Los recientes hechos derivados de la privación de la libertad y luego de la vida de 5 muchachos detenidos en Jalisco hacen palidecer a cualquier estadística oficial que hable de una disminución de los índices de homicidios y desapariciones.
Si el sentido inicial de publicitar estos índices es convencer a la ciudadanía de que la estrategia de seguridad pública está funcionando, la presencia de estos video y sus implicaciones tiene el efecto contrario. Saber la existencia de criminales capaces de enfrentar a muerte a jóvenes por simple diversión horroriza al comprobar la funcionalidad de organizaciones con mecanismos para lograr que sus integrantes consideren a sus víctimas como objetos desechables. Más allá de la impunidad que los criminales dan por cierta, la sociopatía de los delincuentes lleva a establecer como inútiles los conceptos de reinserción social sobre los que descansa el sistema penal mexicano, en el remoto caso de que lleguen a juicio los asesinos.
Este caso que no puede ser considerado como aislado, sino como parte de un problema sistémico que incluye la formación de cuadros delictivos infantiles y juveniles, de feminicidios en aumento, de migrantes desaparecidos y de un espectro criminal que se va ampliando a lugares insospechados.
No importan las cifras oficiales, suponiendo que sean reales: el cambio de referentes estadísticos para lograr que los números parezcan favorables no es una práctica novedosa. Para quienes viven en la intranquilidad de salir a la calle o de esperar la llegada de los hijos, no hay numerología suficiente. Para quienes tienen la desgracia de saber desaparecido a un ser querido, no hay número que importe; menos cuando se llega al punto en el que la mejor opción para encontrarlo es buscarlo personalmente. A veces con el necesario permiso de los propios criminales; a veces engrosando la estadística con la propia vida.