La cuestión que más agita los medios de comunicación y la opinión pública en Francia, desde hace buen tiempo, es la contenida en la frase: “libertad de expresión”. La palabra libertad es el primer término que figura en el frontón de la divisa de la República, seguido por los de igualdad y fraternidad. Bello ideal, evidentemente, pero que se queda en tanto ideal, más fácil de proclamarlo que de ponerlo en práctica.
Si la primera de las libertades es la que autoriza a cada ciudadano a decir lo que piensa, esto no significa que lo autorice a decir no importa qué. Cuando un músico de rap cree cantar hiriendo los oídos de sus auditores con palabras cargadas de alusiones antisemitas, su libertad de expresión transgrede el respeto de la ley y puede ser conducido ante los tribunales. Si un entrenador besa sobre la boca a una jugadora de su equipo sin pedirle permiso, tal vez piensa manifestar su libertad de expresión sentimental, pero esto lo forzará a renunciar a su puesto y verse reducido al desempleo.
En el juego político de la conquista del poder y los cargos de mando, la libertad de expresión es la regla de base, pero esta regla es a menudo utilizada para lograr destruir un adversario impidiéndole continuar su ruta. Así, se abusa sin medida ni pudor de la palabra “extrema” para descalificar e incluso diabolizar a un opositor. Es más fuerte ser tratado de extrema izquierda o de extrema derecha que ser clasificado de izquierda o de derecha. El calificativo de “extremo” permite a los adversarios políticos acusarse de ser peligrosos y, por esto, dejar de ser un simple rival y convertirse en un enemigo. El debate se vuelve, así, mucho más violento: en ocasiones, entonces, el intercambio de palabras se vuelve un intercambio de golpes, como puede observarse en algunas manifestaciones cuando giran a la revuelta.
Un ejercicio fácil cuando se quiere observar el fenómeno de la libertad de expresión en Francia es dirigirse a un kiosco de periódicos. Existen muchos en las ciudades de Francia, comenzando por París. Primera causa de asombro: el número de diarios y revistas, diferentes unos y otras, los y las cuales permiten escoger el o la que le plazca. Es posible, asimismo, encontrar un diario del Partido Comunista francés, L’Humanité, y una revista como Rivarol, que se jacta de los beneficios de la ocupación nazi. Así va Francia, país de todas las contradicciones y en permanente estado de guerra civil, con palabras orales o escritas, cuando no con armas como ha ocurrido numerosas veces en su historia. Algunos historiadores piensan incluso que los momentos históricos más interesantes de la vida de este país son los de las grandes disputas que pudieron llevar a la revolución de 1789, la toma de la Bastilla y la ejecución del rey, acontecimientos que lograron la fundación de la primera República.
Cerca del edificio donde vivo, el puesto de periódicos se halla a cargo de Nabil, un lúcido y sonriente hombre de origen libanés. Tiene la suerte de ocupar uno de los más codiciados kioscos de prensa. Con su muy especial diseño, creado por el arquitecto Gabriel Davioud, se inauguró el primer kiosco en 1857, dotado de iluminación eléctrica. El kiosco de Nabil tiene lavabo, excusado, calefacción… Ventajas que lo compensan de la agotadora instalación diaria de revistas y periódicos. Nabil conoce los gustos de sus clientes y extiende, sin que el comprador lo pida, el diario buscado. Por lo visto, la mayoría de sus clientes no cambia mucho de inclinación política y prefiere leer a los redactores que piensan como ellos mismos. Al parecer, los franceses prefieren limitarse a la libertad de expresión que coincide con la suya.
No debe olvidarse que la libertad de expresión comienza aprendiendo a leer y a escribir. De ahí la importancia de los libros de texto gratuitos. Idea generosa que sirve a todos y más a los desfavorecidos, me digo cuando escucho los lamentos de los franceses ante los costos de los libros escolares.