Guatemala. La contundente victoria del binomio progresista Bernardo Arévalo-Karin Herrera en la elección presidencial del domingo –58 por ciento de votos emitidos para la fórmula de Movimiento Semilla contra 37 por ciento de su contrincante Sandra Torres, de Unidad Nacional por la Esperanza (UNE), más una drástica caída del voto nulo, de 17 a 3 por ciento– ha conjurado las principales amenazas que se cernían sobre el proceso de transición democrática en Guatemala, al menos de aquí a la próxima fecha clave, 14 de enero de 2024, día de la toma de posesión.
Las maniobras de la fiscal general Consuelo Porras, y del fiscal anticorrupción Rafael Curruchiche, para despojar del fuero a Arévalo y a sus principales colaboradores, meterlos eventualmente en prisión, intentar anular las elecciones mediante impungaciones masivas por consigna y evitar la declaratoria oficial del presidente electo el 31 de octubre y la toma de posesión, quedaron neutralizadas ayer por la fuerza de la decisión de la ciudadanía y por la exigencia internacional de que se respete el proceso electoral. Queda en pie el riesgo de que se proceda con la intención de desaparecer el partido de Arévalo, Movimiento Semilla.
Pero por lo pronto, la convicción es que el 14 de enero habrá transición de poderes “y yo estaré en el Parque Central, nuevamente con esperanzas, aunque con cierto temor de volverme a decepcionar”, asegura una periodista fogueada en la ardua lucha por abrir paso al periodismo independiente que surgió después del conflicto armado, Ana Carolina Alpírez.
La comunicadora, a medio caballo entre la prensa tradicional y el avasallador protagonismo de los portales digitales, dirige un medio singular, Ojo con mi Pisto, enfocado en vigilar información de los municipios del interior, fiscalizando sobre todo el uso de los recursos. Su extensa red de reporteros en todos los rincones del país les permite tener bien medido el pulso de cada momento.
Ana Carolina recuerda que de joven estudiante fue al Parque Central el día que tomó posesión el demócratacristiano Vinicio Cerezo, en 1986, primer presidente civil después de las dictaduras militares. “Me decepcioné tanto que nunca volví a una concentración de ésas; hasta ahora”. Los más viejos de su familia todavía recuerdan las ilusiones que les despertó en los años 40 el gobierno del padre del futuro presidente, el reformista Juan José Arévalo.
Por lo pronto, ha sido notable cómo se apagó de la noche a la mañana la beligerancia que mantuvieron hasta el último día el cuartel de la UNE, de Torres, y los jueces y fiscales que responden a la fiscal Porras.
Anoche, en su primera intervención pública como virtual presidente, Arévalo aseguró que su equipo legal está atento y preparado para defenderse de la andanada de impugnaciones y demandas de desafuero (antejuicio, le llaman aquí) que ha enderezado contra ellos el sistema de justicia, que disfraza de medidas legales una campaña que no es otra cosa que persecución política. A estas alturas, ya se ve imposible que procedan todas sus maquinaciones. “A partir de ahora, Porras y el fiscal Rafael Curruchiche tienen que medir muy bien sus siguientes pasos”, estiman algunos observadores.
Bronca soterrada en la UNE
En tanto, en el campo de Torres continúa el silencio y la bronca soterrada. Su partido sigue siendo poderoso porque es la segunda bancada del Congreso y tiene gobernadores y alcaldes en buena parte del país. La UNE se declaró en sesión permanente y anunció que no fijará posición ni siquiera para reconocer la victoria de sus contrincantes, hasta que se “esclarezcan los resultados”.
La UNE reiteró ayer en un comunicado que no reconocerán el triunfo de Arévalo hasta despejar todas sus dudas. Pero se rumora que intramuros el pleito y las recriminaciones están al rojo vivo, sobre todo entre Torres y su compañero de fórmula, el pastor evangelista Romeo Guerra, hijo de otro pastor que fundó la Misión Cristiana Sion, una de las sectas más influyentes en Guatemala.
Aunque anoche Arévalo prometió que respetará los derechos del equipo de Torres y no los marginará, la situación de la ex primera dama, ex socialdemócrata que ya estuvo una vez presa por financiamiento electoral, se complica. Han surgido nuevas evidencias de que en su primera campaña proselitista recibió dinero turbio de un alto funcionario de su marido Álvaro Colom, el empresario farmacéutico Gustavo Alejos, quien ya también pasó por la cárcel por un fraude con medicamentos. Además, sigue pesando en el ánimo de la gente la imagen negativa que se generó por los elementos de la campaña negra que enderezó contra Arévalo, a quien no dejó de llamar “fulano”, “pervertidor de niños” y “uruguayo”.
A pesar de su tercera derrota en una elección presidencial, Torres no ha dilapidado todo su capital político. Sigue siendo una mujer poderosa con una bancada de 28 diputados en el Congreso, contra los 39 que tiene el partido Vamos de Alejandro Giammattei y 23 de Movimiento Semilla.
Falta ver si en el curso de las próximas semanas surgen nuevas demandas contra la UNE por las muchas pruebas de compra de votos y coacción que ejercieron sus operadores durante la campaña.
El contraste en las prácticas de ingresos y gastos en las finanzas de la campaña entre la UNE y el Movimiento Semilla son notables. El medio salvadoreño El Faro reseñó en una crónica un acto de campaña del 15 de agosto, realizado en la sede de la Asociación de Veteranos Militares, un núcleo duro de los remanentes del ejército genocida de tiempos de la guerra. Al final del acto cada uno de los 450 asistentes, viejos ex soldados en retiro, recibieron a cambio de su asistencia 30 dólares cada uno.
Por otra parte, en Semilla se hizo la primera campaña electoral de la que se tenga memoria financiada totalmente por pequeños donantes, sin capitales de las grandes empresas y mucho menos del crimen organizado. La contribución más importante, al menos la que más llegó al corazón de Bernardo Arévalo, fue la de una mujer que le donó cuatro quetzales en uno de los muchos pueblos recorridos durante la campaña.
El tope de campaña para cada contendiente fue de cerca de 35 millones de quetzales. Movimiento Semilla gastó menos de 2 millones.