El clima privilegiado y la abundancia de recursos naturales del valle de Cuernavaca atrajeron a lo largo de los siglos a muchos grupos humanos que dejaron su huella. Entre otros, los xochimilcas, mixquicas, acolhuas, chalcas, malinalcas, tlahuicas, huexotzincas y culhuacanos, la mayoría de ascendencia tolteca.
Los tlahuicas son una de las siete tribus nahuatlacas que fundaron Cuauhnáhuac, vocablo náhuatl que por deformación de la pronunciación en español derivó en Cuernavaca.
Pocos años después de la conquista, Hernán Cortés comenzó la construcción de una mansión-fortaleza para que fuera su residencia. Es la edificación virreinal de carácter civil más antigua de México.
Se levantó sobre las ruinas de un lugar llamado Tlatlocayacalli, que era utilizado para entregar los tributos al cacique tlahuica. Diversos usos ha tenido a lo largo de su historia.
Después de utilizarlo, Cortés, entre 1531 y 1535, cuando recibió en España el título de marqués del Valle de Oaxaca, fue cárcel real –aquí estuvo preso Morelos–, sede del Palacio de la República, Palacio de Gobierno del estado y en la actualidad alberga el Museo Regional.
Al ingresar, nos recibe la impresionante pieza olmeca Monstruo de la Tierra o Portal al Inframundo, que fue extraída de manera ilegal de la zona arqueológica Chalcatzingo, en Morelos, hace cerca de 70 años.
Hace unos meses, la Unidad de Tráfico de Antigüedades de Manhattan notificó al cónsul general de México en Nueva York que la pieza se había recuperado y se devolvía a México.
Es un bajorrelieve olmeca que representa el rostro de un jaguar con nariz de serpiente, que data del periodo Preclásico Medio, del 800 al 400 a. C. Tiene una altura de 1.8 metros y 1.5 metros de ancho.
Vale la pena un viajecito para verla, ya que va a estar expuesta hasta mediados de 2024, puede ser de un día, ya que la carretera está muy bien y llega fácilmente en una hora desde la Ciudad de México.
De paso admira la portentosa construcción y visita el museo que cuenta con 19 salas, en las que se recorre la historia desde el poblamiento de América hasta el Porfiriato y el movimiento revolucionario en Morelos.
En el lado oriente del también conocido como Palacio de Cortés hay un mirador en el que Diego Rivera representó la historia de México en tres murales con el título La Historia de Morelos: Conquista y Revolución.
Es interesante conocer que Dwigth W. Morrow, quien fue embajador de Estados Unidos en México (entre 1929 y 1930) y se enamoró de Cuernavaca, donó los fondos para la realización de la obra.
El embajador también construyó una hermosa casona a unas cuadras, en la calle que ahora lleva su nombre y hoy aloja al restaurante más antiguo de Cuernavaca: La India Bonita, que abrió sus puertas en 1933 en otra sede y está aquí desde los años 90 del pasado siglo. Tomó su apelativo del sobrenombre que la voz popular le dio a Concepción Sedano, la hija del jardinero de los Jardines Borda, que se decía que era la amante del emperador Maximiliano de Habsburgo, quien visitaba el lugar frecuentemente.
Es el lugar adecuado para comer después de la visita al museo; sentado en unos cómodos equipales con la vista de un lindo patio lleno de vegetación, degusta sabrosa comida mexicana tradicional con un buen mezcal morelense. Muy recomendable la auténtica cecina de Yecapixtla con chilaquiles y guacamole, las crepas de huitlacoche y ahora tienen chiles en nogada. Los domingos hay un abundante bufet.
Hay que decir que nos dio tristeza lo descuidado que está el centro de Cuernavaca, teniendo tantos encantos. Vimos con nostalgia el antiguo Jardín Juárez, donde se encontraba el famoso hotel Bella Vista, que abrió en 1910 la británica Rosa Eleonor King.
Ella fue anfitriona de muchos de los políticos y jefes revolucionarios más importantes. Escribió un libro con sus memorias, donde cuenta de Felipe Ángeles: “El general Ángeles era delgado y de buena estatura... de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre... Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades, las de la compasión y la voluntad de entender. Me agradó que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados”.
En 1918, Zapata –a quien Ángeles combatía–, le escribió: “He tenido ocasión de ser informado de la correcta actitud que usted ha sabido conservar, sin manchar en lo más mínimo sus antecedentes de hombre honrado y militar pundonoroso, que hace honor a su carrera. De hombres así necesita la revolución”.