Unos días después de la pelea, Emanuel Vaquero Navarrete apenas podía moverse. El cuerpo le dolía en cada músculo, incluso en aquellos que no recordaba, la tensión y los golpes que recibió durante los 47 minutos que duró el combate del sábado en Glendale, Arizona, se manifestaron después con todo su dramatismo. Se preguntó entonces cómo estaría su rival, a quien derrotó con autoridad por decisión unánime para retener el campeonato mundial superpluma de la OMB.
Óscar Valdez, el contrincante, terminó con el rostro desfigurado. El pómulo derecho casi por reventar y el ojo de ese lado oculto en una masa inflamada. El sonorense resistió con coraje el poder de los puños del Vaquero hasta el último round.
“No sé cómo la estará pasando en este momento, es un pelea-dorazo, mantuvo una actitud muy canija”, dice Emanuel Navarrete; “es difícil ver después el daño que uno le provoca al rival. Siento raro. Aunque luego pienso que yo pude terminar así, nada más menciono el dolor que siento al moverme”.
No hay culpa, aclara. Porque si bien ningún boxeador sube conla intención homicida de destruir a su oponente, lo único que buscan es ganar de la forma más clara y contundente. Si hay lesiones por el combate, es un riesgo que todo aquel que está en un cuadrilá-tero conoce de antemano.
Lo que tenía en mente –reconoce– es el alboroto que generó la pelea ante Valdez. El boxeo entre mexicanos es un subgénero en este depor-te, una modalidad aparte.
El escritor de novela negra James Ellroy, literato con fama de gruñón y misántropo, siente un apego especial por el pugilismo entre mexicanos. En su libro Destino: La Morgue (Ediciones B, 2004) dedicó un ensayo a la rivalidad entre Érik Morales y Marco Antonio Barrera.
“El boxeo mexicano es saber popular. Los púgiles mexicanos mastican filetes. Tragan la sangre y escupen la carne. Los púgiles mexicanos sorben mezcal. Hacen gárgaras y se tragan el gusano. El boxeo mexicano es memoria”, escribe Ellroy.
Vaquero y Valdez sabían que desde hace más de una década no ocurría un combate entre mexicanos que levantara semejante expectativa. En los días previos y durante la pelea del sábado, los nombres del Terrible Morales y Barrera se repetían con la insistencia de quien siente nostalgia por los grandes momentos del boxeo de este país.
También venían a la memoria los combates casi inmolatorios entre Rafael Márquez e Israel Vázquez, que tuvieron consecuencias funestas. El primero fue operado de una retina y el segundo sufrió la pérdida total de visión en un ojo. Y más atrás en el tiempo están episodios épicos con Lupe Pintor contra Carlos Zárate, Chucho Castillo y Rubén Púas Olivares. Nombres que cobran más relevancia con la mención del otro que es su complemento.
“Los mencionaron tanto a los mexicanos que se enfrentaron que era inevitable pensar en ello durante la pelea”, admite Vaquero; “de pronto pensaba que podía terminar antes con un nocaut. Cualquiera puede ser derribado, pero pudimos resistir toda la pelea. Eso creo que fue grandioso, que a pesar de la intensidad con la que nos golpeamos aguantamos hasta el final y eso no lo va a olvidar la gente”.
Navarrete deja en evidencia que existía una preocupación por estar a la altura de esa memoria de la afición. De que ese combate no fuera una rutina, un simple trámite entre dos peleadores que suben a cumplir con un contrato que les dejará una buena suma de dinero. Esta pelea, como en los grandes combates entre mexicanos, diría Ellroy, destilan memoria y orgullo en un oficio cada vez más industrializado.
“Había que terminar esa pelea, pero no sólo por terminarla, ¿me explico? Es decir, había que pegar todo el tiempo, forzar el intercambio de golpes, pero sobre todo resistir, porque es demasiado castigo para ambos y aguantar es verda-deramente difícil. Un nocaut terminaría todo antes, pero tal como lo hicimos era difícil que alguien se fuera a la lona”, cuenta Vaquero.
Apenas terminó el encuentro y declararon vencedor por decisión unánime a Navarrete, todos reconocieron su grandeza como peleador. Incluido Valdez, quien se disculpó con sus seguidores por no po-der con la fuerza avasalladora de su contrincante. Entonces algunos hablaron de la consagración del Vaquero, quien es campeón mundial desde 2018; primero monarca supergallo, después pluma y ahora consolidado como superpluma.
“No sé qué responder cuando mencionan eso de la consagración. Parece falso de mi parte, pero es que es algo que no pasa por mi mente. No sé cómo explicarlo… tengo un gusto enorme por haber brindado un gran combate, porque así lo siento y me lo han dicho desde el sábado. Eso me llena de orgullo con la gente, porque lo esperaban y se los pudimos ofrecer Óscar y yo. Lo hicimos juntos.
“También debo reconocer que me llena de alegría que algunos consideran que estuvimos a la altura de los anteriores grandes combates entre mexicanos, lo reconozco, pero no pienso que esa noche me haya consagrado. O al menos es algo que no tomo en cuenta ni le dedico tiempo a pensarlo”, concluye Navarrete.