En estos días ha tenido lugar un amplio debate nacional acerca de los planes de estudio y de los libros de texto para la educación básica. En realidad, lo que está a discusión es el modelo educativo nacional, el tipo de educación que el Estado mexicano imparte para la formación de niños y adolescentes. La discusión de fondo es el tipo de sociedad que se quiere construir a través de la educación. La disyuntiva es si queremos formar individuos aislados, competitivos, desvinculados de la sociedad y que sólo vean por sus intereses personales, que ha sido el paradigma educativo neoliberal que ha privado en la educación mexicana durante las últimas décadas o si, por el contrario, queremos formar a niños y adolescentes comprometidos con su comunidad, con el respeto a los derechos humanos, con la justicia social, con el cuidado al ambiente y con una ética de solidaridad para alcanzar una vida digna. Un modelo educativo, el anterior, giraba alrededor del individuo aislado, egoísta, al que la escuela formaba como mano de obra capacitada para satisfacer la demanda del mercado laboral. El nuevo modelo pone en el centro el fortalecimiento del tejido social, de la comunidad, de la solidaridad, del humanismo a partir de un método pedagógico que desarrolla los conocimientos y saberes a partir de problemas, y del trabajo colectivo en el aula, entre alumnos, junto con los maestros y junto también con los padres de familia.
En todos los cambios de régimen y en las grandes épocas históricas hay siempre una batalla por la educación. En el caso de México, con la Independencia la educación dejó de ser un bien privado, controlado por la Iglesia católica, que formaba a las élites económicas, religiosas y políticas masculinas, y se convirtió en un bien público, orientado a desarrollar los conocimientos y las habilidades de sectores cada vez más amplios de la sociedad, incluidas las mujeres y las comunidades indígenas. Con la Reforma, que estableció la separación entre las iglesias y el Estado, éste asumió cada vez más el control del proceso educativo, mediante la creación de escuelas públicas elementales en las principales ciudades de la República, la Escuela Nacional Preparatoria y diversos institutos científicos y literarios en algunas capitales. La educación pública impartía contenidos basados en la ciencia y el racionalismo, alejados de la fe, el dogma y el anticientificismo que caracterizan a la educación religiosa. La Constitución de 1857, profundamente liberal, estableció la libertad de credos y también la libertad de enseñanza, dando a las familias que así lo quisieran y que tuvieran los medios para ello, la posibilidad de llevar a sus hijos a escuelas privadas en las que siguió teniendo una injerencia decisiva el clero católico.
La Revolución Mexicana fue un parteaguas para la educación. El artículo que provocó las mayores discusiones y que partió en dos bloques a los diputados constituyentes fue el relativo a la educación. El bloque de diputados más cercano a Venustiano Carranza defendió un contenido similar al de la Constitución de 1957: respetar la libertad de enseñanza; el Estado, desde su punto de vista, no podía impedir a las familias que así lo quisieran llevar a sus hijos a escuelas privadas y se debía permitir la enseñanza de la religión en ellas; la educación pública sería laica. El bloque jacobino, mayoritario, encabezado por Francisco J. Múgica se opuso. El dictamen de la comisión de puntos constitucionales, en la que estaban Múgica, Luis G. Monzón y Enrique Recio, decía:
“La enseñanza, que entraña la explicación de las ideas más abstractas, ideas que no puede asimilar la inteligencia de la niñez esa enseñanza contribuye a contrariar el desarrollo sicológico natural del niño y tiende a producir cierta deformación de su espíritu… en consecuencia, el Estado debe proscribir toda enseñanza religiosa en todas las escuelas primarias, sean oficiales o particulares”.
La Constitución Política de 1917 definió el carácter y el contenido de la educación: sería laica, obligatoria y gratuita, sin injerencia de las iglesias. El proceso educativo estaría controlado y dirigido por el Estado. Sobre esos principios y con la creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP) encabezada por José Vasconcelos, se construyó un gran sistema educativo que hizo universal el derecho a la educación de niños, adolescentes y adultos y que transformó, para bien, a nuestro país. Hoy tenemos un sistema educativo que garantiza que todos tengamos derecho a la educación pública, desde el nivel prescolar hasta el universitario de manera gratuita. Este sistema ha tenido grandes hitos: la creación de la SEP, las misiones culturales, las normales, la educación socialista, el muralismo, el Instituto Politécnico Nacional, los libros de texto gratuitos. El actual debate es, por tanto, sobre el modelo educativo y sobre el tipo de educación que se necesita para la sociedad a la que aspiramos.
*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México