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Política

2023-08-31 06:00

El silencio de David Hampson

Periódico La Jornada
jueves 31 de agosto de 2023 , p. 20

David Hampson cumplió hace poco 51 años. Hoy, 31 de agosto, probablemente será sentenciado a cinco años de prisión. Su delito: detener el tráfico en la esquina de Mount Pleasant y De La Beche Street, uno de los cruces de mayor afluencia automovilística en la ciudad de Swansea (País de Gales). En términos legales, la ley prohíbe obstruir la vía pública y causar desorden social. No es la primera vez que lo hace. Según el diario The Limited Times, todo comenzó en 2014. En un día de diciembre, se paró en el mismo cruce a la misma hora, situado justamente al lado de la comisaría de policía, y miró con indiferencia cómo se iba deteniendo la larga fila de coches a los que impedía el paso. No se dejó intimidar por los cláxones, ni los gritos impacientes de los conductores. Al poco rato, dos agentes llegaron al lugar. Uno le pidió que se moviera a la banqueta. Hampson no respondió. El agente lo tomó del brazo y lo apartó amablemente de la avenida, no sin antes recordar sus derechos: “Tiene el derecho a guardar silencio…”

Ya en la estación de policía dio inicio el interrogatorio usual en el que el agente le pidió que explicara las razones de su “extraño” comportamiento. Una vez más, guardó silencio. Ninguna de las advertencias del oficial lo hizo decir una sola palabra. Apareció entonces un abogado defensor, que le fue asignado por la propia comisaría. David permaneció sumergido en su silencio, hasta que el abogado se declaró incapaz de tomar la defensa en sus manos. Quedó detenido una noche en la que se le sirvió una cena. Para sorpresa de todos, Hampson profirió la única palabra que se le ha escuchado desde entonces: “Gracias”. Al día siguiente, el juez consideró que se trataba de una falta menor (la cual quedaría “debidamente registrada”) y lo dejó en libertad.

En 2015, 2016 y 2017, Hampson volvió puntualmente al cruce para obstaculizar el tráfico. Fue detenido por la policía el mismo número de veces y en ningún momento rompió su silencio, con excepción del “gracias” con que respondía a quien le servía la comida. En el tribunal, lo intentaron todo. Fue referido primero a una trabajadora social, después a un sicólogo y, por último, a un siquiatra. Nadie logró hacerlo hablar. En 2018, el juez lo sentenció a una pena de ¡tres años y medio! de cárcel, aduciendo que su silencio era “arrogante e insidioso”. No sin antes explicar que la corte estaba dispuesta a ayudarlo siempre y cuando “aceptara” explícitamente un “apoyo siquiátrico”. En principio, el silent man (tal como lo llama ahora la prensa) nunca dijo que “no”; tampoco dijo que “sí”. Simplemente, no dijo nada. ¿Acaso lo estaban sentenciando por no decir que “sí”? Obviamente, no decir que “sí” en ningún caso equivale a no decir que “no”. Los mayores malentendidos datan de este axioma. En rigor, el tribunal no pretendió precisamente “ayudarlo”; acaso sólo quería obligarlo a hablar. El verdicto final fue: mute for malice (silencio con intención criminal). Iba a prisión ya no tan sólo por obstaculizar el tránsito, sino sobre todo por ejercer un derecho que se le otorgaba cada vez que la policía lo detenía: el derecho a guardar silencio. El juez no dejó de advertir a Hampson que, de seguir así, pasaría la mayor parte de su vida en prisión.

Hace poco, Hampson detuvo el tránsito por novena vez. Nunca ha roto el silencio. La sentencia actual, ya mayúscula, fue por “desacato contencioso”. La prensa y las opiniones en las redes no han dejado de especular en las últimas semanas. ¿Acaso se trata de una “afección mental”? ¿Quiere Hampson dar a entender un mensaje y no se atreve? ¿Es sólo para ganar notoriedad? La policía seguramente ya investigó su pasado, pero guarda completo silencio al respecto.

A estas alturas, en las que David Hampson ya cobró la dimensión de uno de los personajes de Melville, como Bartleby, o de uno de los que configuran las historias de Von Kleist o de Kafka, todas estas reacciones de la opinión pública adquieren relevancia sólo en la medida en que responden a la disrupción que él provocó. No es tanto que Hampson guarde un silencio (hasta ahora) incorruptible: él es el silencio mismo. El cuerpo en que el silencio y sus flujos impredecibles encarnan. Y protegido por sus muros, ha logrado devenir la finalidad de sí mismo. Veamos.

David Matt, el sociólogo, dice que el tráfico es la continuación de la jornada del animal laborans. Una tras otra, esas jaulas rodantes de metal y plástico transportan cuerpos anónimos para salir a tiempo del trabajo y llegar a tiempo a dormir, para después salir a tiempo de casa y llegar a tiempo al trabajo. Una cadena de repetición sin diferencia. Al caotizar al tráfico, al obligar a los conductores a “perder el tiempo”, Hampson ha situado a su propio ser (y con él tambien el de los conductores) al servicio de una finalidad que coarta la razón instrumental de esa cadena sin fin.

¿Qué es la justicia en este caso? El orden que procura la ley con la finalidad de preservar la infalibilidad de la autoridad. Por ello, el silencio de Hampson enloqueció al juez que, de antemano, ya lo condenó a una suerte de cadena perpetua. Él habla sólo para agradecer la comida que se le sirve y así poder continuar exhibiendo al deprimente dictamen que es nuestra civilización. Y si algún inconsciente precursor lo antecede, sólo puede ser la consciencia del punk temprano que surgió, entre otros lugares, en los barrios más pobres de Swansea.

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