugar es una ópera que rescata ese género del cartón piedra al que se le había relegado a lo convencional, cuasi lo ridículo, lo inverosímil y aburrido; también es una cátedra de budismo, es decir, una lección de bondad; igualmente, es una demostración poderosísima de las infinitas posibilidades de la cultura china.

Esta ópera de Tan Dun fue escrita por encargo de Gustavo Dudamel cuando estuvo al frente de la Filarmónica de Los Ángeles.

El título es una ironía amable: Buddha Passion, como alusión, homenaje y en seguimiento del modelo que creó Johann Sebastian Bach, en concreto su Pasión según San Mateo, cuya estructura desanda y vuelve a andar Tan Dun en esta su nueva, portentosa partitura, como hizo de manera muy evidente y clara en una de sus obras anteriores: Water Passion After St. Matthew. La aparente ironía es que el budismo no es una religión y las Pasiones de Bach sí aluden a una religión, la cristiana protestante en el caso del compositor alemán.

En su nueva, colosal partitura, Tan Dun narra la vida de Siddharta Gautama en distintos episodios que culminan con su iluminación, convertido en el Buda Shakyamuni.

En 115 minutos de teatro, música, danza y alegorías, discurre esta majestuosa ópera en un prólogo y seis actos, con cuatro voces solistas, dos cantantes tradicionales chinos, dos coros y una gran orquesta con instrumentos chinos y occidentales y una imponente sección de percusiones. El libreto lo escribió el propio Tan Dun en chino, sánscrito e inglés, y está inspirado en los murales milenarios de las cuevas Mogao, en China, que narran precisamente la vida de Siddharta Gautama.

El tema central de esta ópera es el amor incondicional.

El compositor Tan Dun se incorporó a la fama con la música poderosísima que escribió para el exitoso filme titulado El tigre y el dragón. De hecho, sus bandas sonoras configuran un apartado notable en su ya muy amplia discografía.

Desde el mero prólogo y el acto primero, Tan Dun despliega el esplendor de la música china, apoyado en una técnica que tuvo en México un representante genial: Julián Carrillo. La técnica, toda una tendencia musical, se llama microtonalismo y produce efectos sicológicos muy intensos en músicos y escuchas: sonidos que se desvanecen, se licúan, se evaporan, se deslizan.

Tan Dun rescata una tradición milenaria: la ópera china, tan rica en variedades como en contenidos y posibilidades técnicas. Es una música muy amable, divertida, tanto que podemos ponerlo así: poin poiiiiin poiiiiiin, como los sonidos que se repiten, se deslizan, se evaporan y se combinan con juegos de tambores de distinta ralea y percusiones metálicas de vario linaje.

Entre los muchos aciertos de Tan Dun en su ópera sobre Buda, está otro procedimiento sumamente original: estamos frente a una ópera china contemporánea, en términos de música tradicional, de identidad milenaria china y también estamos frente a una ópera occidental según el canon.

Resulta inevitable, dados los guiños y los juegos de dados; es decir, el uso de la teoría de las probabilidades, la estocástica y el devenir, pensar en Verdi, en Puccini y en todos los grandes autores del periodo del bel canto.

El procedimiento es, más que ingenioso, muy productivo. Consiste en lo siguiente: invertir el método que siguieron muchos compositores occidentales a principios del siglo XX: voltear la mirada hacia China para escribir partituras novedosas.

Es el caso de Gustav Mahler, Debussy, Ravel y en general todos los impresionistas, de muchos autores que, sin reconocerlo, muestran aprendizajes de la música china en sus muy occidentales composiciones.

El ejemplo de Puccini es divertido, en particular y como obviedad, su ópera Madama Butterfly, donde la música japonesa se entrevera con la música china y otras vertientes orientales.

Tan Dun hace lo contrario: voltea a Occidente para escribir una ópera china, que es la que nos ocupa hoy: Buddha Passion.

Y va más lejos: recurre a dos cantantes tradicionales chinos para escribir uno de los pasajes más intensos, estremecedores de su ópera budista: el campesino mongol Kongxian, quien practica esa forma de canto única en el planeta: el canto armónico, en especial la emisión de notas graves muy profundas y estremecedoras. Quienes practican esta técnica ancestral son conocidos como Throat Singers precisamente porque su aparato fonador se concentra en la garganta y todo el hueco de resonancia del pecho.

El canto armónico consiste en la emisión de varias líneas melódicas que suenan al mismo tiempo, como un arcoíris, un géiser, un resplandor metálico en el horizonte o un cometa que pasa silbando con un sonido tendente a lo agudo, pero sin estridencia, y nos coloca en un estado de conciencia y éxtasis.

Este cantante interpreta el papel de un monje budista que rescata de la muerte con su canto a Nina, encarnada por una intérprete campesina de música ancestral china.

Ambos entablan un diálogo amoroso de sublime intensidad. Ella, a punto de morir, regresa a la vida con el canto profundo del monje budista y recuerdan ambos que ya han estado juntos en una vida anterior y formulan un nuevo pacto de encontrarse en la vida siguiente. Todo el pasaje es una escena de amor de las más hermosas en toda la historia de la ópera, incluyendo el que era el pico máximo hasta ahora: el Preludio y Muerte por Amor de Tristán e Isolda, el célebre Liebestod, de Richard Wagner, gran patriarca del cromatismo musical, que Tan Dun enarbola a lo largo de toda su ópera budista: un paisaje sonoro de muchos colores.

Hay pasajes de peculiar intensidad, sobre todo en los finales de los actos tercero y sexto. Y cada uno de estos capítulos provienen de las enseñanzas budistas plasmadas en las cuevas milenarias que inspiraron a Tan Dun: El Árbol Bodhi, a cuya sombra meditó Siddharta Gautama durante 49 días hasta conseguir la iluminación, que ocurre al final de esta ópera, en el capítulo precisamente titulado Nirvana.

La antesala del clímax final es la enseñanza mayor del budismo y que es conocida como El Sutra del Corazón: la forma no es más que vacuidad / la vacuidad no es más que forma / sentimiento, pensamiento y voluntad / hasta incluso la conciencia / son todo lo mismo. / Todo es parte de la vacuidad / no existe la decrepitud, ni la muerte / conoce que el Bodhisattva / sin nada a lo que aferrarse / y morando en la sabiduría Prajna únicamente / se ve liberado de los obstáculos engañosos / y del temor por ellos engendrado / alcanzando el más puro Nirvana / escucha, pues, el mantra radiante / cuyas palabras alivian todo sufrimiento / escúchalo y créelo / que es verdad. / Gate gate paragate parasamgate Bodhisattva.

El acto tercero de esta ópera de Tan Dun se titula así: Mil brazos y mil ojos, y es la descripción de Avalokitéshvara: la Bodhisattva de la Compasión (el amor incondicional), que tiene mil brazos y mil ojos y, como Tara Verde, un pie prácticamente ya en el aire, para acudir de inmediato en ayuda de todo aquel que la necesite, y en sus mil brazos sostiene todo aquello que todo aquel que clama necesita, y mil ojos que brindan la mirada del amor incondicional y así los otros capítulos: El ciervo de los nueve colores (acto segundo), Jardín Zen (acto cuarto), Sutra del Corazón (acto quinto) y Nirvana (acto final), nos conducen por el sendero del aprendizaje, por la suma de experiencias en que consiste la existencia en este plano terrenal y transitorio, todo aquello en que consiste el sentido de la existencia, puesto en música.

OM MANI PADME HUM.

X, antes Twitter: @PabloespinosaB

disquerolajornada@gmail.com

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