El proceso ha sido lento, pausado pero consistente. En verdad, dio inicio simultáneamente con la protesta del presente gobierno. Y, sin pausa, ha seguido una ruta continua y radicalizado sus propósitos. Muy a pesar de los periodos de relativa calma, no se ha extraviado la vista en el final deseado: impedir que el gobierno, y en particular el Presidente, continúen en el poder. Son varios los alegatos que se han emprendido para tal fin. Pero, en el fondo, pretenden que las transformaciones sean interrumpidas y se vuelva a los tiempos del modelo concentrador, lo que implica, en el fondo, grandes privilegios para algunos, los escogidos de siempre. Rondar, como lo hacen, en los bordes del golpismo es pretensión indebida, ilegal.
Empezó con la suposición de que el Presidente se relegiría. Hasta que ese infundio dio de sí. No cuajó dicha patraña en las preocupaciones de la sociedad. La gente quedó indiferente a las alarmas que, los difusores de la misma, quisieron introducir en la retórica de su incipiente narrativa.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se empleó a fondo para explicar al pueblo, lo que éste ya tenía como propio hecho cierto: el Presidente es un practicante de la democracia y la relección está fuera de sus intenciones. Sería una actitud contraria a su manera de pensar y practicar los valores que conforman su ideario político. Morena, como movimiento, es uno de transformación y ello desemboca en cambio y renovación. Una vez nublado el daño pretendido con ese infundio, se empezó a predicar sobre otros capítulos. Se hilaron series de supuestos que, a manera de escenarios posibles, dieran paso, al darlos por ciertos, a una crítica devastadora. Se revelaban serias crisis en otros países y, por eso, aseguraban que se trasladarían a México. Habría quiebres y desgracias múltiples que podrían ser financieras, políticas o sociales. Y, se finalizaba el silogismo –una verdadera petición de principio–, en culpas varias del gobernante. Todas esas consecuencias apuntaban a un origen, las ocurrencias e ineptitud presidenciales.
Pero la economía se empezó a recuperar. La relación con Donald Tump, primero, y con Joe Biden, después, siguieron cauces normales. El fantasmagórico castigo de miles de millones de dólares por el panel energético se fue difuminando y quedó nulificado. Las feroces críticas perdieron sustancia implosiva y el gobierno eludió la predicada cuan peligrosa inestabilidad. No había motivo para solicitar destitución alguna cuando, además, la gente ya había votado, en el referendo, por la continuidad de AMLO.
Una densa realidad se hizo presente en el espacio público. Ese algo se interpuso en la ruta del fraguado complot conservador. Y esa resistencia que se atraviesa entre los deseos opositores apunta a las mayorías, al pueblo llano. Una fuerza que, sin titubeos ni pena ajena, se debe llamar popular. Es ella la que sostuvo y sostiene la ruta tomada, desde los iniciales días de este corto sexenio, con firme decisión. Es de esas entrañas de donde se obtiene el empuje, la legitimidad que permite plantar cara a los desafíos y críticas, gobernando para los que han sido, tradicionalmente, olvidados, relegados de los beneficios del desarrollo.
Pero eso no detiene a los que confían en retornar a sus añejas prácticas de saqueo y dispendio. No toleran, en sus contrariadas ambiciones, el exilio al que se les ha confinado. Un exilio que los aleja de variadas políticas públicas que han mudado su derrotero. Esas que ahora los han desplazado del derecho a exigir lo que convenía a sus intereses, a sus propios organismos, empresas o, simplemente, a sus caprichos. Todo ello bajo el manto de lo debido, de lo establecido, de lo racional, de lo benéfico para todos. Pero que, en esencia, tal palabrería ocultaba los bien conocidos propósitos de orientar y usar los recursos públicos para su exclusivo usufructo. Las pruebas de esta manera de conducir los asuntos públicos, de responder a las preocupaciones ciudadanas quedaron impregnadas en la mente colectiva ciudadana. Los casos han sido expuestos en numerosas ocasiones y a la vista de cualquiera que haya tenido un poco de curiosidad o interés participativo. El cambio de régimen de gobierno formó su propio y certero argumento.
En los últimos tiempos se ha optado, desde opositores reductos difusivos del conservadurismo, por una línea de ataque de mayor trascendencia y peligro: la destitución presidencial. Así, encontramos un triste y pequeño personaje, incrustado en la Suprema Corte, que alerta de esa posibilidad. Por fortuna su iniciativa no prosperó dentro del propio organismo judicial. Pero se formuló para tentar su factibilidad ( lawfare). En apoyo se introduce, ahora, la fantástica versión que conlleva una perversa intención presidencial. Se pueden, y tal vez quieran, falsear, desde el poder, las venideras elecciones. Pero las revelaciones encuestadas que muestran la sostenida ventaja de Morena y su candidata(o) repudia tamaña patraña.