Recuperemos nuestra nación” fue la salomónica frase pronunciada por Donald Trump en una alocución de campaña para ganar la candidatura a la presidencia por el Partido Republicano (NYT, 14/8). El profundo significado de la frase pudiera ser una de las claves que abonen en su carrera por obtener la nominación de su partido.
Trump no es un ideólogo que se distinga por la construcción de un discurso más o menos coherente y complejo; lo que sí sabe, como buen histrión, es el empleo de recursos retóricos que impactan a millones de sus seguidores, y por lo visto también de quienes no lo son. Su discurso de falsedades y verdades a medias está impregnado de una extraña idea de nación, en que subyace una mezcla de racismo, individualismo y desprecio por el respeto por otros seres humanos. La demostración más evidente es el rechazo a todo lo que tenga que ver con un mundo civilizado en el que las relaciones humanas son punto de partida y llegada. Lo que prevalece en él y los que piensan igual es el temor a todo lo que viene de fuera y que amenaza en “contaminar” la pureza de la “raza blanca”. Para esa tribu, perder su identidad de raza en el vendaval de la globalización y las corrientes migratorias es perder a la nación de la que se sienten dueños y señores. Esa es la esencia del discurso de Trump cuando llama a “recuperar la nación”. Es la misma idea que subyace en la defensa que hizo de las hordas protofascistas que marcharon con esvásticas en Virginia y la turba de bandidos que asaltó “el castillo” en enero de 2020.
Con excepciones, quienes le disputan la candidatura republicana no se han atrevido a señalar a Trump como el culpable de los delitos de los que se le acusa con el argumento de que son producto de una vendetta política. Lo que en el fondo se advierte es el temor de exponerse a su furia y la de millones que aún lo apoyan. Quienes siguen creyendo que Trump es la víctima y el no culpable de haber perpetrado el asalto más grave que ha sufrido la democracia estadunidense, siguen siendo la base en que descansan sus intenciones de ganar la candidatura republicana y en un descuido su regreso a la Casa Blanca. Es plausible y sano para el sistema de justicia que con Trump también se sentará en el banquillo de los acusados al puñado de abogados que para defenderlo han mentido y confeccionado un embrollo legal prescindiendo del más elemental sentido de la ética que debe prevalecer en los asuntos de la jurisprudencia.