El tiempo es el verdadero enemigo del beisbol. Esa sustancia elástica que transcurre lenta en los relojes y también como estado atmosférico que hace imposible jugar a la pelota. En la Ciudad de México, el segundo duelo de la serie de zona entre los Diablos Rojos del México y Pericos de Puebla se quedó en suspenso en la quin-ta entrada cuando la tormenta hizo naufragar el diamante del estadio Harp Helú. Agua, viento y truenos que atemorizarían al capitán más temerario. Hoy se retomará justo en donde se quedó.
Mientras en el norte del país, el huracán Hilary es una amenaza de emergencia. Era evidente que la Liga Mexicana de Beisbol declararía suspendida la serie entre Algodoneros de Unión Laguna y los Toros de Tijuana para reanudarla el lunes.
En el estadio de Diablos hacía un clima tramposo: parecía que se trataba de una tarde inmejorable para estar en el parque de pelota, cuando de pronto se oscu-recía para jugar con las emociones de los aficionados.
En cinco entradas completas, Pericos ganaba el partido 3-1, aunque empezaba a mostrar signos de cansancio. Los escarlatas tuvieron una oportunidad de remontada en el tercer rollo, con casa llena y Juan Carlos Gamboa al bate, pero el jardinero izquierdo de Puebla, Danny Ortiz, se lan-zó en un clavado rasante para atrapar la pelota a unos centímetros del suelo. En el guante llevaba la bola, tres carreras, los nervios y las maldiciones de todo el estadio.
El encuentro tenía al público in-volucrado con el juego y, otro tanto, ocupado con el otro parti-do lúdico que se disputa en las gradas. Parecía que de un momento a otro podía empatarse o hasta remontarse la pizarra.
De pronto se desató la tormenta, la gente corrió para resguardarse. Minutos después hicie-ron de aquel naufragio una fiesta. Bailaron y bromearon, total, pa-ra ellos el mal tiempo también puede trastocarse. Este domingo habrá que terminar el segun-do juego de la serie de la zona sur.