Por su tradición de lucha, sus logros en educación y cultura, sus enormes contribuciones humanistas, científicas y culturales, sorprende y duele que en Argentina prosperen las antípodas del espíritu nacional y popular que más los ha inspirado y movilizado. Le llamaron algunos “la Atenas de América” y no es falso que en las décadas recientes sus avances económico-políticos la hicieron referente obligado para no pocos frentes de lucha. ¿Qué pasó? ¿Qué pasa? El presente argentino está enjaulado por el Fondo Monetario Internacional, que entregó un “crédito” obsceno a un no menos obsceno ex presidente de la derecha. Está Argentina atrapada en los estragos de la pandemia, los efectos de la guerra y una de las peores sequías de la historia. Y especialmente está atrapada en una muy débil y errática capacidad de comunicación. Paradoja de paradojas en un pueblo cuya cultura de comunicación ha sido baluarte. Y está atrapada por el capitalismo que le recorre las venas abiertas de una economía que no logra ser soberana.
Por eso son más odiosas las formas y las ideas que se imponen con el protagonismo de la derecha y sus candidatos. A todos nos reclama una autocrítica profunda porque esto ocurre en todas partes, en nuestras propias narices y pudiera conducirnos a un infierno de saqueo y explotación recargados por el estilo furibundo de la avaricia más depredadora. Expliquémonos por qué en esa actividad, de la economía y la política, que debiera ser de razonamiento colectivo profundo, para resolver problemas de todos, algunos “políticos” se hicieron exitosos gritándonos con histrionismo ridículo, falacias, impostaciones, exageraciones y ofensas. La “exaltación” que juega un papel recurrente, como ingrediente, no surte efecto en todo, ni siempre, y sabemos que una pieza oratoria jamás debe ser espectáculo monocorde, con berrinches pequeñoburgueses, convencidos de que así llaman la atención y conmueven a los interlocutores. Pataletas infantiles ahora convertidas en éxitos electorales. Cómo se impuso una insoportable moda discursiva, que se repite tercamente en la demagogia electorera, para someternos a episodios de palabrerío exaltado, inyectado con iracundia falsa y gesticulaciones ripiosas. Trump, Bolsonario, Milei y muchos más. ¿Quién les dijo que así entendemos mejor?
Ha dedicado la derecha, sin freno alguno, recursos a granel para formar ejércitos de “predicadores” del odio de clase cuyo eje semántico primordial es oponerse a todo lo que implique voluntad social organizada. Van con furia contra el Estado, vociferan rabias teóricas contra los impuestos, despotrican con rayos y centellas y disparan rencores y repudios contra todo sentido de comunidad que no sea el de ellos y que no sea para beneficiar a sus negocios. La agenda oculta de los iracundos y los odiadores no es otra cosa que la aceleración del saqueo de materias primas y la esclavitud laboral eternizada. A precio de represión inclemente y desapareciendo todos los derechos sociales ganados.
Contra todo pronóstico, en algunos países el “modito energúmeno” de sus políticos pasa por ser creíble y distintivo de clase. Se inspiran en las rabietas patronales, en el efecto del “regaño del jefe” que pone más énfasis en la ira del dueño que en el problema al que alude. Se trata del histrionismo burgués que sirve para humillar a quien escucha mientras parece que realmente le preocupan los problemas y las calamidades sociales. Fingen enojos de ocasión para mentirse y mentirnos. Se conturban y se contorsionan al ritmo del palabrerío inflamado con adjetivos y denostaciones. Miran fijo, fruncen el ceño, se frotan las manos y se alisan el pelo… sabiendo que los siguen las miradas, las cámaras y los micrófonos que son su “público” y su alter ego en el acto de onanismo dedicado a sí mismos en clave de furia moralista.
¿Qué “caldo de cultivo” ideológico es necesario para el “éxito” del estilo energúmeno? Sin un grado avanzado de individualismo es imposible la demagogia histriónica. Es necesaria mucha antipolítica floreciendo a sus anchas en la historia de cada pueblo y es condición necesaria el despliegue triunfante de los ejércitos mediáticos especialistas en desmoralizar a todo aquello que suponga participación colectiva para la resolución de los problemas sociales. La forma derrotando al fondo.
No se puede ser simplista, no se debe. Los éxitos del individualismo son confluencia multifactorial desarrollada durante mucho tiempo, en escalas múltiples y presentaciones diversas. Es un trabajo meticuloso, y en red, al que le toma tiempo y gastos envolver a sus víctimas con una “telaraña” donde la epopeya es obra de la pura voluntad personal, de la pura estética del odio a lo colectivo y la moral de la clase dominante experta en atacar todo indicio de organización en las bases. Su éxito es la confluencia del trabajo sistemático de la dominación ideológica en las casas, las escuelas, las oficinas, las iglesias, los estadios deportivos… donde la resolución de los enigmas vitales tiene por eje y dogma al individuo solo frente a su destino.
En las victorias del individualismo está el escenario de una lucha sorda muy desigual que lleva ventajas por décadas y presupuestos financieros a mansalva. No es posible un individualismo exitoso sin toda la obra ideológica monumental mass media del cine, la literatura, las artes y las religiones... que dan contexto y clima a las vociferaciones iracundas de sus mesías. Han sido décadas asaltadas por un plan de destrucción sistemática contra el sentido de la vida en comunidad. Contra la organización de las comunidades. En nuestras narices han operado con total impudicia e impunidad los artífices trasnacionales y sus cómplices de cabotaje, para hacer posible el surgimiento de sus catalizadores energúmenos operando como fuentes de odio y “descontento”, capaces de seducir hartazgos, desconsuelos, decepciones o revanchismos y convertirlos en votos suicidas. La víctima que vota por su verdugo.
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús