Se cumplen 20 años del nacimiento de los caracoles zapatistas y de las juntas de buen gobierno. Vale la pena recordar que la coyuntura en que se dio este alumbramiento fue después de que el Congreso negó la posibilidad de dar cumplimiento a los acuerdos de San Andrés en su versión Cocopa, es decir, al acuerdo logrado entre el EZLN y el Estado mexicano. Los tres partidos que hoy forman la alianza PRIANPRD desnaturalizaron el contenido de la Ley de Derechos y Cultura Indígena para volverla papel mojado diluido dentro de las páginas de la Constitución. Una burla legislativa sobre el impresionante resultado de La marcha del color de la tierra que llevó a los zapatistas por gran parte del país para dialogar con los barrios y pueblos en el lejano pero indeleble año 2001.
De infausta memoria queda ese 19 de abril de 2001, cuando los diputados votaron una ley indígena diferente a la acordada entre la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa) y el EZLN. Una traición más del Estado al EZLN en la construcción de un dialogo para la paz y la transformación de la situación de subordinación sobre pueblos y comunidades indígenas.
El EZLN regresó a Chiapas, guardó silencio y en agosto de 2003 nos despertó con la puesta en marcha de la ley indígena original en su territorio a través del nacimiento de los primeros cinco caracoles y sus juntas de buen gobierno (JBG). Los zapatistas leyeron el comunicado sobre la muerte de los Aguascalientes y decretaron el nacimiento de una nueva forma de relacionarse dentro del movimiento zapatista y externamente con las organizaciones y personas solidarias con el EZLN.
Quedaba claro que nacía una entidad propia para el desarrollo político y social de las comunidades que ahora sería responsabilidad de las JBG, y que el EZLN como aparato militar quedaría como garante de esa autonomía. La interlocución nacional e internacional con el zapatismo para apoyos y solidaridades sería a partir de entonces con las JBG directamente.
A 20 años de su existencia, el alcance de los caracoles ha sido tremendo. Sería complicadísimo explicarlo en estas líneas fugaces, pero sólo decir que los avances en educación, salud, justicia, agroecología o en el fortalecimiento del ejercicio de la democracia interna, incluyendo el desmontaje de relaciones patriarcales (aún muy presentes), son algunas de las principales e incuestionables razones de su existencia.
Desde los pueblos y comunidades pertenecientes a los municipios autónomos rebeldes zapatistas (Marez), la estructura zapatista favorece la resolución de problemáticas comunes desde las diferentes comisiones de las JBG, formadas por un equipo paritario, un hombre y una mujer que tienen el encargo de asesorar y vigilar sobre el cumplimiento de acuerdos y labores siempre bajo el precepto máximo: mandar obedeciendo. Este trabajo se realiza sin que las autoridades de la JBG cobren un peso durante tres años, que es lo que dura su ejercicio. Para ello, la comunidad de procedencia de cada miembro de la junta tiene que respaldarles con apoyos tales como vigilar sus tierras de cultivo o alguna otra labor que no podrá realizar mientras presta su servicio.
Los caracoles nacieron como el espacio de realización de los objetivos (tareas) zapatistas. Consolidaron su forma de administración interna y siguen compartiéndola con las comunidades no zapatistas de su entorno. No son pocas las personas de los asentamientos colindantes a las regiones zapatistas que acuden a ellas para obtener educación y salud, pese a no pertenecer a la organización. Los zapatistas no dudan en otorgar este servicio a sus hermanos indígenas. Pero es más llamativo que recurran también a la justicia zapatista, sistema no punitivista para la resolución de conflictos.
La justicia zapatista busca ante todo resolver la problemática que ha causado el acto que viola algún acuerdo o que puede, en todo caso, romper el nexo que cimienta a la comunidad. Reconocen que de nada sirve mantener a una persona presa en una celda, ya que esto poco o nada aporta a la búsqueda de una solución justa. En cambio, procurar la resolución del daño mediante nuevos acuerdos que restauren el vínculo comunitario dañado da mejores resultados. Si alguien lesiona a una persona y ésta no puede trabajar, el agresor deberá trabajar lo suyo y lo del otro. Estando preso, no hay forma de reponer el daño.
Obviamente esto ocurre por el grado de vínculo, compromiso y disciplina que tiene un movimiento como el zapatista que busca transformar los modos de dominación en que los pueblos indígenas se han visto sumidos. El grado de desarrollo de las comunidades zapatistas tiene su fortaleza en la forma en que este vínculo se ejerce, es decir, en un ecosistema que respete sus derechos y les permita vivir dignamente. Sin embargo, hace tiempo que los zapatistas se encuentran bajo violencia y presiones de paramilitares y del crimen organizado que los lleva a puntos límite.
Dentro de la cronología zapatista, a veces marcada por tanta traición y sangre facilitada por el Estado, el nacimiento de los caracoles es una de las acciones más luminosas de transformación social realizadas desde el sureste mexicano. ¡Muchas felicidades, compas, por este aniversario, en este caso 20 años sí son mucho!
* Sociólogo. Taula per Mèxic