Todo indica que estamos ya en una nueva fase por la cual las redes, que son sistemas horizontales, descentralizados y no jerárquicos, se multiplican y expanden y van desplazando a los sistemas verticales basados en el dominio o el poder de unos sobre otros, como sucede en las empresas, los gobiernos, el Ejército, las iglesias, los partidos políticos, los bancos. En ello juega un papel central el conexionismo. De acuerdo con Wikipedia, “el conexionismo es un conjunto de enfoques en los ámbitos de la inteligencia artificial, sicología cognitiva, ciencia cognitiva, neurociencia y filosofía de la mente, que presenta los fenómenos de la mente y del comportamiento como procesos que emergen de redes formadas por unidades sencillas interconectadas”. La red más compleja conocida por la ciencia está en el cerebro humano. Con sólo mil 300 gramos de peso, 2 m2 de longitud y un consumo energético de unas 400 calorías; el cerebro almacena más de 100 mil millones de células nerviosas (neuronas) capaces de desarrollar un millón de sinapsis (conexiones entre neuronas) por segundo con un potencial total de densidad conectiva interneuronal de 10 elevado a 14 (la mayor densidad conectiva conocida en el universo). La gran tragedia es que este maravilloso diseño que está en nuestras cabezas y que tardó millones de años en perfeccionarse se encuentre subutilizado o inutilizado. Los humanos tienden a comportarse a partir de valores basados en creencias superficiales, absurdas, irracionales y hasta estúpidas, que surgen de mentes manipuladas por la propaganda mercantil y política.
El enfoque conexionista fue originalmente conocido como “procesamiento distribuido en paralelo”. Este marco incluye un conjunto de componentes como unidades de procesamiento, funciones de activación, patrones de conectividad y reglas de activación, propagación y aprendizaje. Queda en el aire la tentadora posibilidad de extender o aplicar estos marcos surgidos de las ciencias cognitivas a la acción social y política. En las redes de acción humana se están llevando a la práctica, cada vez más, proyectos que involucran a toda una variedad de actores. Se trata de acciones colectivas en las que participan agentes de sectores muy disímbolos. Por ejemplo en la defensa de un territorio rural pueden participar los habitantes locales, científicos, autoridades municipales, artistas, organismos no gubernamentales, conservacionistas, fundaciones, comunicadores. La falta de agua en una ciudad moviliza a los afectados y a ingenieros, periodistas, expertos hidráulicos, ambientalistas etcétera.
Esto en ciencia es lo que se ha denominado transdisciplina, que incluye no sólo a la ciencia, sino a las artes, las humanidades, la filosofía, la teología, así como a los llamados saberes populares, rurales y urbanos de las comunidades humanas, puestos en acción para solucionar problemas concretos y en plena coparticipación con las poblaciones afectadas (https://acortar.link/12x8E2). De alguna manera la transdisciplina es una versión enriquecida de la llamada investigación acción participativa propagada por O. Fals Borda en la década de 1970.
Resulta sorprendente y, por supuesto, muy gratificante, cómo las ideas innovadoras que se cocinan en la academia se conectan y difunden en los movimientos de resistencia y emancipación de los ciudadanos organizados. La velocidad a la que se conectan pensamiento y acción, conocimientos de vanguardia y su puesta en práctica, parece acelerarse. Conceptos e ideas ligados a la agroecología, la economía social y solidaria, los alimentos orgánicos, las cooperativas de ahorro, el feminismo, el buen vivir, etcétera.
En México, en el piso de la sociedad civil las tuberías del poder social se han robustecido y ensanchado por las políticas del gobierno actual. En Michoacán, el Programa Sembrando Vida con 11 mil 600 sembradores en 484 cooperativas, cada una con vivero, sistema de riego y biofábrica, ha hecho sinergia con numerosas comunidades purépechas, entre las que destacan dos por su larga lucha emancipadora: Cherán y Santa Fe de la Laguna. Estas a su vez son parte de la batalla que una coalición de comunidades indígenas por la autogestión de su presupuesto llevan a cabo, con la asesoría de abogados de la UNAM campus Morelia. En paralelo, los productores de Sembrando Vida se conectan con los nuevos mercados orgánicos de ciudades (Pátzcuaro, Uruapan, Morelia), es decir con los consumidores urbanos para crear un red virtuosa.
Estamos ante el advenimiento de nuevas formas de praxis política, ya no basadas en ideologías, sino en un pragmatismo que busca la solución de los problemas. La defensa de la vida y de los derechos humanos está logrando acciones inéditas en las que las diferencias se disuelven en pro de un bienestar común. Y esto no es sino la construcción del poder social.