En el pasado las crisis del capitalismo reconfiguraban el sistema y establecían un nuevo periodo de estabilidad. El sistema capitalista recobraba su posibilidad de continuar el proceso de acumulación de capital. Aunque una nueva estabilidad capitalista nunca significó armonía económica. La “magia del mercado” capitalista siempre fue la irracionalidad por antonomasia. Hemos leído en La Jornada las tres estupendas entregas de Braulio Carbajal tituladas “Epicentro de una crisis” sobre la producción de alimentos. Domina el mercado la actividad feroz de los intermediarios y el crimen organizado que se quedan la mayor parte del precio final de los productos. Producción y distribución de alimentos, indispensables para la población, sólo cuentan como medios para enriquecer a unos que deben ser llamados estafadores.
La irracionalidad de los mercados manda: con altas de interés los banqueros se apropian las mayores tajadas del ingreso nacional, a fin de que los precios no se desborden en una inflación galopante. Todo esto es parte normal del capitalismo. Los capitalistas se comportan como lo que son: individuos dedicados a acumular capital. Los productos, que satisfacen necesidades humanas, no son el objetivo del capital: son sólo medios para ganar dinero.
La acumulación de capital no puede ocurrir sin que el proceso mismo origine crisis económicas que interrumpen o alteran la propia acumulación; en una crisis, los capitalistas, que la crean, no la sufren personalmente, pero todos deben esperar la recuperación de la estabilidad irracional. La sufren los asalariados, los pequeños productores, o los marginados: unos que no cuentan con el dudoso privilegio de ser explotados por el capital, ya como asalariados, ya como productores pequeños que trabajan sometidos a las condiciones de producción de los grandes, o doblegados por el dominio de los rapaces intermediarios.
La novedad capitalista de los últimos tiempos es que las crisis ya no restablecen la estabilidad de los mercados. Este nuevo momento capitalista apareció junto con la implantación universal del neoliberalismo. Cuando los dueños del sistema se creyeron imbatibles para siempre a partir de los años 80 del siglo pasado, comenzó también una etapa de caída del sistema con tendencia al estancamiento –acompañado de presiones inflacionarias–, que remató en la gran crisis de 2008 y los años siguientes. La tasa promedio de crecimiento del producto en el lapso 1973-2010 fue inferior a la del periodo 1938-1973, y la tasa promedio del intervalo que va de 2010 al presente ha sido inferior a la de 1973-2010.
Martín Mosquera, editor principal de la revista Jacobin en español, recoge en su artículo “Economía política de la crisis” voces del sistema con alta conciencia de lo que ocurre. Escribe: “Martin Wolf, escritor del Financial Times y probablemente la voz más prestigiosa del periodismo económico mainstream anglosajón, afirma con preocupación: ‘Hoy, como a principios del siglo XX, asistimos a enormes cambios en el poder mundial, a crisis económicas y a la erosión de democracias frágiles… El capitalismo de mercado… ha perdido su capacidad de generar aumentos de prosperidad ampliamente compartidos’. Y, contradiciendo su pasado de liberal acérrimo, concluye diciendo que ‘el estado del bienestar es esencial’ y que ‘tiene sentido tanto desde el punto de vista económico como social’. Poco tiempo antes, también en el Financial Times… Francis Fukuyama escribió: ‘El liberalismo… evolucionó hacia tendencias que al final resultaron autodestructivas… Se rindió culto al mercado y se demonizó cada vez más al Estado como enemigo del crecimiento económico y la libertad individual. Las democracias avanzadas, bajo el hechizo de las ideas neoliberales, empezaron a recortar los estados de bienestar y la regulación, y aconsejaron a los países en desarrollo que hicieran lo mismo bajo el Consenso de Washington. Los recortes del gasto social y de los sectores estatales eliminaron los amortiguadores que protegían a los individuos de los caprichos del mercado, lo que provocó un gran aumento de la desigualdad en las dos últimas generaciones’”. Son tesis producidas por las izquierdas y apropiadas por esos autores.
Esas voces advierten sobre los riesgos políticos derivados de la producción de la desigualdad neoliberal como medio de aumentar las ganancias del capital. Desde los años 70 y 80 del pasado siglo las potencias dominantes del capitalismo vieron en los estados de bienestar un cáncer y un derroche que había que fulminar. Y lo hicieron. Ahora lo recomiendan, más que preocupados por el masivo malestar social que vive el planeta.
Trabajemos por el restablecimiento del estado de bienestar. La lucha contra la desigualdad debe ser combatida por todos los medios. Aunque su efecto sobre la acumulación capitalista puede ser nulo. Claudio X., Salinas Pliego y contlapaches dirán con histeria miope que Fukuyama es comunista. Ya se sabe, tienen los ojos y seseras del cegato hámster.