Maya Goded (Ciudad de México, 1967) contiene en una videoinstalación pasajes e instantes del periplo de cinco años que realizó para el proyecto El rastro de la serpiente, una búsqueda de autosanación que repara de manera poética en la mujer, la resistencia, la milpa, los territorios, los desiertos, las selvas, la devastación, las perforaciones de la tierra, las sabidurías, el mar profundo, la colectividad y la serpiente, éste, elemento presente desde niña.
Cuatro enormes pantallas envuelven a quien entra en la galería 3 del Museo Amparo (2 Sur 708), en el centro de Puebla. De manera circundante, las imágenes conducen al espectador, guiado por la voz en off de Sonia Couch, Verito del Alba y Regina Flores Ribot, por el rastro audiovisual que la artista plantea y que avanza en cuatro direcciones, haciendo un ciclo de exhibición de casi 20 minutos que no termina, sino que se renueva.
“Cuando una minera llega te quita todo; las mujeres somos las últimas en irnos. Cuando quieres acabar con un pueblo, primero tienes que acabar con sus mujeres, hasta las últimas de sus mujeres. La violencia que se ve en la tierra también se ve en el cuerpo (...) Cuando se me muere mi hija de 23 años, para aliviar mi dolor me tiraba de guata a la tierra y siento que ella me abraza”. Así se inicia este audiovisual que va mostrando imágenes de la devastación minera de Bolivia y Chile, pasando por la exuberancia de la selva Lacandona y los mares de Quintana Roo, deteniéndose en la belleza desértica de México y Nuevo México, y los paisajes de Oaxaca, Puebla y Jalisco.
En conferencia, acompañada por el director del Museo Amparo, Ramiro Martínez; la productora Elena Navarro, y el curador Rafael Ortega, quien al lado de Lena Esquenazi y la propia Maya Goded realizaron el montaje y el diseño sonoro de la pieza, la también realizadora del documental La plaza de la soledad cuenta que El rastro de la serpiente es un proyecto que “retrata la lucha y la resistencia de las mujeres en México y América Latina por defender su territorio, la naturaleza y la vida, haciendo frente a la violencia sistémica ejercida hacia sus pueblos”, lucha que, afirma, “se encarna en el cuerpo femenino.
“Buscaba la sanación personal. Fue como ver la violencia de otros lados. Fue muy claro; fui a pueblos originarios y con mujeres que son intermediarias, cercanas a la tierra. Fue muy claro después ver la relación que tienen con ésta y cómo la mujer es una gran cuidadora de mucha sabiduría. Fue una sanación de respeto por la tierra. Tenía una necesidad profunda de entender este mundo desde otro lado”, contó.
Al proyecto, señala, se sumó Rafael Ortega, ya que su interés es que fuera un trabajo colaboración, pues le permite buscar narrativas. Dijo que, alejada de la idea de documental, trabajó en conjuntar las voces y colaboraciones que tuvo con mujeres a lo largo del último lustro, de las cuales fue difícil hacer la selección por cómo la dejaron “tocada”. Fue gracias a la intervención del poeta Clemente Guerrero que pudo concretar el guion.
Se integrará al acervo del recinto
Elena Navarro expuso que la videoinstalación fue un proyecto comisionado por el Museo Amparo que luego de su exhibición, hasta el 30 de octubre de este año, formará parte de la colección de arte contemporáneo del recinto. Acotó que nació del entusiasmo que causó la exposición Africamericanos, que se montó en el mismo museo poblano, y de una pieza sobre prostitución instalada en el Centro de la Imagen como parte de Foto México 2019, en la que la artista ya hablaba de la sanación.
“Maya empezó a viajar, a interesarse en el tema, a contagiarnos su entusiasmo, a invitarnos a participar y ver la manera cómo se involucra con la gente. En este rastro de la serpiente ella tenía claro que quería visitar estados y países, con el fin de explorar los territorios. Cuando a mitad del proceso nos dimos cuenta de que teníamos una cantidad de material donde las imágenes desbordaban la idea de mostrar una exposición sobre muro, ahí se empezó a ver la idea de la videoinstalación”, contó la productora de la pieza.
Completó que en el proceso pudo concebir a Maya Goded como una artista que quería explorar narrativas, consciente de su capacidad creativa para explorar los límites de la imagen. “Nos demuestra el dominio y capacidad que tiene de moverse con fluidez en el medio empleando el video, la fotografía, la videoinstalación, la escritura; es una gran artista humanista, completa”.
Rafael Ortega dijo que en sus 30 años de colaboración con artistas, museos y cineastas ha entendido que los proyectos llegan a buen puerto cuando se basan en ideas y de la suma de capacidades y oficios. En el caso del proyecto de Goded, dijo que existen antecedentes de la autora en lo visual y lo documental, que se sumaron a la manera en que el Amparo se convirtió en productor y cómplice del proceso creativo.
“Dos mil 500 fotografías, tres horas de material, cientos de cuadernos, cientos de horas de conversaciones, historias, experiencias, dolor, felicidad, viajes... todo esto se trata de meter en una especie de formato de cuatro pantallas que cumpla las expectativas del artista y del público que pueda sentirse identificado o entender cierta narrativa (…)”, refirió el curador y artista.
Notó que Maya Goded deja ver que en realidad “el oficio es ser artista” y lo que cambia es el soporte, por lo que ella es una artista y la videoinstalación fue el soporte que se ajustó a lo que hizo en el momento.
“Busqué realizar algo con un lenguaje y con cosas sutiles que no se ven, que se sienten, que se entienden, pero no todo es racional. Fue un reto”, irrumpió la artista para quien, si bien el proceso se inicia con la investigación, sabe que lo siguiente es dejarse sorprender y cambiar.
“El principio es perderse para encontrar, y me pierdo y me pierdo, lo digo a cada rato, pero es mi proceso. No hay un guion, eso sería fortalecer mi discurso y eso no me interesa, sino tener un interés genuino por perderme y encontrarme, y es lo que busco”.
Goded refirió que la serpiente ha tenido un significado especial, pues desde niña soñó que la rodeaban, convirtiéndose en un elemento que la ha ido guiando. “Para mí, ha tenido un camino. De ser aterradora se volvió una cosa por entender. Se han ido presentado desde siempre: en el cerro, cuando aprendí a sanar y en el camino pasó una; cuando llegué con los navajos a Santa Fe, un señor me dio una piel que me dijo que era para mí, y su mujer me dio un anillo de serpiente. Así ha sido todo el camino... Cuando llegué con Sonia, al desierto de Coahuila, ahí había una serpiente”, y recuerda la imagen intervenida en la que, siendo niña, la rodean serpientes que sesean a punto de morder.