Domingo 20 de agosto. Llegó la hora de las calles y las plazas públicas de la derecha empresarial, religiosa y política, en su combate a los nuevos libros de texto gratuitos. Aunque siguen adelante con sus impugnaciones legales y el levantamiento de firmas, para ellos sonó el reloj de la acción de masas.
Rodeando la escuela Benito Juárez, del barrio de San Antonio del Monte, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, niños y padres de familia se aprestan a festinar la quema de los “libros del diablo”. “No queremos puñales”, grita alguien, mientras varios hombres que cargan las cajas de los libros de texto gratuitos (supuestamente nuevos), los tiran al piso del patio. Una persona de suéter azul los rocía de gasolina y les prende lumbre. La multitud lo celebra mientras insulta al gobierno. “No queremos porquerías”, exclama una mujer. Alguien grita: “sólo falta la carne asada”.
En San Antonio viven unos 2 mil 600 habitantes, en su mayoría tsotsiles integrantes de 20 denominaciones evangélicas. Algunos llegaron allí en 2010, provenientes de la comunidad de Nachig, Zinacantán, hostigados por los católicos tradicionalistas. A la escuela Benito Juárez asisten más de 700 alumnos. El barrio se ubica en el norte del municipio. Colinda con La Hormiga. La influencia del cacicazgo de los Collazo.
En la comunidad abundan los hogares con una o dos pantallas de televisión, usualmente encendidas durante horas. Tv Azteca tiene allí una influencia brutal. Son el calor del hogar. Ocupan el lugar que antes tenía el fogón y la hoguera.
Según el censo de 2020, en Chiapas más de 32 por ciento de población es de creencias protestantes o cristiano evangélicas. Muy probablemente, las cifras sean mayores. La Red Unida de Apóstoles de Chiapas, que congrega a varias de estas denominaciones, rechaza los nuevos libros de texto porque considera que su contenido es una forma de adoctrinamiento ideológica, sexual y de género que atentan contra la niñez.
Como explicó a este diario el pastor Esdras Alonso, de Alas de Águila-Ejército de Dios, en el entorno evangélico hay enorme malestar. Apenas el 14 de julio pasado marcharon en San Cristóbal por la defensa de la vida, la familia, la comunidad, por los derechos de los niños y de los padres para educar a sus hijos de manera correcta. La aprobación a puerta cerrada por el Congreso local, el pasado 2 de mayo, de una reforma penal para interrumpir el embarazo producto de violación, causó gran inconformidad. Para él, el que le hayan echado lumbre a los títulos es una manifestación visible de este descontento.
Ese día, a casi mil 400 kilómetros de allí, en Aguascalientes, marcharon 14 mil personas, monjas incluidas, convocadas por el Frente Nacional de la Familia, escondiendo sus motivaciones confesionales. En la descubierta, una manta con el logotipo de la asociación exigía: “Educación sí, Adoctrinamiento no”. Los asistentes corearon las consignas “¡Ciencia sí, ideología no!”, “Perversión no, educación, sí” y “Se ve, se siente, la familia está presente”. El obispo Juan Espinoza Jiménez convocó desde el púlpito a los feligreses a sumarse a la movilización contra los materiales educativos “marxistas”.
La creciente ira de creyentes, clases medias, políticos de derecha e iniciativa privada contra los diabólicos manuales, muestra que en su hechura se ignoró la recomendación del presidente Adolfo López Mateos, cuando, en 1959, se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos: evitar “expresiones que susciten rencores u odios, prejuicios y estériles controversias” que pudieran revivir viejas rencillas.
Poco han ayudado a blindar los volúmenes los desplegados del autonombrado “ejército intelectual de la Cuarta Transformación”, agrupados en el SNTE. En entidades en que los gobernadores bloquearon la distribución de los textos, líderes gremiales seccionales se han plegado a la voluntad de los mandatarios o han fingido demencia.
Ironías de la historia, cuando aparecieron los primeros textos, los profesores de educación básica casi no los defendieron. Quienes los apoyaron, lo hicieron a título personal. No era de gratis. López Mateos y su secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, estaban ocupados en perseguir, despedir, encarcelar, y apoyar al charrismo sindical contra los maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio. El Ejecutivo se aisló así de los principales promotores de la educación pública.
En febrero de 1962, consumada la imposición gremial contra los docentes democráticos de la Ciudad de México, Alberto Larios Gaytán, secretario general del SNTE, le entró al quite a la causa de los materiales educativos. Cualquier parecido con el actual guion es casualidad. El colimense llamó a los educadores “soldados del progreso y no del retroceso”, y ofreció al presidente que eran un “gremio amigo de su régimen”. Emocionado, el patiño del cacique sindical Jesús Robles Martínez, exclamó: “Los maestros sabemos que el libro de texto gratuito es un mensaje cultural puesto en manos de todos los niños por la democracia mexicana, fielmente interpretada por el régimen del señor presidente López Mateos”.
Añadió: “El magisterio sabe, y nadie le engaña, que los ataques a los libros de texto gratuitos, y a los programas escolares, no son más que el pretexto para agitar al país y detener el impulso de la Revolución Mexicana con fines antipatrióticos y claramente reaccionales”.
La quema de libros en Chiapas es injustificable e inadmisible. Pero muestra que los demonios andan sueltos en parte de la sociedad. No estaría de más recordar que, como López Mateos dijo en su cuarto Informe de gobierno, “la paz de la escuela es la paz de México”. Ni Enrique Peña ni Aurelio Nuño lo entendieron en su momento.
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