Bogotá. Manuel Ranoque, padrastro y padre de los cuatro niños indígenas que estuvieron 40 días perdidos en la selva tras un accidente aéreo en el que murieron su madre y tres personas más, pasó ayer su primer día en prisión.
Ranoque fue acusado por la fiscalía de acceso carnal violento agravado y actos sexuales abusivos contra su hijastra mayor, Lesly Mucutuy, considerada la heroína de la odisea que vivieron los menores, atrapados durante casi seis semanas en una espesa zona selvática entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, al sur del país.
María Fátima Valencia, abuela de Lesly, confirmó que su nieta asistió en días pasados a una reunión con fiscales, luego de la cual se decidió expedir orden de captura contra Ranoque, quien ya había sido acusado por ella de violencia intrafamiliar y abuso sexual contra la niña desde que tenía 10 años.
Aunque el sindicado trabajó junto al ejército y a un grupo de indígenas durante la búsqueda, vendiendo la imagen de un hombre acongojado y decidido a encontrar a los cuatro menores, apenas éstos fueron rescatados con vida, su familia materna se opuso rotundamente a que se le entregara la custodia de Lesly (13), Soleiny (9), Noriel (4) y Cristin (uno), los dos últimos sus hijos.
Épica batalla
Los niños comenzaron su épica batalla por sobrevivir en la mañana del 1º de mayo pasado, cuando la precaria avioneta en que viajaban desde Araracuara hasta San José del Guaviare, pilotada por un ex taxista, cayera en medio de la manigua con saldo de cuatro muertos y cuatro sobrevivientes, los niños.
Tras comprobar que su madre había fallecido, los infantes mayores se aprovisionaron con la comida que algunos pasajeros llevaban en su equipaje, así como de un par de teléfonos celulares, pañales desechables para la bebé y otros objetos que consideraron útiles.
De allí en adelante comenzó su alucinante travesía a través de una selva habitada por todo tipo de insectos, reptiles y mamíferos carnívoros, lo cual hacía pronosticar a los rescatistas que tenían los días contados, en especial la niña de un año.
Tras ubicar los restos de la aeronave, hombres del ejército acompañados de perros entrenados, así como de 70 nativos de la región, desafiaron los obstáculos naturales que hacen casi imposible caminar, hasta encontrar rastros de los sobrevivientes.
El país entero estuvo durante semanas en vilo, siguiendo minuto a minuto las noticias sobre las tareas de rescate, pero con el paso de los días fueron disminuyendo las expectativas de que estuvieran vivos, no obstante lo cual se persistió en la búsqueda.
Cuando ya se hablaba de que “a los niños se los tragó la selva”, uno de los pastores alemanes que participaban en la búsqueda se perdió, haciendo pensar a los rescatistas que quizás había dado con los niños.
Un par de días después fueron encontrados en medio de un aguacero tropical, sentados sobre plásticos, famélicos, con llagas en todo su cuerpo, pero vivos, alrededor de una improvisada carpa.
Luego fueron traídos a esta capital e internados en el Hospital Militar Central, donde estuvieron totalmente aislados hasta que se consideró que habían recuperado sus fuerzas y se les trasladó a un refugio del estatal Instituto de Bienestar Familiar, donde aún se encuentran.
El relato de Lesly sobre la odisea no sólo confirmó que tuvieron contacto con el pastor alemán, sino que abrió nuevas hipótesis que dejaron estupefacto al público.
“Por qué se demoró tanto el rescate si los niños siempre estuvieron cerca del lugar del siniestro y el área fue restrillada con helicópteros, megáfonos, sensores, 120 comandos élite y 70 indígenas”, se preguntó el columnista Julio César Londoño en medio de la celebración colectiva.
Escondidos, más que perdidos
Y él mismo contestó con esta frase estremecedora: “porque la selva es áspera, dicen los expertos. Selva espesa. Es probable, pero hay una hipótesis dolorosa: los niños no se perdieron, estaban escondidos”.
Se escondían, aseguró Londoño, de los uniformes camuflados que los aterraban y también de los indígenas que los buscaban, pues entre ellos estaba Manuel Ranoque, el macho que les daba muendas amazónicas cuando se emborrachaba”.
Desde su llegada a Bogotá, Ranoque pidió infructuosamente la custodia de los menores e incluso amenazó con millonarias demandas, al tiempo que desmentía las versiones de abuso que hacía la abuela materna de los niños.
Este fin de semana la historia dio un inesperado giro con el arresto del padre y padrastro y ahora las miradas se dirigen al futuro de los infantes. La directora del Instituto de Bienestar Familiar, Astrid Cáceres, declaró ayer que su tarea es “garantizar los derechos de los hermanos, lo cual requerirá un tiempo prudente que permita proteger su integridad hasta que el entorno familiar sea seguro para su crecimiento”.