Washington. Miles de personas se congregaron ayer en el parque de monumentos National Mall por el 60 aniversario de la marcha del reverendo Martin Luther King Jr. y señalaron que en un país que sigue desgarrado por la desigualdad racial aún no se ha hecho realidad el sueño sobre los derechos civiles.
La marcha del 28 de agosto de 1963 congregó en esta capital a más de 250 mil personas para presionar por el fin de la discriminación por motivos de raza, color, religión, sexo u origen nacional, y en la que Luther King Jr. pronunció su histórico discurso “Tengo un sueño, que aborda sobre la igualdad racial en un futuro”.
Muchos atribuyen a esta demostración de fuerza la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964.
“Hemos progresado en los recientes 60 años, desde que el doctor King encabezó la Marcha en Washington”, declaró Alphonso David, presidente y director general del Foro Económico Mundial Negro, y agregó a manera de reflexión: “¿Hemos llegado a la cima de la montaña? Ni de lejos”.
Durante esta jornada, una serie de líderes negros defensores de derechos civiles y una coalición multirracial e interreligiosa de aliados se reunieron en el Monumento de Lincoln, escenario del apasionado llamamiento de King en favor de la igualdad, mientras muchos oradores advirtieron que aún queda mucho trabajo por hacer.
El acto fue convocado por el Instituto Drum Major de King y la Red de Acción Nacional del reverendo Al Sharpton. Entre los exponentes figuraron el hijo de King, Martin Luther King III, su nieta Yolanda Renee King y el líder demócrata de la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries.
El homenaje estuvo plagado de contrastes con la histórica manifestación porque los oradores y las pancartas hablaban de la importancia de los derechos de la comunidad LGBT y de los asiático-estadunidenses. Muchos de los que se dirigieron a la multitud eran mujeres, después de que en 1963 sólo se concediera el micrófono a una: Daisy Bates.
Pamela Mays McDonald, de Filadelfia, asistió de niña a la protesta de 1964. “Yo tenía ocho años en la marcha original y sólo se permitió hablar a una mujer, que era de Arkansas, de donde yo soy, ahora vean cuántas mujeres están en el podio”, comentó. Para otros, los contrastes fueron agridulces. “A menudo miro hacia atrás, hacia el estanque de reflexión y el Monumento dedicado a Washington, y veo un cuarto de millón de personas hace 60 años y sólo un puñado ahora”, lamentó Marsha Dean Phelts, de Amelia Island, Florida. “Entonces había más gente. Pero las cosas que pedíamos y necesitábamos, las seguimos necesitando”.
Margaret Huang, presidenta y directora ejecutiva del grupo de defensa de los derechos civiles sin fines de lucro Southern Poverty Law Center, recordó a la multitud que la marcha de hace 60 años abrió puertas e impulsó nuevas herramientas para luchar contra la discriminación.
Sin embargo, las nuevas leyes promulgadas en todo el país que “cercenan el derecho al voto” y se centran en la comunidad LGBT amenazan con borrar algunos de esos logros, afirmó Huang.
“Estas campañas contra el voto democrático, nuestros cuerpos, los libros de texto, todo está relacionado. Cuando el derecho al voto cae, todas la demás garantías civiles y humanas pueden caer también, pero, estamos aquí hoy para decir ‘no bajo nuestra vigilancia’”.
Los oradores denunciaron la violencia armada contra los negros mientras la multitud coreaba “Sin justicia no hay paz”.
Ashley Sharpton, activista de National Action Network e hija del reverendo Al Sharpton, afirmó que los estadunidenses necesitan “convertir la manifestación en legislación” y no pueden permitir que los sacrificios de los antepasados en la lucha por la igualdad hayan sido en vano.
Kimberle Crenshaw, directora ejecutiva del African American Policy Forum, indicó que el aniversario sucede en un momento preocupante. “La propia historia que se conmemora en la marcha no sólo está siendo cuestionada, sino también distorsionada”, deploró Crenshaw, refiriéndose a la prohibición, en varios estados, de libros y cátedra en las aulas basados en la llamada teoría crítica de la raza, que considera que un legado de racismo da forma a la historia estadunidense.
Calificó esa y otras medidas, como la supresión de la enseñanza de estudios afroestadunidenses en las escuelas públicas de Florida y Arkansas, de un “esfuerzo concertado para silenciar la conversación sobre esa historia que ha derramado sangre”.