Los muros hablan en el Pedregal de Santo Domingo. Cuentan historias cotidianas y míticas, demandan justicia, emiten crítica social y política, reivindican el pasado ancestral de México y estrechan lazos solidarios con otras naciones, además de plantear mejores condiciones de vida y un futuro más halagüeño.
Basta caminar unos minutos por las ajetreadas calles de esa colonia contigua a Ciudad Universitaria para toparse con más de un mural de dimensiones considerables, en los que lo mismo se narra la historia del maíz que se exige justicia por los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa desaparecidos.
Es una mezcla de contrastes entre el colorido de esas obras pictóricas y el lánguido gris del concreto de algunas construcciones aún sin concluir en esa ubicación, que hasta antes de septiembre de 1971, año en el que fue fundado por una invasión ilegal de tierras, era un agreste pedregal.
Se pueden encontrar algunas reproducciones de obras de Daniel Manrique, de Tepito Arte Acá, quien hace varios años dio un taller en este lugar, así como otras firmadas por Pykazzo de Barrio. Acaso porque son una presencia cotidiana, nadie ha contado cuántos murales hay, ni siquiera se tiene una idea. La información más aproximada es que “son muchos”.
En la esquina de las calles Canahutli y Xochiapan, en el mero centro de Santocho, como se le llama de manera coloquial a esa colonia, hay al menos seis murales de temática variopinta, desde consignas feministas y una efigie de Fidel Castro hasta una obra en apoyo a Colombia, realizada cuando ese país enfrentaba momentos complicados hace un par de años.
No es exagerado afirmar que ésta es la galería al aire libre de la zona, gracias al entusiasmo del pedagogo Fernando Alonso Chávez, quien hace 20 años decidió aplanar los muros exteriores del que en principio era el ho-gar de sus padres y ahora el suyo, para dejarlo a la creatividad de los artistas urbanos.
Son más de 35 metros de largo por casi tres de altura a los que cada determinado tiempo, a veces años, diversos creadores oriundos y de otras partes acceden para plasmar sus ideas, no sin antes presentar el proyecto de la obra ante el propietario del inmueble.
“Los chavos grafiteros respetan estos murales porque saben que son para el barrio, una expresión cultural, algo que los representa. En ellos se pueden ver los problemas sociales de la colonia, pero también las luchas que se libran en otras partes de México y el mundo”, indica el colono, quien también es responsable de otro proyecto de integración y esparcimiento social en ese núcleo humano: una reunión semanal de karaoke, en la que incluso se toman clases de canto.
Uno de los colectivos de artistas urbanos más conocidos del Pedregal de Santo Domingo es Insurrección Visual, fundado hace 13 años por el muralista Eduardo Rivas López, coordinador del Comité Universitario de Solidaridad con el Pueblo Palestino, de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien cuenta con alrededor de una docena de obras en esta parte de la ciudad y más de 60 en el país.
Para el también sociólogo, originario de esta colonia, los muros deben servir también como medio de expresión y comunicación social al servicio de los pueblos.
“Ponemos nuestros colores para transformar al mundo de manera revolucionaria. Los murales son una herramienta de comunicación y nos han servido para expresar exigencias de la comunidad y de luchas sociales”, dice.