Madrid. Partes del Ártico tienen una capa de nieve más profunda de lo normal que impulsa el deshielo de las reservas de carbono del permafrost congelado durante mucho tiempo.
Este fenómeno está provocando un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y el metano, según advierte una nueva investigación dirigida por científicos del sistema terrestre de la Universidad de California en Irvine.
“Es el primer experimento a largo plazo en el que medimos directamente la movilización de carbono antiguo durante todo el año para mostrar que la nieve más profunda tiene la posibilidad de movilizar carbono con bastante rapidez en las profundidades del suelo”, explicó en un comunicado Claudia Czimczik, profesora de ciencias del sistema terrestre y autora principal del estudio, que aparece en AGU Advances.
“Respalda la idea de que las emisiones de carbono del permafrost contribuirán a los niveles atmosféricos de dióxido de carbono, que ya están aumentando.”
El trabajo de campo para el estudio se llevó a cabo en el Experimento Internacional de la Tundra (ITEX, por sus siglas en inglés) en el lago Toolik en Alaska, prueba iniciada en 1994 por el coautor del estudio Jeff Welker, de la universidad de esa localidad. El objetivo original, señaló éste, era comprender cómo la nieve más profunda afectaría a los ecosistemas de la tundra ártica.
En los años recientes, el equipo llevó a cabo un trabajo de campo en el sitio ITEX y descubrió que un ecosistema ártico común, la tundra de matas, se había convertido en una fuente de dióxido de carbono antiguo durante todo el año. Esto fue el resultado del deshielo del permafrost enterrado bajo la nieve donde ésta ha sido de tres a cuatro veces más honda que la profundidad promedio a largo plazo desde 1994.
Cuando comenzó la investigación, ni el equipo de Welker ni los científicos del clima pensaron que el tratamiento experimental de nieve más profunda conduciría a un deshielo tan rápido del permafrost.
“Estos hallazgos sugieren que la estabilidad del permafrost en el Ártico de Alaska, y posiblemente a nivel mundial, puede responder con bastante rapidez a los cambios en las condiciones de nieve del invierno en el Ártico, donde esa época del año puede durar hasta ocho meses”, añadió. “Las retroalimentaciones del clima invernal como ésta son una característica de la tundra que no se había reconocido ni apreciado anteriormente”.
Los hallazgos del equipo, destacó Czimczik, sugieren que incluso si la humanidad dejara de emitir gases que calientan el planeta como el dióxido de carbono inmediatamente, las de las fuentes del Ártico continuarían.
“Si los modelos climáticos son correctos y las observaciones continúan mostrando un aumento en la nieve, además del fuerte calentamiento, esta última acelerará en gran medida las emisiones del permafrost”, sostuvo Czimczik. “Estaba muy preocupado cuando vi los datos”.
Hasta ahora, los modelos de cambio climático que ayudan a grupos como el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático a pronosticar diferentes escenarios de ese fenómeno no toman en cuenta las emisiones del permafrost en parte porque son difíciles de cuantificar. Pero Czimczik y su equipo construyeron sensores en Universidad de California en Irvine, y las pudieron medir de forma directa en su sitio de campo en el Ártico.
“No estábamos seguros de poder verlas. Sin embargo, incluso es posible observar las antiguas emisiones de carbono durante el verano”, cuando las de las plantas deberían ser dominantes, precisó.
El estudiante Shawn Pedron y el investigador posdoctoral de la Universidad de Alaska Gus Jespersen instalaron los sensores en 2019.