A Francisca Victoria Calvo, quien quedará en el recuerdo como Paquita, se le evoca centralmente por haber detonado las primeras acciones armadas urbanas en el México de 1971. El asalto al Banco Nacional de México y el secuestro de Julio Hirschfeld Almada, director del Aeropuerto de la CDMX, inundaron la prensa aquel año. También inundaron las conciencias de jóvenes indignados por el horror y la devastación impuestos al país desde los años 50, sobre todo por la bestialidad asesina desplegada en los años 60 y 70. Paquita, una bella joven de 31 años, junto con otras mujeres, Margarita Muñoz, María Elena Dávalos, Lourdes Uranga y Lourdes Treviño, con Francisco Uranga, Rigoberto Lorence y Roberto Tello, formaron el Frente Urbano Zapatista, brazo armado de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), dirigida por Genaro Vázquez. Fueron arrestados cinco meses después del asalto. Cuando tomaron esta decisión sabían que les iba la vida, la cárcel, la tortura, tal vez, o bien las posibilidades de cambiar al país y eliminar a las castas depredadoras. No era una calentura, como algunos lo han calificado, ni un despropósito. Por eso Paquita nunca se arrepintió, a pesar de que sufrió torturas y cárcel por siete años.
La conocí en la cárcel, cuando venía a México desde Cuba. Íbamos con Julio Pliego, su compañero, y mi madre Irina Lebedeff a verla a Santa Martha. También estaba presa una compañera de la LCE, Lourdes Rodríguez, de otro grupo que apoyó a la ACNR. Una vez muy especial fuimos con Laurette Séjourné, arqueóloga que compartió con ella la admiración por los pueblos indígenas. Comprábamos un sabrosísimo mole en La Poblanita, como corresponde, que Paquita y las otras compañeras disfrutaban, comíamos en un patio grande con algo de césped. No había amargura ni desesperación en ella, al contrario, estaba orgullosa de la organización, lecturas, estudios y clases que habían logrado. “La universidad de las mujeres” decían sonriendo. El único pesar fuerte era la preocupación por su hijo Tomás, por ello realicé las gestiones para que él pudiera vivir en La Habana con una entrañable pareja: Helena, dirigente de la FMC, y Pedro Margolles, director de Prensa Latina.
Cuando salió de la cárcel la readaptación a la ebullición urbana tuvo alguna dificultad. Se abrió paso la otra Paquita: su incorporación a la redacción de la revista Por Esto! le fraguó una trinchera en la que destacó nuevamente. Trabajamos juntas por dos años, durante la primera etapa del semanario. Nuestros primeros reportajes se publicaron en los 10 números iniciales. Los realizamos juntas en Veracruz y Oaxaca. Ella estaba entusiasmada con el proceso juchiteco de la Cocei, que acababa de ganar la presidencia municipal, y yo tenía información sobre el despliegue del Plan Alfa-Omega, invadiendo tierras y corrompiendo ejidos a lo largo del Istmo de Tehuantepec. Tituló sus percepciones: “Juchitán, una ciudad como tantas otras en México, pero con un gobierno de izquierda”, reunía una cantidad significativa de datos sobre las condiciones sociales que prevalecían, pero destacaba la identidad de ese pueblo: “Cerca de la mixteca, Juchitán es tierra zapoteca. Las mujeres se visten de tehuanas multicolores, como mariposas. Los hombres tienen mirada profunda y retadora. Todos ellos son altivos, orgullosos, caminan como príncipes y ellas como princesas. Son agresivos también, un tanto inaccesibles y los envuelve un cierto halo de misterio. De origen olmeca, los zapotecos se tenían y tienen por ‘seres mitológicos, hijos de tigres, de árboles y de grandes peñascos’. Y así, como grandes árboles y peñascos, permanecen enraizados en su tierra, inmutables”. Le planteaba un reto a la reforma política: hoy se ha hecho posible este triunfo, pero ¿se respetará plenamente la voluntad de este pueblo?, ¿recibirán el apoyo y fondos necesarios para desarrollar su proyecto? Sin ello la reforma política sólo será papel sin realidad. Con estas preguntas le dio seguimiento puntual durante tres meses. Muchos artículos siguieron, los de la huelga histórica de Pascual, de la CNPA, entrevistas a Gascón Mercado, dirigente del PPM.
Al mismo tiempo militamos en la fundación del PSUM. Nos amalgamos en el seccional Azcapotzalco. Pienso que fue el único lugar en que realmente se logró una integración de las diversas corrientes partidarias. Estábamos nosotras con algunos del ex PPM, junto con jóvenes del ex PCM como Luciano Concheiro, El Chilacas y otros, también algunos del ex PSR; en conjunto dimos una buena batalla política por mantener principios y prácticas de izquierda en los documentos del nuevo partido. Paquita junto con un viejo luchador ferrocarrilero, Cortés, fueron candidatos a diputados y recorrimos todo Azcapo unidad por unidad y fábrica por fábrica, volanteando casa por casa. Poco duró esta unificación, pronto se impusieron los mecanismos de hegemonización y asalto a las estructuras partidarias. En 1985 nos separamos para fundar el PRS. Paquita asumió la tarea de consolidar el periódico de la UGOCM-Roja, agrupación campesina histórica.
En medio de todas estas rupturas y enfrentamientos, Paquita decidió ir a vivir a Cuba. En La Habana trabajó muchos años en Prensa Latina con la excelente capacidad de escritora y periodista que caracterizaron a la otra Paquita, hasta su retorno a México.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee