Concentrada como está la atención pública en los procesos internos del oficialismo y la oposición para designar sus candidaturas presidenciales, poca observación detallada se presta al segundo platillo más interesante sobre la mesa: la elección de la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, que la izquierda partidista (PRD, primero; luego, Morena) ha ganado desde 1997, cuando se sustituyó el sistema de designación presidencial por la elección directa de ese cargo.
La batalla por la Ciudad de México apunta a ser la más reñida del historial de 27 años, pues en 2021 el partido en el poder nacional sufrió en la capital del país una serie de derrotas que, aunadas a un creciente distanciamiento de sectores culturales, científicos y académicos del país respecto a la llamada Cuarta Transformación, han creado condiciones electorales que a los opositores les parecen propicias para su triunfo.
Resulta irónico que de esa plaza electoral debilitada haya surgido la principal aspirante de esa izquierda a la Presidencia de la República, al igual que resulta poco explicable que los opositores, en lugar de concentrar sus fuerzas en la Ciudad de México, con una Xóchitl Gálvez que ya ha ocupado un cargo ejecutivo en una alcaldía, hayan preferido lanzarla en pos de la banda presidencial y hoy no tengan una carta chilanga viable, que no esté tan cargada de acusaciones de corrupción y de cartelismo inmobiliario, como sucede actualmente con los aspirantes blanquiazules (Santiago Taboada a la cabeza).
En todo caso, la pugna entre el morenismo por la candidatura a suceder a Martí Batres se ha centrado en cuatro nombres: dos de ellos, Clara Brugada y Omar García Harfuch, se entienden plenamente relacionados con la puntera presidencial Sheinbaum. A la primera le ayuda el largo trabajo en la ahora alcaldía de Iztapalapa y el abultado padrón electoral correspondiente, mientras al segundo lo impulsan los resultados en seguridad pública, aunque también le estorban su paso formativo por el garcialunismo, el rol no suficientemente esclarecido que tuvo en el contexto de la desaparición de los 43 e incluso ciertas relaciones personales.
En otro apartado están Mario Delgado, el dirigente formal de Morena que realiza una nada discreta precampaña de posicionamiento en la Ciudad de México, bajo la consideración de que con esa candidatura le “pagarían” sus servicios en el corcholatismo, y Ricardo Monreal, el senador de relaciones fluctuantes con Palacio Nacional, que en los hechos ha declinado a considerarse aspirante presidencial, para centrar sus esfuerzos en la capital del país, merced a un supuesto acuerdo cupular que otorgaría tal candidatura al zacatecano a cambio de su apoyo a Sheinbaum.
Meses atrás se hablaba de las posibilidades competitivas de Martí Batres, quien quedó anulado al ser designado jefe de Gobierno sustituto, y Rosa Icela Rodríguez, quien prefirió quedarse en la secretaría federal de Seguridad, aunque jurídicamente sigue teniendo derecho a participar. Del lado opositor destaca el ya mencionado Santiago Taboada, quien contaría con el apoyo de la estructura panista; la alcaldesa de Álvaro Obregón, Lía Limón, llegada al cargo por la vía de Acción Nacional, y Salomón Chertorivski, a nombre de Movimiento Ciudadano.
Y, mientras Vicente Fox Quesada ha vuelto a las equívocas andadas, esta vez al utilizar el plural para repartir lo que en todo caso a él le correspondería (“¿¿QUÉ CREEN QUE SOMOS SUS PENDEJOS ??”: obviamente, mayúsculas en el tuit original) e incluso confesando que lo de Florence Cassez, Israel Vallarta, Carlos Loret y García Luna fue un armado falso, al decir respecto a los 20 errores en libros de texto que reconoció Marx Arriaga que “ESTE MONTAJE ESTÁ PEOR QUE EL DE FLORENCE CASSEZ”, ¡hasta mañana, con el desmemoriado y autoacusatorio Fox Quesada, que no repara en que ese montaje se hizo justamente durante su administración!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero