Imposible eludir el tema sobre las interminables trapacerías de Donald Trump, ex presidente de EU. En un drama que conforme se desenvuelve semeja más un thriller en que, a pesar de las evidencias, el culpable es capaz de salir bien librado. Gracias a la interminable cauda de abogados, asesores y defensores el indiciado ha sido capaz de ponerse a salvo, hasta hora. Lo realmente insólito es que tras cada acusación en su contra, su popularidad crece de modo proporcionalmente inverso a los cargos que se le hacen. El último sondeo de opinión rebela que 70 por ciento de los republicanos creen que Trump es inocente y no sólo eso, sino que Biden es un presidente “espurio” por lo que hay que defenestrarlo. A ese paso, quien terminará como acusado será Biden. Así están las cosas en un país donde casi la mitad de su población no puede distinguir entre el fanatismo político y el deber ser en términos de la ética y la moral. El empate entre Biden y Trump, con 43 por ciento de popularidad cada uno, así lo demuestra.
No le importa a un sector de la población que en el transcurso de esta administración se ha concretado una serie espectacular de logros: superar la crisis ocasionada por la pandemia; reducir el desempleo a 3 por ciento del 15 por ciento que había hace sólo dos años; asimismo, reducir en dos años la inflación de 9 a 3 por ciento; instrumentar el programa más ambicioso de infraestructura desde los años 60 con una derrama económica que alcanza a toda la sociedad; en muchos estados aumentar en promedio 30 por ciento el salario mínimo después de haberse estancado por 50 años; rebajar el precio de los medicamentos; preservar, e incluso aumentar, la cifra de personas con servicios de salud. La lista es larga, pero para los detractores de Biden esa realidad es inexistente. La comparación que pretenden hacer con Trump no sólo es descabellada sino deshonesta.
Una “pesadilla” que desvela a muchos es que, si por efecto del laberíntico sistema judicial Trump sale airoso de algunos de los cargos que se le imputan, será muy difícil evitar que se convierta en el candidato republicano, y peor aún, que regresara a la Casa Blanca; EU y el mundo entero estarían en serios problemas. Lo preocupante no es porque represente a la más cerril y ultraconservadora corriente política, sino porque quien conducirá nuevamente el destino de la nación más poderosa del orbe carece de la moral y ética más elementales. Sería un retroceso en las aspiraciones de una nación civilizada, independientemente de que su pensamiento sea conservador o liberal.