Madrid. El 10 de agosto de 1923 murió en el pueblo de Cercedilla, en la sierra madrileña, Joaquín Sorolla y Bastida, uno de los grandes maestros del arte español de finales del siglo XIX y principios del XX, pero sobre todo el pintor de la luz y el fulgor del mar Mediterráneo. Su obra, que va desde los retratos hasta los paisajes más íntimos en los que evoca su vida en Valencia, ha sido reinterpretada y celebrada en todo el país, pero sobre todo en las tres ciudades en las que desarrolló buena parte de su obra: Madrid, Valencia y Barcelona.
El centenario de la muerte de Sorolla se conmemora con numerosas exposiciones, con actos para rememorarle, así como con la publicación de nuevas formas de entender su compleja y rica obra, en la que refleja la cotidianidad de los pueblos pesqueros del mar Mediterráneo, pero en la que también hay una etapa oscura o, incluso, las obras de su primera formación, cuando pasaba horas en el Museo del Prado copiando a los grandes maestros, en especial a Diego Velázquez y a Goya.
Sorolla nació en Valencia el 27 de febrero de 1863. Se quedó huérfano a los dos años y sus tíos, después de apreciar su vocación artística, le facilitaron su entrada al mundo académico de la pintura. Desde niño viajó mucho y siempre trabajó con su caballete al aire libre en rincones de todo el país y el extranjero, ya que buena parte de su formación la realizó en Roma, cuando fue becado por la Diputación de Valencia, y después estuvo en París.
Los reconocimientos llegaron pronto y su nombre se hizo un hueco en la escena pictórica de las últimas dos décadas del siglo XIX, ya con la luz, los focos y los matices del ocaso, con el mar siempre de fondo. En sus cuadros también plasmó temáticas de denuncia social, influido por su amigo de la infancia, el escritor Vicente Blasco Ibáñez, con obras como ¡Triste herencia!, ¡Aún dicen que el pescado es caro! o Trata de blancas.
Un momento importante de su carrera fue cuando el fundador de la Hispanic Society of America en Nueva York, Archer Milton Hun-tington, le encargó una obra monumental que tituló Visión de España, en el que hizo un ambicioso retrato regional que desarrolló en 14 paneles, donde evoca las realidades de las provincias españolas.
Agonía, los últimos años
Sorolla fue reconocido hasta el ocaso de su vida y, si bien murió en 1923, el 17 de junio de 1920 le diagnosticaron “un accidente cerebrovascular”, que lo obligó a permanecer en el hospital mucho tiempo y después le impidió pintar, ya que su mano era incapaz de ejecutar las órdenes que le dictaba su cerebro, por lo que dejó de hacer lo que más amaba.
Ese pasaje de su vida se recuperó recientemente en la exposición ¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla!, la cual contiene la carta de un doctor al que Sorolla le realizaba un retrato por encargo y fue testigo de su sufrimiento: “Una fina y templada mañana madrileña de junio, en su jardín, Sorolla pintaba el retrato de mi mujer, observándole yo, a su lado. Éramos los tres solos, bajo una pérgola enramada. Levantose una vez y se encaminó hacia su estudio. Subiendo los escalones, cayó. Acudimos mi mujer y yo en su ayuda, juzgando que había tropezado. Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse.
“La mitad izquierda del rostro se le contraía en un gesto inmóvil, un gesto aniñado y compungido, que inspiraba dolor, piedad, ternura… Aun así y todo, rebelde contra la fatalidad que ya le había asido con su inexorable mano de hierro, Sorolla quiso seguir pintando. En vano procuramos disuadirle. Se obstinó con irritación de niño mimado a quien, con pasmo suyo, contrarían.
“La paleta se le caía de la mano izquierda; la diestra, con el pincel mal sujeto, apenas le obedecía. Dio cuatro pinceladas, largas y vacilantes, desesperadas; cuatro alaridos mudos, ya desde los umbrales de otra vida. ¡Inolvidables pinceladas patéticas! ‘No puedo’, murmuró con lágrimas en los ojos. Quedó recogido en sí, como absorto en los residuos de luz de su inteligencia, casi apagada de pronto por un soplo absurdo e invisible, y dijo: ‘Que haya un imbécil más, ¿qué importa al mundo?’”
Pero la muerte de Sorolla, hace cien años, también provocó una proyección aun mayor de sus obras, de sus estampas vitalistas, infantiles y luminosas de las playas –sobre todo mediterráneas, pero también del mar Cantábrico–. De ahí que en la conmemoración de este centenario se hayan realizado numerosas exposiciones en museos y espacios culturales de lo más diversos, como en estaciones y trenes, en calles y palacios, en sellos, vinos y monedas, entre otras.
Entre las muestras que se han programado para su centenario destacan las siete que se llevaron a cabo en Valencia, así como conferencias, publicaciones y rutas callejeras que han contado con el respaldo de la Generalitat, que declaró 2023 el Any Joaquín Sorolla. Además del programa intensivo y completo desarrollado por la Fundación Sorolla y el Museo madrileño que lleva su nombre, desde donde se han proyectado hasta 30 exposiciones en 27 instituciones culturales y museísticas en 20 ciudades de España y de países como Dinamarca, Estados Unidos e Italia. Destaca por sus recursos tecnológicos la que se realizó en el Palacio Real de Madrid, donde algunos de sus cuadros se proyectaron en tercera dimensión en una experiencia inmersiva.