Los habitantes de La Habana, Cuba, se han precipitado este caluroso verano a ruinosas piscinas ubicadas en la costa de su ciudad que fueron construidas por familias adineradas de la primera mitad del siglo pasado y que han sobrevivido tras el triunfo de la revolución en 1959.
Son las 9:30 de la mañana y el termómetro marca 32 grados. “Hacía años que no había un verano tan caliente”, dice Alberto, un científico de 38 años que llegó caminando con su familia para zambullirse antes de que arrecie el Sol. Suelen acudir a las piletas de Miramar, un barrio del oeste que floreció entre 1940 y 1950 con suntuosos palacetes y hoteles.
Estas piscinas de 40 metros cuadrados, que ya no son parte de esas edificaciones, se quedaron a su suerte pegadas a esta costa rocosa, pero mantienen su agua cristalina alimentadas por el ir y venir del mar que entra por los orificios de sus muros.
Sólo conocidas por los lugareños, las piletas están en un baldío oculto detrás de casas y rodeadas de latas de cerveza y basura regadas en la tierra. En días tranquilos, desde sus escalones destruidos se pueden observar en el fondo peces, cangrejos y, con suerte hasta un pequeño pulpo.
“No es una playa como Varadero, pero los niños pueden pasar un buen rato”, dice Alberto. Las playas de arena fina más cercanas a La Habana quedan a 20 minutos en automóvil, un lujo que no todos se pueden dar ante las dificultades de transportarse y la escasez de combustible.
De acuerdo con el Centro del Clima del Instituto de Meteorología de Cuba, agosto es el mes más caliente del año. El pasado martes las temperaturas fueron de 33 a 36 grados en La Habana.
“Nosotros no podemos vivir sin la costa, el cuerpo sólo te pide agua de mar”, dice Boris Baltrons, un trabajador independiente de 44 años que vive a dos cuadras y visita este lugar desde niño.
“Estas pocetas son una tradición, cada generación hemos venido aquí. También veníamos con nuestro padre”, dice acompañado de su hija, su hermana y su sobrino. “Estas casas eran de gente pudiente. En aquella época cada uno hacía su pozuelita natural”, explica mostrando vestigios visibles de la cerámica española que revistió los muros originales.
A unas cuadras de ahí hay un club en el que por unos cuantos pesos se puede disfrutar de otra alberca natural de unos 300 metros cuadrados, tan grande que se confunde con el mar. Otra gran piscina natural de esa época quedó dentro del Copacabana, un conocido hotel cuyo costo para pasar el día alcanza miles de pesos.
Muchas albercas que requerían de agua potable han quedado en el olvido. Es el caso de un lujoso complejo de edificios de 11 pisos actualmente en ruinas y deshabitado en La Puntilla, una zona de Miramar. Su gran piscina dispuesta para contemplar el horizonte luce ahora llena de basura y lodo.
La exuberante vegetación empezó a devorar algunas partes de esta plancha de concreto azul, que ahora está desolada.
Afp