Es pueblo. Es protesta. También es fiesta. Miércoles 23 por la mañana, gente de todo el estado de Chihuahua se reúne en torno al monumento a Pancho Villa, para más simbolismo. Vienen a demandar a la gobernadora María Eugenia Campos que entregue los libros de texto gratuitos para los niños y estudiantes de las escuelas públicas.
Los largos traslados en autobuses, en camionetas de todos los rumbos de Chihuahua no merman los ánimos. Llegan gritando que vienen de la tórrida y aislada Ojinaga. De lo profundo de la barranca de Uruachi, en la sierra. De los llanos todavía sedientos del oeste: Cuauhtémoc, Guerrero, Bachíniva. De la región de Delicias que no sólo defiende el agua, sino también el derecho a la educación. De las colonias populares de Chihuahua, aquellas que se formaron por las primeras tomas de tierras en los años 60 y 70. Por supuesto, el mayor contingente, el madrugador que se sopló cuatro horas de carretera, es el de Juárez, animosos, orgullosos de su identidad fronteriza.
Una marcha plebeya, dirían algunos analistas, ni fifís ni clasemedieros. Señoras requemadas de las colonias populares; muchachas de blusas ombligueras y chavos de gorra de beisbol; madres y padres de familia; maestros jubilados, con tantas canas como ganas de salir a la calle; abuelos de vestir sencillo y paso lento, pero decidido. No menos de 4 mil personas.
Habrase visto: el contingente plebeyo demandando a la élite gobernante que le entregue los libros que le han secuestrado a sus niños. El mundo al revés: contra todo este pueblo, un ministro de la Corte otorga la suspensión provisional a la gobernadora. Los derechos individuales contra los colectivos. El bien común que tanto predican sometido al capricho individual.
La marcha es ordenada pero festiva, bien organizada; hay animadores con altavoces cada tanto y tanto. Se gritan las consignas de siempre, adaptadas a la ocasión: “¡No somos uno ni somos 10, gobernadora, cuéntanos bien!” Pero el entusiasmo desborda la creatividad de los conductores, desde las filas brotan nuevas consignas: “¡Libros sí, caprichos, no!”, “¡Queremos los textos, no los pretextos!”, “¡Sí a la educación, no a la corrupción!” Chavos no se dan abasto para dibujar frases en los miles de cartulinas fosforescentes: “Maru, no pisotees el derecho a la educación”, “Devuelvan los libros que nos secuestraron”, “No queremos libros usados para nuestros niños”, “Desprecian a la educación pública porque sus hijos van a escuelas privadas”.
El contingente llega alegre, pancartas en ristre, al palacio de gobierno. Como en tiempos de César Duarte, sus puertas están cerradas, como las calles adyacentes desde temprana hora. La multitud no se desanima: la gobernadora siempre ha sido de lo más previsible. La fiesta continúa espontánea: desde abajo empiezan a demandar: “¡Maru, fuera, fuera!”, coreada por cientos de gargantas. Otros van más allá: “¡Revocación de mandato a la gobernadora!”
No hay orador oficial. Aquello se convierte en una asamblea popular: toman el micrófono varios maestros, padres de familia, critican el embargo de los textos y fustigan el conservadurismo de la gobernadora y sus aliados. No hay insultos, Hay firmeza y exigencia por el bien de los niños.
Una maestra lee la carta que el Frente por la Defensa de la Educación Pública en Chihuahua le dirige a la gobernadora para exigirle que a la brevedad se entreguen los libros de texto gratuitos. Se toca la puerta de palacio para que pase una comisión a entregar la misiva. La gente presiona, se demanda a la gobernadora que salga. Alguien grita: “¡Cómo va a salir si no está dentro, se mantiene en Miami, en las Bahamas, en Washington!”
Oradores van y vienen. Una cantante enciende los ánimos con una versión del corrido del Siete Leguas adaptada al tema de los textos gratuitos. Se lee el programa de acción y resistencia civil para los días próximos: instalación de mesas en las escuelas para atender y orientar a padres de familia; toma de casetas de cobro en autopista. La gente responde entusiasmada.
En contraste con la marcha plebeya de los libros, las direcciones de las secciones 8 y 42 del SNTE se muestran engarrotadas, timoratas. Se apresuran a deslindarse de la marcha. A uno de los líderes le preguntó la prensa si estaba de acuerdo con los textos. Torpe y escurridizo, balbuceó: “Estamos de acuerdo con la distribución de los libros”. Tan pusilánime como la respuesta al llamado de la gobernadora a donar libros de texto usados.
Para el domingo, los membretes empresariales, de organizaciones ciudadanas cocinadas en microondas y la inefable Unión de Padres de Familia convocan a marcha contra los textos gratuitos. Ellos, quienes seguramente los conocen sólo de oídas, pues son la clientela de los planteles privados.
La cita siguiente es decisiva: el lunes 28 se inician clases en las escuelas. Hay la esperanza de que la nobleza y entrega de las bases magisteriales responda en sintonía con los derechos de la niñez, de las juventudes, no a los arreglos e instrucciones vergonzantes de quien dice representarlas.