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Cultura

2023-08-07 06:00

Rock duro y futuro

Mick Jagger y Keith Richards en la Ciudad de México, durante la gira de los Rolling Stones Bridges to Babylon, en febrero de 1998.
Mick Jagger y Keith Richards en la Ciudad de México, durante la gira de los Rolling Stones Bridges to Babylon, en febrero de 1998. Fernando Aceves
Periódico La Jornada
lunes 07 de agosto de 2023 , p. 5a

El rock siempre fue consciente de sus poderes hipnóticos y propositivos. Nació joven entre los y las jóvenes que detestaban a sus mayores. “Espero morir antes de llegar a viejo”, desafiaron The Who en su manifiesto My Generation. A su compositor, Pete Townshend, no se le cumplió el deseo.

Un puñado de álbumes y rolas me causaron impactos tremendos desde la temprana adolescencia en los sentidos, la imaginación y el lenguaje. Nada podría ser igual después de conocerlos. Sé que somos muchos. Lo socializábamos. Me creció la conciencia mientras aparecía en la radio Revolver de los Beatles, línea por línea, y aluciné de ahí hasta su final con Hey Jude y Let It Be. A partir de Between The Buttons, cualquier cosa que hicieran los Rolling Stones en los siguientes 10 años: especialmente Their Satanic Majesties Request (1967), Beggars Banquet (1968) y Gimmie Shelter (1969). Highway 61 muestra una genialidad y una gracia literaria digna de los mejores beatniks, pero recargada. Y pensar que habría Dylan para rato. Se sucedían Disraeli Gears, Crown Of Creation, Shine on Brightly, Changing Horses, Hot Rats, Kozmic Blues (estoy improvisando). Okey, son clásicos-clásicos. Así cualquiera.

De todas maneras, me atrevo a declarar que la canción que encarna el espíritu, el impulso del rock de letra, música e intención, es un single de los Stones originarios, que en 2023 cumple apenas 55 años: Jumpin’ Jack Flash. En el mejor momento de la guitarra de Brian Jones, un Keith Richards ya con todo pero aún lejos de lo que haría, y un Mick Jagger menos díscolo de lo habitual, con el metrónomo cósmico de Charlie Watts disparan la síncopa de Bill Wyman para retratar al Mesías del rock:

I was born in a crossfire hurricane And I howled at the morning drivin’ rain But it’s all right now, in fact it’s a gas But it’s all right, I’m Jumpin'’ Jack Flash …I was raised by a toothless, bearded hag I was schooled with a strap right across my back …I was drowned, I was washed up and left for dead I fell down to my feet and I saw they bled I frowned at the crumbs of a crust of bread I was crowned with a spike right through my head …But it’s all right now, in fact it’s a gas But it’s all right now, I’m Jumpin’ Jack Flash

Ni siquiera creo que sea la mejor pieza de Jagger y Richards. Tienen rolas más perfectas, geniales o espectaculares. Pero la versión original, parafraseada centenares de veces por la banda al paso de los siglos, posee la nitidez primordial del rock hijo directo del rythm & blues, de Bo Diddley y Jerry Lee Lewis a Black Keys y Dead Weather.

Qué sería de nuestras vidas sin: “I can see for miles and miles and miles and miles”; sin: “Come on, baby, light my fire”, “Lucy in the sky with diamonds”, “I don’t want to die in a nuclear war, I want to sail to a distant shore and make like an ape man”, “feed your head”, “should I stay or should I go”, “life is what happens while you’re busy making other plans”, “we skipped the light fandango, turned cartwheels ‘cross the floor”, “how does it feel to be like a complete unknown, like a rolling stone?” Cada quien sus salmos seleccionados, su devocionario. Contamos con una producción en masa de magdalenas de Proust.

Como toda música de significación, su influencia intravenosa pega directo en el sistema nervioso central y produce en quien la escucha reacciones, alucinaciones y ensueños conectados con el nudo de sus recuerdos. Una punzada. “Eso de jugar a la vida es algo que a veces duele”, cantaba Enrique Ballesté. O como los fusilados villistas, “nomás me duele cuando me río”.

Para bien y para mal, el rock disolvió la frontera entre la música y el ruido. Entre el juglar y el ídolo. Entre el rey y el vagabundo. Entre los tambores del África primordial y la cara oculta de la Luna. La Cultura sería también Popular, o no sería. El rock convocaba a las masas. El director, compositor y divulgador Leonard Bernstein predicaría con el ejemplo y aplaudió tempranamente la novedad de Sargent Pepper’s. Su tocayo Cohen encarnó el paso de la poesía-libro a la canción y el mester de juglaría.

¿Tenía razón Neil Young en 1982 al lanzar su Rock’N Roll Can Never Die? En México, Álex Lora gritó por años jactancias parecidas. La cuestión lleva abierta muchos años. En parte, por el impacto comercial que tiene, o ya no, este género musical, los millones más o menos que lo escuchen o interpreten. En parte también obedece a la duda más relevante de si la nueva creatividad roquera posee la significación musical y la originalidad de sus fuentes originarias, que muy bien ocupan toda la segunda mitad del siglo XX.

Al rock no le hace falta ser masivo para existir, aunque las masas le vienen muy bien. Previsiblemente, habrá renovados creadores e intérpretes que rebasen la imitación y la paráfrasis, y elaboren música nueva y sofisticada de alguna manera determinada por el rock “de antes”. Los archivos barrocos quizá compiten con los archivos del rock; pero éste, a una escala estratosférica, es un juguete favorito del algoritmo. Le esperan muchas oportunidades de resonar todavía, y quizás, inevitablemente, sucumbir a la inteligencia artificial. Ya se “hizo” una canción inexistente de los Beatles. Cualquier cosa puede ocurrir.

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