Mi añorado maestro Álvaro Matute decía que la historia “debe ser vista con una vinculación grande hacia la ética, hacia la formación de valores… yo creo más en la historia magistra vitae, ciceroniana, que en una historia aséptica. Si tiene algún sentido dedicarse a la historia es justamente para enseñar y formar… La historia nos provee de la conciencia de valores. Si eso no funciona, entonces la historia no sirve para nada” (lo recordamos aquí hace cinco años: https://acortar.link/aHLawj).
Viene a cuento porque la guerra por la historia se ha recrudecido, lo que es lógico en tiempo de definiciones electorales y más aún, dada la polarización y el odio sembrados cotidianamente por un sector de la oligarquía y sus voceros mediáticos. Y es que consciente o inconscientemente, detrás de esa guerra ideológica hay una disputa por los valores y, por tanto, por la formación de las personas y del país.
Es erróneo pensar que la historia difundida en los libros de texto y por los historiadores orgánicos de la era priísta (1946-88) o la del neoliberalismo con su oleada de falsificadores, sedicentes desmitificadores (1988-2018), no pretendía educar en valores. Lo que tenemos que desentrañar son los valores en que pretendía educar: al hacer de Iturbide un héroe, pongo por caso, no quieren reivindicar explícitamente la corrupción, el oportunismo político o la violencia contrainsurgente que devastó pueblos y comarcas enteras, no, lo que quieren es hablar de paz, orden y unidad nacional; una unidad que implica eliminar, sobreseer las diferencias; unidad entendida como sometimiento y obediencia de los de abajo. Cuando exaltan al porfiriato no quieren hablar de la guerra permanente (de exterminio) contra los indígenas insumisos, ni del despojo de las tierras, montes y aguas de los pueblos: los valores que pretenden reivindicar son los de la paz y el progreso. Casi sin vergüenza defienden como valores la paz de la mano dura (de ahí que también les gusten Díaz Ordaz y Felipe Calderón, aunque de manera incompresible no exalten también a Luis Echeverría) y el progreso propio del capitalismo, en su versión oligopólica, extractiva e imperialista (el domingo escribió Marcos Roitman sobre los valores en el neoliberalismo: “Una economía de mercado requiere un plan de estudios afincado en potenciar el egoísmo, la competitividad, la meritocracia, la intolerancia, el individualismo, al afán de riquezas, el machismo patriarcal y el odio al diferente…” https://acortar.link/26RHya).
Gracias a que tenemos un presidente que es un erudito estudioso de la historia de México (me consta personalmente), la historia ha estado permanentemente en el debate nacional, y se infiltra por todos lados. Así, si debatimos sobre la elección de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, discutimos sobre los tiempos de Benito Juárez y recordamos con don Daniel Cosío Villegas, quien en los años dorados del PRI escribió: “Nuestra Corte es mediocre y cautiva [del Poder Ejecutivo]. En cambio, la Corte en que el magistrado era electo popularmente y por sólo seis años resultó independiente de los otros dos poderes y de cualquier grupo de presión que pueda pensarse, el militar, el clerical o el de la burguesía adinerada. No sólo fue independiente la Corte de 1867 a 1876. Sino que sentía el orgullo, hasta la soberbia de su independencia”. De un lado, defendimos los principios de la igualdad y del soberanismo popular; del otro, defendieron los valores del privilegio que dan “la superioridad”, el “conocimiento”, la “responsabilidad” (https://acortar.link/jX9P2m).
Más recientemente vimos a los medios oligárquicos, el PRIAN y sus gerentes, intelectuales y opinólogos, lanzarse contra un libro de la SEP, porque se atrevía a mencionar a Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, y contó la muerte accidental del empresario Eugenio Garza Sada en una acción fallida de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Rabiaban porque en el libro, además de mencionarse a los guerrilleros, no se les satanizaba ni criminalizaba.
Es decir, que discutir de historia nos ha hecho crecer en estos años: en septiembre de 2019 tuvo éxito una campaña mediática de linchamiento como la actual, y por temas muy parecidos (me “atreví” a definir a los guerrilleros de la Liga Comunista como “jóvenes valientes” en un texto en que hice un elogio desmedido y poco crítico de Eugenio Garza Sada). ¿Qué diferencias hubo entre aquella tempestad y la actual? Veo dos: ahora sabemos más de historia; y esta vez, los partidarios del gobierno cerramos filas en defensa de los libros de texto, y lo hicimos sin fisuras, entendiendo que defenderlos era cuestión de principios (cosa que no ocurrió en septiembre de 2019). Eso no significa que algunos de nosotros no tengamos una visión crítica sobre dichos libros y el proceso por el que se llegó a ellos, pero esa crítica debe correr en un carril distinto al de las tergiversaciones de una derecha que quiere una historia en blanco y negro que condene y criminalice sin cortapisas a los rebeldes de este mundo.
Porque también pensamos que la historia debe abonar a la reconciliación a través de la comprensión: se pueden reconocer los aportes de Garza Sada sin condenar a los guerrilleros, pues ambos eran parte de este país.