Desde la trastienda de la papelería donde permanece escondida, Anilú sigue observando al cliente recién llegado que espera turno para que le surtan la lista de útiles escolares. A pesar de los años transcurridos, enseguida lo reconoció: es Rodolfo, el antiguo compañero de escuela que había interpretado al personaje del guardia Suso en la obra Mi reino eres tú, que puso broche de oro al festival de fin de cursos.
No había vuelto a verlo desde que terminaron la primaria, concretamente un día después del festival: lonas ya desprendiéndose, sillas apiladas, trozos de festones brillantes, símbolo de la abundancia en los dominios del rey Clodovico –personaje a cargo de Felipe– y la reina Bonifacia, a quien Anilú encarnaba. Siente curiosidad y se propone que al regresar a la casa buscará la foto que le tomaron con su cetro y su corona junto a Rodolfo quien, como exigía su caracterización, posa con un casco, una casaca y unos pantalones –ambas prendas demasiado amplias, que lejos de disimularlas, acentuaban su baja estatura y su corpulencia.
II
La evocación de los nombres imperiales –Clodovico y Bonifacia– aún le causan risa y tiene que controlarse para no revelar su presencia ante Rodolfo, cuando sería tan fácil aparecer, pararse frente a su viejo amigo y decirle: “Soy Anilú, la reina Bonifacia.” Frena su impulso un temor extraño y difuso. ¿A qué? ¿A que él la vea envejecida o simplemente a que no la reconozca? Esa posibilidad queda descartada. Anilú no cree que Rodolfo haya sido guardia de cabecera de otra reina –además su amiga inseparable, su confidente– que se había pasado los tres actos de la obra abanicándose, devolviendo a su lugar los lunares de terciopelo que se le desprendían a causa del sudor y riéndose sin motivo aparente con sus damas de honor.
Eran sus condiscípulas. Cuando se reunían para ensayar el vals, escena culminante de la obra, se pasaban la mayor parte del tiempo burlándose de la implacable vigilancia que la maestra Carmen ejercía sobre “las parejitas” o de las ineptitudes de sus compañeros en el escenario, en especial de Rodolfo, a quien en sen especial de Rodolfo, a quien en secreto apodaban El Soso, por lo desgarbado y poco marcial. Lo opuesto a Felipe: guapo, con familia en McAllen y que estaba aprendiendo a manejar. En tales casos, a veces, Anilú se atrevía a decir que exageraban, que Felipe era guapo, pero no como para morirse por él. Además, a ella no le inspiraba ninguna confianza y no iría con él ni a la esquina. En cambio, Rodolfo era de fiar y estaba lleno de cualidades. Ante tal afirmación no faltaba quien dijera: “¿Cuáles? A ver, di una. Tu amigo no pasa de ser un gordito buena gente, pero si a ti te parece tan maravilloso, ¡pues qué bueno!”
III
Con la evocación de la maestra Carmen le llegan a Anilú el recuerdo de sus ojos casi amarillos, sus pómulos altos y tan rosados como a punto de sangrar, la abundancia de su cabellera entrecana y, sobre todo, el vigor con que repetía a los actores que iban entrando al escenario: “No arrastren los pies, levanten la cabeza, saquen el pecho, actúen como nobles que forman parte de una corte célebre por su opulencia. Y tú, Rodolfo, sólo piensa que eres un guardia muy valiente, dispuesto a dar la vida por la reina Bonifacia” –agregaba la maestra haciéndole a Anilú un guiño pícaro causante de miradas y risas maliciosas.
Anilú reconoce que los dos meses de ensayos, de cuatro a cinco de la tarde, en el auditorio desierto y oloroso a humedad, habían sido hasta entonces la mejor etapa de sus años de escuela. Entre ella y Rodolfo se había fortalecido una amistad verdadera, sin prejuicios ni más finalidad que brindarse apoyo mutuo y compartir sus inquietudes.
El mismo Rodolfo le había dicho a Anilú que, gracias a su confianza en él, había conseguido dominar su miedo a exhibirse. El cambio fue notable y al fin había logrado una caracterización tan convincente que al término de su actuación había escuchado tantos aplausos como la pareja imperial y todas las damas de la corte con los labios teñidos y sus trajes color pastel.
Anilú no descarta la posibilidad de presentarse ante Rodolfo y compartir el recuerdo de aquellos días dedicados a los ensayos de Mi reino eres tú, pero sigue frenándola el temor a que su viejo amigo la encuentre envejecida y vea que sus sueños infantiles de ser bailarina terminaron en la realidad de una empleada de papelería que alguna vez fue la reina Bonifacia. Cierra los ojos y logra revivir el placer de los aplausos y los bravos con que los asistentes habían premiado su actuación. El momento quedó fijo en fotos que fueron un tesoro de familia y acabaron perdiéndose, excepto esa en la que sonríe escoltada por su fiel Suso.
IV
Al término de las felicitaciones inesperadamente había empezado a llover. Las familias, en desorden, se alejaban de prisa, riendo. Rodolfo dijo que iría a buscar algo con que protegerse de la lluvia. Anilú recuerda que en esos momentos había sentido la mano de Felipe tomándola del brazo y la calidez de su voz diciéndole: “Te vas a mojar. Mi papá trajo el coche. Me está esperando. Ven: te llevamos a tu casa.”
Fue tal su sorpresa ante tal amabilidad que Anilú había aceptado la invitación sin pensarlo y sólo con tiempo suficiente para volverse a Rodolfo, quien le ofrecía un pedazo de cortina desde lejos, y gritarle: “¡Gordito, me voy. Tápate, no te mojes. Nos vemos el lunes cuando vengamos a recoger nuestras calificaciones!”
El recuerdo detallado, nítido de aquella breve escena la avergüenza y la hace comprender que si no quiere presentarse ante Rodolfo es porque entiende que aquella tarde se había comportado con su mejor amigo como una reina cruel.