Bogotá. Como quien mira un espejo retrovisor, Colombia sigue paso a paso los sucesos derivados del asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio.
Aciagos tiempos no muy lejanos desfilan por la memoria de los colombianos, cuando caían bajo el fuego aspirantes a la presidencia, jueces, gobernadores, alcaldes y hasta emblemáticas estrellas del futbol, con el mismo telón de fondo que hoy vive el vecino del sur: el narcotráfico.
Para complementar este indeseado regreso al pasado, el país también se tapa la cara, avergonzado otra vez, ante la noticia de que hay conciudadanos involucrados en el magnicidio, tal y como ocurrió en enero de 2022 con el asesinato del presidente de Haití Juvenal Moise.
Contagio por vecindad, opina la vox populi
La sensación colectiva de que Ecuador es víctima de un contagio por su vecindad con Colombia fue resumida por el ex presidente Ernesto Samper (1994-1998): “Preocupante la noticia sobre la nacionalidad colombiana de los asesinos del candidato Villavicencio en Ecuador a cargo de sospechosos comandos paramilitares” comentó Samper, preguntándose si Colombia se volvió “exportadora de matones y asesinos”.
Analistas y medios locales se preguntan cómo hizo Ecuador para librarse durante décadas de un fenómeno que no respeta fronteras, mucho menos cuando ellas están situadas en la espesa selva amazónica, 586 kilómetros atravesados por enormes y caudalosos ríos que serpentean, bajo una deficiente presencia estatal de lado y lado, antes de de-sembocar en el océano Pacífico.
El presidente Gustavo Petro graficó ayer lo que ocurre en esta franja binacional con una preocupante frase: “La zona de mayor producción de cocaína del mundo se ubica en una franja de 10 kilómetros a lo largo de la frontera colomboecuatoriana, del lado colombiano”.
Petro se refería a los fronterizos departamentos de Putumayo y Nariño, donde crecen la mayoría de los cultivos de hoja de coca, calculados a escala nacional en 250 mil hectáreas.
Copada por al menos cinco grupos armados irregulares, esta región se ve desde el aire como un mar de coca por el que se mueven hordas de jóvenes conocidos como “raspachines”, recolectores de la hoja que luego se volverá pasta antes de entrar a las “cocinas”, donde se convertirá en la cocaína que inundará los mercados de países de América del Sur y otros continentes.
Nuevas rutas del alcaloide apuntan a Europa
Según Petro, la ubicación de los consumidores y caminos de la cocaína están experimentando grandes transformaciones, una de ellas el envío del alcaloide desde Ecuador a Brasil, trampolín hacia los mercados de Europa y África.
El mandatario colombiano ha insistido en sus recientes intervenciones en que la demanda de cocaína se desplomó en Estados Unidos a causa del fentanilo, que ha desatado una epidemia, la cual ha causado al menos 100 mil muertos en esa nación.
Una poderosa fuerza irregular conocida como “Comandos de la Frontera”, así como dos disidencias de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y algunos comandos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), operan y se disputan la región de frontera, donde según fuentes de inteligencia militar también actúan organizaciones del crimen trasnacional, como el llamado cártel de Sinaloa.
Expertos en el tema del narcotráfico aseguran que además de las rutas hacia el sur del continente, la cocaína sale por las ensenadas del océano Pacífico rumbo a países centroamericanos, en lanchas rápidas y en submarinos de construcción artesanal.
Funcionarios del gobierno colombiano, así como dirigentes políticos y gremiales dirigen ahora su mirada al maltrecho proceso electoral ecuatoriano, a la espera de que se abran nuevas posibilidades de cooperación bilateral en la lucha contra la producción y el tráfico de drogas, en medio –eso sí– del escepticismo de los analistas que conocen las capacidades de mutación y adaptabilidad de este fenómeno a todas las estrategias de combate que se han emprendido hasta ahora.