Quién quema libros, o llama a destruirlos en la víspera de culminar el primer cuarto del siglo XXI cuando aparentemente quedó atrás el oscurantismo con que las ideas pretendieron ser silenciadas por fanatismos religiosos y de distintas índoles. Quién en nombre de la sociedad y desde el cargo público llama a dejar de repartir libros de texto que plantean ejercicios para que los niños identifiquen si son oprimidos u oprimen, si no es el mismo que ejerce esa opresión y tiene miedo de ser, a través del conocimiento, identificado.
En el año 221 aC, el emperador chino Qin, convencido por sus asesores, quemó miles de libros para que el pasado quedara enterrado y con ello pudiera inventar su propia versión de la historia. Textos centenarios fueron destruidos y con ellos mil eruditos enterrados, no fuera a ser que se les ocurriera rescribir la ideología que contenían aquellos escritos, o esparcirla a través de la palabra.
Hace más de mil años la universidad de Nalanda –en India– tenía una de las bibliotecas más grandes y ricas del mundo. A ella acudían sabios y estudiantes de distintas regiones y culturas para a lo largo de sus nueve pisos aprender las ideas que cientos de miles de libros a su disposición ofrecían. Y así fue, hasta que Bakhtiyar Khilji y su ejército musulmán saquearon la universidad y en el intento por acabar con el budismo incendiaron la biblioteca que, por la cantidad de libros que contenía, ardió durante tres meses en una hoguera de ideologías.
Gracias a los libros sabemos que la Inquisición española de Tomás de Torquemada, además de perseguir “brujas”, malinterpretó las enseñanzas de Jesús dando a ellas un sentido opuesto al que los testamentos de sus discípulos contienen. La ideología del hombre que predicó el amor al prójimo, defendió a los desprotegidos y puso primero a los pobres fue tergiversada y a través de la mala explicación de sus palabras se cometieron atrocidades; igual que hoy en nombre de la ley y con la Constitución en la mano se cometen injusticias. Cualquier libro que no contuviera la ideología proveniente de Roma y el Vaticano, y fuera descubierto por la Inquisición, terminó en la hoguera y junto con él su propietario.
Aquella Inquisición cruzó el océano Atlántico para llegar a tierras mexicanas y continuar con el incendio de libros y conocimiento. Destruyeron códices prehispánicos y bibliotecas enteras con escritos que contenían la historia de los pueblos mesoamericanos y el riguroso estudio que, durante siglos, hicieron del cielo, sus estrellas y planetas. “Ideología” esa que con elementos científicos contravenía las imposiciones a lo absurdo de los dogmas europeos.
El 6 de abril de 1933 la Oficina de Prensa y Propaganda de la Asociación de Estudiantes Nazis anunció, a iniciativa de Joseph Goebbels –ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich–, una “¡acción contra el espíritu no alemán y la corrupción moral!”, que culminó un mes después, el 10 de mayo de 1933, con la quemazón de más de 25 mil libros considerados “no arios” a manos de 50 mil civiles –muchos de ellos estudiantes– que al son de bandas de música nacionalista alemana atendieron el mensaje que ese mismo día Goebbels les dio: “defender la decencia, la moralidad de la familia y el Estado” y con el que mandó a la hoguera obras de Sigmund Freud, Ernest Hemingway, Albert Einstein, Bertolt Brecht o Stefan Zweig, entre muchos autores más, en un intento por dejar como cenizas la ideología que estorbaba a los ideales nazis.
Hoy desde la derecha mexicana se llama a destruir los libros de texto porque acusan que ideologizan y que contienen errores. Sí a ambos señalamientos. Los libros contienen errores que deben ser corregidos, asunto lamentable que no se justifica y requiere solución, una que no es destruir el material, hay opciones –varias–, como publicar cuadernillos con erratas, entre otras que cotidianamente se utilizan, por responder a errores comunes, en el mundo editorial y académico.
También es cierto que los libros de texto ideologizan. Contienen la ideología del derecho universal a la educación laica y gratuita, a que las familias sean reconocidas como tales y se anteponga con ello el interés supremo de la niñez a través del reconocimiento de aquellas que son, por ejemplo, lesbo u homoparentales. Incluye la ideología de género y también instruye educación sexual en un país con altos índices de embarazos en adolescentes. Es por esta ideologización que se encienden hogueras. Cuando hay un llamado a destruir, o no distribuir el conocimiento, éste siempre provendrá del oscurantismo que confunde privilegios con derechos, el mismo al que no le interesa la educación universal, al contrario, le estorba, la detesta.