“La poesía en sí misma es una tránsito, un trayecto”, dijo Elsa Cross al presentar su poemario Isla Negra en la Casa de Ediciones Era. En una charla con León Plascencia Ñol, afirmó: “Los viajes han tenido mucho peso en mi poesía. Es cuando más escribo”. Entre preguntas, recuerdos y comentarios, la autora mexicana leyó algunos de sus poemas. Perú, la India, Teotihuacan o la Grecia antigua son algunas de las visitas en sus versos.
El título del libro se refiere al nombre que el Nobel chileno Pablo Neruda le puso a su casa en Valparaíso: “No es una isla, está a la orilla del mar”. Al visitar el país sudamericano recorrió sus casas, “era obsesivo coleccionista, pero es un placer ver caracolas y cuanta cosa juntó”.
Isla Negra es un libro que de alguna manera reúne las obsesiones y los campos de trabajo en los que se ha instalado la poesía de Elsa, consideró Plascencia Ñol en la librería en la colonia Roma, bajo la luz de dos candiles blancos, los muros tapizados con incontables portadas de libros y una sala completamente llena. Algunos poemas son profundamente filosóficos y otros visuales, cercanos a la pintura. Otros remiten a la antigüedad clásica, griega.
“Una reunión de poemas que se fueron juntando a lo largo de algunos años, y entre los que hay cierta afinidad de tonos y temas”, describió la poeta, traductora y filósofa. Su interlocutor, ex alumno y autor de Animales extranjeros, consideró que en la publicación se percibe un compendio de registros y tonos del trabajo de seis décadas.
“El viaje te saca de toda cotidianidad y zona de confort, nunca sabes qué va a pasar; aunque esté ya muy planeado, de repente hay muchas cosas imprevistas. Eso mismo creo que despierta algunas cosas que no reaccionan cuando uno sigue, si no en una rutina, por lo menos sí en su vida cotidiana. Entonces esto son como pequeñas provocaciones para poder escribir”, respondió sobre la relación que existe entre la poesía y viajar.
Cross reconoció que “la ciudad podría ser a veces opresiva; no soy para nada poeta urbana. Mientras viví aquí creo que escribí dos poemas o tres sobre la Ciudad de México”. Casi al final de la presentación contestó la pregunta de una mujer: “No sé qué tiene la Ciudad de México; nací aquí, en firme.
“Ya da pena decir… ya son demasiados, muchos años. Empecé a publicar a los 17 años, tengo 77. Sí, son seis décadas”, comentó. “Cada poema tiene su camino”, puede surgir del ritmo de unas palabras, de alguna lectura o de un sueño. “Hay tantas vías, no sólo de la poesía, sino de cualquier expresión artística”. El Oriente fue una gran influencia, así como la meditación. Después de sus viajes a la India comenzó a ver las cosas diferentes. La poeta mencionó la fértil búsqueda de la espiritualidad no ligada a una religión, la cual es más libre.
Durante la conversación, la autora de Nepantla recordó el taller con Juan José Arreola, cuando ella era muy joven: “Fue un maestro extraordinario”. Habló del espacio donde convivió con escritores con estilos, tendencias, temas e inclinaciones completamente diferentes; entre sus compañeros estaban José Agustín y Alejandro Aura. “Fue fundamental para mi formación”, expresó.
En ese periodo eligió dedicarse a la poesía, pues antes también pensó en la pintura y en la música. Escribir poemas le costaba mucho trabajo, así que intentó con la narrativa; incluso, en algún lugar quedaron los manuscritos de tres novelas y un libro de cuentos.
Algo que se quedó de ese entonces como un vicio fue el oído para la musicalidad del lenguaje.
“Hasta la fecha no soporto cacofonías; a veces hay algunas intencionales que quieren marcar un ritmo, pero en un texto me distrae, me molesta”, reveló. “El lenguaje es música, tiene cadencia, ritmo”, les repetía Arreola. A veces había partidas de pimpón o ajedrez en su casa.
Isla Negra contiene muchas dedicatorias en los versos impresos en sus páginas. El poemario mismo está dedicado al filósofo venezolano Josu Landa. En una de las secciones, la que da título al libro, todos tienen la inscripción para algún amigo, por ejemplo Vicente Quirarte, Jose Luis Rivas, Natalia Moroleón, Daniel Goldin y el último a Pablo Neruda, con un epígrafe del Nobel chileno: “Y si lo que sé no les sirve / no he dicho nada sino todo”.
Luciérnagas
Y si la luna es llena nada basta a oscurecer la noche.
La luna se cuela por los resquicios, entra por la sombra de un aroma.
Crece dentro del ojo, se enamora de sí.
Y si la luna es nueva deja un hueco negro en la noche más negra.
Se agota en su propia memoria, Se vacía de sí.
Y si se asoma de nuevo su luz forzada a parpadear se alza como un zumbido en las luciérnagas.
Atraviesa el instante sostenida por el roce de un ala, por un tacto de seda.
Mira su reflejo en el fondo de un lago y se disuelve en sí.
Poema incluido en Isla Negra, que publica La Jornada con autorización de Ediciones Era