Fernando Valenzuela rompió barreras impensables para un mexicano en las Grandes Ligas de Beisbol hace 40 años. No sólo por las hazañas deportivas que permanecen intactas, como ser el único que ha ganado al mismo tiempo el premio Cy Young y también el Novato del Año, sino porque irrumpió en un universo que parecía infranqueable para cualquiera que hubiera nacido de este lado del río Bravo.
Para comprender la magnitud de lo que representa El Toro Valenzuela y el retiro de su número 34 en los Dodgers de Los Ángeles anoche, hay que remontar cuatro décadas. Poner los sentidos en el inicio de los años 80, en su ambiente social y sus formas de consumo. Detenerse sólo en las valiosas estadísticas de un deporte que registra todo en cifras, sería olvidar el impacto inédito que tuvo ese pelotero nacido en Etchohuaquila, una ranchería de Navojoa, en Sonora.
Valenzuela es excepcional por múltiples razones. Ni siquiera tenía el aspecto de un atleta como los que hoy dominan en las Grandes Ligas. El Toro era un joven moreno, robusto y melenudo que bien pudiera ser el primo de un mexicano promedio.
Símbolo de identidad
El escritor mexicano-estadunidense Michael Jaime-Becerra publicó para Los Ángeles Times que el impacto que tuvo en la comunidad migrante, o en sus descendientes en aquel país, fue decisivo en la construcción de una identidad positiva. El también profesor universitario cuenta que de niño sentía una cálida familiaridad al ver a un beisbolista que se parecía más a su tío que a los peloteros que solía seguir en el campo de juego de aquel entonces.
Como lanzador tuvo la mejor estadística de 1981 a 1986, lapso en el que fue integrante infaltable en el Juego de Estrellas por la Liga Nacional y en dos ocasiones (1981 y 1988) ganó la Serie Mundial. Pero la contratación de Valenzuela por los Dodgers fue estratégica no sólo en términos estrictos de beisbol, donde como se ve fue notable, sino también porque en la ciudad de Los Ángeles sirvió como anclaje para la creciente migración mexicana.
Y empezó la Fernandomanía en Estados Unidos y México en 1981, apenas un año después de su debut en Grandes Ligas. Un fenómeno hasta ahora irrepetible donde un jugador de beisbol se convierte en una estrella rutilante. La comercialización de la imagen del Toro no tuvo límites. Aparecía en un comercial de la época de Corn Flakes. ¿Existía en aquella era un ritual más simbólicamente estadunidense que desayunar hojuelas de maíz? Y ahí estaba Valenzuela para darles los buenos días a una familia mexicana en Estados Unidos. El mismo Jaime-Becerra evoca a Fernando enfundado en chamarra de gamuza con flecos en las mangas y encabezando el desfile navideño, ¿en dónde más?, pues en el lado Este de Los Ángeles, el históri-co sector de la migración mexicana en aquella ciudad.
En México, el comediante Charly Valentino aparecía en programas de humor imitando al Toro de Etchohuaquila. Trataba de replicar su peculiar manera de hablar, un tanto parca y concisa. Y como en este país nada parece cobrar verdadera dimensión de épica si no tiene un relato musical, hubo melodías guapachosas y sones que cantaron las hazañas del sonorense en los montículos de las Grandes Ligas.
Tiberio y sus Gatos Negros grabaron una sabrosa cumbia que seguramente amenizó infinidad de bailes callejeros o sirvió en las sagradas pistas de alguno de los populares salones de baile ochenteros.
“Fernando, Fernando /grita la gente /Fernando, Fernando /con emoción”, canta un coro guapachoso.
“Orgullo para nosotros porque somos mexicanos /Para seguir el ejemplo que de esta gente necesitamos /a Fernando Valenzuela mi cumbia le canto yo /y que Diosito lo cuide para que llegue a ser el mejor”, remata la orquesta.
Desde luego que también hubo corridos, la crónica popular más efectiva. Un son del zacatecano Rafael Buendía también honra la historia del serpentinero sonorense. Los violines veloces acompañan un contrabajo muy trotón que invita al zapateo.
“Mi canto va por Sonora y el yaqui privilegiado es Fernando Valenzuela, el pítcher más afamado /en las Ligas del beisbol los Dodgers marchan al frente /cuando picha Valenzuela no deja juego pendiente”, dice una estrofa y remata: “La raza con emoción le grita vive paisano /ya se ganó el corazón del mexicoamericano”.
Antes del retiro del número 34 en la serie de partidos de este fin de semana que serán dedicados al sonorense, el ayuntamiento de Los Ángeles declaró ayer el 11 de agosto como el Día de Fernando Valenzuela, porque aún es un emblema para la comunidad mexicana en esa ciudad.
La fría estadística
En noviembre de 2020, Valenzuela charló con La Jornada y cuan-do se le preguntó si le parecía injusto que su dorsal no fuera retirado de los Dodgers, sólo aludió a una tradición en el equipo. En esa institución sólo se habían cancelado los números de los peloteros que forman parte del Salón de la Fama. El sonorense no goza de ese privilegio por cuestiones de fría estadística, es decir –dijo el Toro– que al parecer las cifras que tuvo no les parecían suficientes para incorporarlo.
“Nadie lo ha usado después de mí en el equipo” respondió a La Jornada en aquel entonces; “para Dodgers hay una política: ingresar en el Salón de la Fama para que se haga ese homenaje. Ya han pasado muchos años para ser elegible y sin embargo no me han votado. Eso no es importante, no tanto como ser recordado por la gente, porque ahí sí tengo un premio que pocos gozamos”.
En ese momento ya parecía descartada la posibilidad de que el número que portó en una década con Dodgers fuera retirado.
“Ya han pasado más de 40 años desde que debuté y casi 30 de que me fui. Nada se compara con ser recordado, ese sentimiento de verdad que se aprecia”, comentó en aquella charla.
En febrero de este año, el equipo de Los Ángeles reconoció que la aportación de Valenzuela era mayúscula para merecer la distinción. Y ayer recibió por fin el reconocimiento al pelotero mexicano más importante en las Grandes Ligas, el 34 fue retirado de manera oficial.
Antes del juego de ayer ante Colorado, entró al Dodger Stadium con música de mariachi y el público le dio la bienvenida de pie y con una ovación interminable. El senador Alex Padilla, hijo de migrantes mexicanos, le dijo al micrófono: “eres nuestro campeón, un gran orgullo para nuestra comunidad”.
El Toro estaba muy conmovido, lucía un traje gris muy sobrio y apenas habló en su turno, sólo un breve agradecimiento, pero se percibía desde lo más hondo. Lanzó la primera bola del partido y recorrió el diamante acompañado de su familia mientras miraba esas gradas en las que fue una estrella. La que otra vez es hoy y la que regresará cada año, cada 11 de agosto, cuando reviva la Fernandomanía.