Sin liga femenil de beisbol en México, a las mujeres sólo les quedan los llanos. Jugar en campos de organizaciones independientes, con hombres de compañeros de equipo; sólo así pueden desarrollarse las peloteras y de ahí surgieron para integrar la selección mexicana que avanzó el fin de semana en Canadá a las finales de la Copa Mundial el próximo año.
Marcela Díaz, la receptora del equipo, siguió todo el trayecto biográfico de las mujeres beisbolistas. De niña integró un equipo infantil mixto en una liga menor de la Ciudad de México. Fue una destacada jugadora, pero cuando cumplió 12 años fue excluida de este deporte. Los padres de algunos compañeros se quejaron de que hubiera una niña entre los chicos y sucedió lo mis-mo que a otras, le aconsejaron que se marchara al softbol, disciplina que los prejuicios consideran más apta para mujeres.
“No nos queda más que jugar en los llanos, de ahí venimos todas y tuvimos que competir con las potencias que en sus países tienen ligas bien establecidas”, comenta.
Hace unos meses, cuando la selección varonil quedó tercera en el Clásico Mundial, Marcela se ilu-sionó con lo que hicieron los mexicanos. Pero se dio cuenta que pronto ella y sus compañeras estarían en una posición semejante: representar a su país y mostrar que aquí se juega buena pelota.
“Nosotras pudimos demostrar que en México se juega buen beisbol, que no sólo los hombres”, advierte Marcela; “pero además creo que podemos empezar a inspirar a otras mujeres y, sobre todo, a niñas que verán que se pueden dedicar al beisbol, ya no tienen por qué irse a otro deporte como el softbol. Es muy feo que de pronto te digan que no puedes seguir con lo que más te gusta”.
De épica en épica
La selección femenil va de épica en épica. Primero al conseguir por primera vez en la historia del beisbol mexicano un lugar en la Copa del Mundo. Después, medirse con equipos dominantes y lograr un boleto a las finales que se disputarán el próximo año en Ontario, Canadá. Una tarea que cumplen sin perder la cordura.
“Al beisbol mexicano le ha ido bien recientemente. Primero fue en el Clásico Mundial, hace un mes quedaron campeones en los Juegos Centroamericanos. Era nuestro turno, pero si partíamos con la idea de que estábamos obligadas a tener los mismos resultados, todo podía derrumbarse. Así que lo hicimos más con el deseo que con la obligación de dejar un referente en la historia”, comenta.
Si hay una experiencia que se reproduce en el deporte femenil, sea cual sea, es pasar casi desapercibido, o al menos con un per-fil más modesto que el de sus pares masculinos. Antes del viaje a Canadá, durante el campamento en las instalaciones de Conade coincidieron con los chicos peloteros del representativo Sub-12. Ellos vestían patrocinados, mientras ellas con uniformes de un productor local sin marca. Así, la selección de mujeres beisbolistas se preparó y partió con poca atención.
La empatía con ellas surgió en redes sociales, sobre todo de mujeres y niñas, quienes les escribían a diario y eso, lo dice con énfasis, sí tuvo un efecto mayúsculo en el compromiso con el que acudieron al torneo.
Con mucho flow
“Nos llamó Randy Arozarena para desearnos suerte y nos dijo que teníamos que poner nuestro flow (algo como una esencia), nos dio ánimos”, relata; “pero los mensajes que recibíamos todo el tiem-po de otras mujeres y niñas, nos hicieron entender lo que llevábamos entre las manos”.
El primer partido fue un bautismo de fuego. Enfrentaron a Canadá, la selección local, y los nervios y el mal clima afectaron a las mexicanas que perdieron 9-1. Había que reponerse o todo se vendría abajo para el siguiente partido y enfrentaron a Australia, otro equipo potencia. Ahí la historia fue distinta y lograron vencer por 16-8. Entonces cobraron una fuerza incontenible y aplastaron de for-ma consecutiva a Hong Kong por 16-6 y a Corea del Sur por blanqueada 10-0, con lo que aseguraron el boleto a las finales en 2024.
“Con Estados Unidos fue un partido que nos permitió ver que la brecha que nos separa no es tan grande. Sólo perdimos por 2-0, pero estuvimos muy cerradas en el juego. Nosotras somos jugadoras sin una liga, entrenamos en llanos y nos las tenemos que arreglar así. Ellas tienen toda una infraestructura de liga para crecer. Creo que por eso tenemos fuerza las mexicanas, porque competimos con hombres y eso nos acostumbra a jugar otro tipo de pelota”.
Marcela llevaba entre su equipaje una máscara de lucha libre. No lo había comentado a sus compañeras, pero cuando las cosas empezaron a salir bien, no hubo mejor forma para celebrar. Se enfundaba la tapa multicolor como símbolo de la astucia que las ha llevado hasta ese lugar.