La Paz, BCS. Sin más luz que el brillo de la luna, una madrugada caminaron y resguardaron los humedales. Hicieron frente a la delincuencia, se empoderaron y actuaron para restaurarlos. Son las Guardianas de El Conchalito, doce mujeres que se hartaron de la degradación de la laguna y le pusieron un alto. Se empeñaron en resistir los embates de pescadores furtivos y al mismo tiempo limpiar los manglares, donde había colchones viejos e incluso animales muertos, hasta transformarlo en un ecosistema de alto valor ecológico en el que se reproducen especies comerciales de gran demanda, que se han convertido su medio de vida.
En la Ensenada de la Paz, hace al menos 14 años emprendieron el rescate de este inmenso estero de 40 hectáreas, 14 de las cuales son manglar, especie protegida por la legislación ambiental. Lo defendieron de la sobreexplotación, restauraron su ciclo de vida e hicieron frente al robo del callo de hacha, uno de los productos del mar más codiciados y cuyo comercio es vital para la economía familiar en esta zona.
A bordo de una rústica lancha en altamar, Guadalupe Beltrán y Verónica Méndez ocupan un breve espacio y sin levantar la mirada, se afanan diariamente en limpiar los montones de ostiones frescos que ellas cultivan. Con la ayuda de guantes de tela y un cuchillo, friccionan las filosas conchas para retirar la broma (escama) del molusco que enjuagan con las aguas cristalinas de este recodo.
Martha García y Araceli Méndez, mejor conocida como “La Patrona”, acompañan la travesía. También laboran en esta actividad que ahora es posible gracias a su incesante trabajo de protección y conservación ecológica. La historia de estas mujeres de la comunidad El Manglito corre paralela a la de las otras ocho Guardianas del estero, situado a unos 4 kilómetros del centro de La Paz.
Estaba destrozado
La Jornada visitó con ellas este ecosistema que es refugio y anidación de distintas especies, para conocer la recuperación biológica, social y económica de la Ensenada, donde este año se espera el arribo de 6 millones de turistas, que dejarán una derrama económica de 7.5 millones de dólares, según estima la alcaldía.
Recuerdan que las labores de restauración comenzaron en 2009 con la limpieza del fondo marino y sus manglares. Para entonces, el callo de hacha se había agotado porque años atrás se pescó a tal nivel que la bahía pasó de la abundancia, con una población de 90 millones de piezas, a la escasez con tan sólo miles. “Cada vez íbamos más lejos a otras comunidades a trabajar para traer el sustento a la familia”, cuenta Martha.
Con la ayuda de la organización Noreste Sustentable, dice, emprendieron un programa de recuperación y firmaron un estricto acuerdo que prohibió la pesca entre 2011 y 2017. Durante esos años la población del molusco bivalvo de aspecto trigonal se recuperó, pero la extracción ilegal por parte de pescadores furtivos se convirtió en un problema en El Conchalito, pues mermó la estabilidad económica de las familias de la comunidad.
Cansadas de eso, iniciaron entonces la vigilancia comunitaria para evitar el saqueo, y buscaron la recuperación de este enorme paraje de arena en 2017, que se encontraba “muy dañado y destrozado”: colchones, llantas, sillones y animales muertos son algunos de los artículos que cambiaron el aspecto de este lugar que desemboca en La Ensenada, designada como sitio Ramsar por su composición de mangles rojo, negro y blanco, así como de marisma.
Integrantes de Las Guardianas en La Paz, Baja California Sur, realizan recorridos de vigilancia en la zona El Conchalito. Foto Marco Peláez.
Claudia Reyes, una de las Guardianas, asegura que el sitio llegó a convertirse “en un basurero, donde venían a hacer delincuencia. Llegamos nosotras a vigilar porque se estaban robando nuestro producto, pero poco a poco fuimos viendo la importancia que tenía y quisimos recuperarlo para verlo otra vez bonito, no solo para nosotras sino para toda la comunidad y quienes lo visitaban”.
Plácidos, continúa, varios hombres llegaban a El Conchalito y extraían el molusco del fango costero. Después se lo llevaban en sus vehículos “para venderlo más barato en las calles y usaban ese dinero para seguir consumiendo sustancias ilícitas”.
Cuando las mujeres les hacían frente, sufrían agresiones verbales y “nos gritaban: ‘mitoteras, váyanse a sus casas a lavar los trastes y atender a sus maridos’. Además, mientras chocaban un par de cuchillos amenazaban con no irse del estero”, recuerda Martha quien les respondió: “¡No te tengo miedo y no bajamos la guardia!”.
Su compañera, Daniela Bareño, comenta que el callo de hacha representa “un ingreso fuerte” que beneficia a la mayor parte de las familias de El Manglito, un barrio popular donde habitan unas 600 personas. El molusco alcanza un valor en el mercado de entre 700 y mil pesos por kilo, pero “no hay millones ni cientos de miles que se manejen” pues la temporada es de tres o cuatro meses y el resto del año deben buscar otra actividad pesquera.
La jornada de trabajo empieza a la seis de la mañana, divididas en dos turnos por día. Las Guardianas se organizan y realizan rondas de vigilancia y la limpieza en el estero El Conchalito, donde ahora es posible observar pequeños cangrejos que emergen de sus madrigueras de arena húmeda y rugosa.
Con apoyo del ayuntamiento, colocaron una hilera de rocas de cantera rosa para delimitar el polígono de protección y prohibir el paso de vehículos hasta la playa. Esto ha permitido que el agua filtre de manera natural la superficie y recupere sus nutrientes.
El auge turístico desatado en el centro de La Paz, donde se ven los letreros de los múltiples restaurantes y en cuyo malecón deslumbra el naranja y rojo del atardecer, contrasta con la extensa superficie de arena dorada y la comunidad de arbustos de manglar que reverdecen.
Por sus atractivos naturales y clima exquisito, la Ensenada se ha convertido en un destino importante de cruceros nacionales e internacionales, y ahora es codiciado para el desarrollo inmobiliario en el estado, que colinda entre el Océano Pacífico y el Golfo de California.
Durante un viaje en lancha, que permitió el avistamiento de una comunidad de delfines que surcaban el cálido mar, Martha señala un complejo de condominios y residencias. Se trata, dice, del megadesarrollo Paraíso del Mar que finalmente se construyó en la ínsula El Mogote, donde se estimaba habían 108 hectáreas de manglares y una amplia superficie de dunas.
Foto Marco Peláez
Según su página de internet, el complejo habitacional presume contar con “fácil acceso al Mar de Cortés” y el área consiste en “una comunidad turística privada” de 1.5 kilómetros de playa aislada “que puedes llamar propia”.
La realidad es que está dañando el lugar, pues sus aguas negras desembocan en el mar y están secando dos hectáreas de manglar, acusa Martha.
Proyecto piloto
Las Guardianas de El Conchalito pertenecen a la Organización de Pescadores Rescatando la Ensenada (OPRE) una sociedad de producción conformada en 2016 por 15 cooperativas en la que participan 109 personas (87 hombres y 22 mujeres). En 2017 obtuvo un título de concesión de 2 mil 48 hectáreas que comprende el manejo de 11 bivalvos dentro del cuerpo de agua de la Ensenada de la Paz, un ecosistema que en los años sesentas albergó abundantes especies como jaiba, almejas y callo de hacha.
El camino que han tenido que recorrer no siempre ha sido fácil. Además de los obstáculos legales, la participación activa de las mujeres no era bien vista en la cooperativa de pescadores y en un principio incluso no contaban con el apoyo de sus esposos, “el mayor problema fue en casa”, dice Martha, una de las pescadoras más dicharacheras.
Actualmente, el grupo de mujeres recibe por segunda ocasión el financiamiento de Fondo Semillas, organización feminista que en los últimos 32 años ha apoyado a más de 600 organizaciones y beneficiado a 1.4 millones de niñas, mujeres y personas trans e intersex.
Bajo un tejado recién instalado en el enorme estuario que les permite cubrirse del sol, Daniela Bareño y siete de sus compañeras destacan que el fondo les impulsa a “seguir trabajando para consolidar su autonomía económica”.
La importancia radica en que, aseguran, es el primer financiamiento que nos permite decidir qué hacer y tomar decisiones sobre cómo manejar los recursos, y “eso es lo que más libertad nos ha dado”.
A las Guardianas les encanta prepararse, se han capacitado en el monitoreo de aves, fauna marina, buceo y reforestación de manglar. Participan en encuentros internacionales de mujeres pescadoras, se involucran con instituciones académicas y gubernamentales, y han realizado una labor de sensibilización y educación ambiental para anclar sus esfuerzos con las nuevas generaciones y preservar el manglar.
Actualmente trabajan en la acuacultura y en un proyecto piloto de siembra y cultivo de ostión y callo de hacha de una manera sustentable. El objetivo principal es abrir un mercado alternativo y recibir un precio justo por su trabajo, creando un enlace más directo entre productoras y consumidores.
Cada dos o tres veces por semana, Araceli, Martha, Guadalupe y Verónica zarpan en una panga a trabajar a partir de las 7 de la mañana y permanecen ahí unas ocho horas en altamar. Visten camisetas de manga larga que recubren su piel morena. Bajo un sol riguroso y la placidez del mar, realizan la extenuante labor de dar mantenimiento y limpiar unos 5 mil ostiones alojados en 36 camas australianas, que son como costales de plástico anclados en hilera sobre una base de metal a poco más de un metro del fondo del mar.
Continuamente encargan a las autoridades sanitarias y biólogos especialistas estudios de calidad del agua para asegurar que no esté contaminado y aportar un valor agregado a su producto de mar.
La comercialización del ostión enfrenta dificultades. Claudia y Martha rechazan que en la zona turística de su comunidad exista el acaparamiento. El problema se debe a que el producto lo traen de otras comunidades pesqueras, más barato pero con una menor calidad.
“Colaboramos con la Cofepris y otras instituciones que siempre están monitoreando el agua. Eso nos avala que el producto que tenemos aquí es limpio. En otros lugares no tienen estos sistemas de trabajo ni invierten como lo hacemos”, resalta Daniela.
En el caso del callo de hacha, en la Ensenada “es más rico, más consistente, el músculo es más fuerte”, a comparación de otros lugares, como Puerto Chale, expresa.
La recuperación y embellecimiento del estero El Conchalito ha permitido a las mujeres diversificar sus proyectos y así fortalecen su comunidad.
Uno de ellos es el ecoturismo y para ello trabajan en un plan de manejo para que las autoridades ambientales les permitan ofrecer paseos en kayak y en bicicleta, avistamientos de aves, senderismo, además del negocio de alimentos.
El sueño de las doce mujeres, que día a día siguen ganando territorio, es consolidarse como un colectivo. Aún se admiran de la transformación de la laguna, el basurero desapareció para dar paso a la vida, y para cuidarla están las Guardianas del Conchalito, quienes ya tienen un sitio destacado por su tenacidad.