Recién llegados a México, en marzo de 2015, los cinco investigadores del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) decidieron no sólo abocarse a la investigación penal del caso Ayotzinapa, sino “dejarse tocar por los relatos de dolor y sufrimiento” de los papás y mamás de los 43 estudiantes desaparecidos, los tres asesinados, los heridos graves y los muchachos sobrevivientes, que se reconocieron “traumatizados” en la Noche de Iguala.
De esos momentos de escucha paciente habla con La Jornada Carlos Beristain, quien fue integrante del GIEI, en una entrevista donde narra los momentos más intensos del acompañamiento sicosocial: del “tremendo impacto” que ha provocado a este colectivo de familias guerrerenses la mentira del basurero de Cocula; de ese “volver al lugar de la pesadilla” de los normalistas que salieron indemnes del ataque; del efecto devastador del ocultamiento de información clave para conocer el paradero de sus hijos, aun a la fecha, de “la pérdida de la confianza por segunda vez”.
De lo conversado se explica cómo, a lo largo de nueve años, se mantiene de pie el grupo de padres de Ayotzinapa.
La salida del GIEI de México ante la rotunda negativa del Ejército de abrir el último candado para conocer información crucial, justo en la recta final de la investigación, supuso para las familias de los muchachos otro golpe a su esperanza de saber finalmente, nueve años después, el paradero de sus hijos. Un impacto distinto al que sufrieron el sexenio anterior, porque “con el presidente López Obrador ya se ha construido un clima de confianza. Y no sólo eso, sino que también estás tocando la esperanza. Y la pierdes por segunda vez. Eso ya es muy difícil de recuperar”.
–Ellos han dicho: AMLO faltó a su palabra. ¿Qué pasa ahora?
–Hemos tratado de contener para evitar que la respuesta sea la rabia. La rabia es una respuesta normal frente a una situación anormal. La cuestión es qué se hace con esa rabia para que sea constructiva. Y en este caso la lucha colectiva es una forma de canalización positiva. Y no sea utilizada por otros con fines ajenos.
Bilbaíno de origen, Beristain ha trabajado en atención sicosocial con víctimas durante tres décadas. Participó en la elaboración del informe “Nunca más” de la guerra en Guatemala, por el cual el obispo Juan Gerardi fue asesinado. Trabajó con el tema de la tortura del Estado a presos políticos en el País Vasco y el desplazamiento de la población en el Sahara Occidental. Ha sido parte de las comisiones de la verdad de Colombia (la más reciente), Ecuador, Paraguay y Perú.
“Bromeábamos entre nosotros: la i de interdisciplinario del GIEI era sólo por mí. Los otros cuatro son destacados penalistas especializados en derechos humanos”. Son las ex fiscales de Colombia Ángela Buitrago y de Guatemala Claudia Paz y Paz, así como los abogados Francisco Cox, chileno, y Alejandro Valencia, colombiano.
¿Cuánto puede pesar una mentira?
–¿Cómo se sintieron los padres cuando la PGR les dijo que a sus hijos los habían matado y quemado en un basurero, que ya no buscaran más?
–Fue la expresión máxima del desprecio por la vida. Botados en un basurero, quemados como un leño o un animal. De inmediato entendieron que estaban escuchando una historia que no es.
“En las víctimas siempre hay un intento de darle sentido a lo que está pasando. Cuando tienen que enfrentar engaños como el de la ‘verdad histórica’, que fue una distorsión intencional de lo que pasó realmente, el golpe sicológico es tremendo.
“Los familiares confrontaron esa versión durante mucho tiempo solos, sin apoyo. Cuando tuvimos listo nuestro primer informe, en el que con pruebas científicas desechamos esa versión, fuimos a Ayotzinapa a presentarlo a las familias y a los estudiantes. Emiliano Navarrete, uno de los papás, nos dijo: ‘Nos han quitado de encima el peso de la mentira’. Uno se pregunta: ¿cuánto puede pesar una mentira?”
–¿Cómo se hizo el trabajo sicosocial en este caso?
–Se abrió un espacio para la expresión de los sentimientos de cada quien, pero también le dimos mucha importancia al trabajo de la búsqueda. Ahí se puede canalizar mucho del dolor, la necesidad de saber, no permanecer pasivo, sino hacer algo por sus hijos.
“En la sicología hay algo que se llama la interiorización del daño. Un daño que se ha producido socialmente se interioriza. Los padres se preguntan si no tuvieron ellos la culpa. Fuimos los cinco a esas conversaciones; teníamos que dejarnos tocar por sus historias para poder entender lo que les estaba pasando. De ahí salieron cosas invisibles que son determinantes.”
Beristain cita varios momentos en los que, gracias a la confianza construida, surgieron datos que se habían callado y que tenían enorme importancia para el esclarecimiento de lo ocurrido. Así se develó otro detalle que desmentía de manera contundente a la PGR peñanietista, que aseguraba que a las 12 de la noche todos los muchachos ya estaban muertos.
“Fue en una sesión con el tema de la telefonía. De pronto una mamá nos dice: ‘mi hijo me escribió pidiendo urgente una recarga a la 1:40 am’. Imposible, respondí. Mostró su teléfono y, en efecto, el último recado había llegado más de hora y media después del momento en el que, según la versión, ya ninguno vivía. Seguimos la pista, verificamos y se comprobó que ese muchacho se había comunicado con su mamá a esa hora.”
–¿Cuál fue el momento que más te marcó?
–Cuando fuimos a verlos por primera vez a la escuela hablaron muchos, 13 o 14. Nos dijeron tres cosas: dígannos siempre la verdad por dura que sea; sólo confiamos en ustedes y, por favor, no se vendan.
“Al principio no entendí. ¿Cómo vendernos? Comprendí cuando empezamos a ver toda la estrategia que se montó alrededor nuestro, cómo se nos trató de manipular. Un ejemplo: después de que presentamos tres peritajes demostrando que la pira del basurero no pudo haber existido se nos orilló a aceptar que se hiciera un cuarto peritaje con seis expertos.
“El vocero fue un bombero que mandaron traer de Texas, James Quintire. Presentó el reporte en inglés. Pedimos tres días para tener la traducción, estudiarlo en detalle y después presentarlo a la opinión pública. El estadunidense dijo que le dolía la espalda y tenía que irse de inmediato al aeropuerto. Se fue, pero no al aeropuerto. Bajó un piso y ahí, sin que estuviéramos presentes, en una conferencia de prensa dijo que sí existió la incineración en el basurero. Mintió. Y el contrato para ese peritaje fue reservado a perpetuidad. Ahí entendimos cómo la gente podía pensar fácilmente que nos habíamos vendido.”
Y cuando parecía que ya no había manipulación…
–Supuestamente ya pasó el tiempo cuando se daban este tipo de manipulaciones. Y entonces ocurrió la presentación de los pantallazos de la Comisión de Acceso a la Verdad y la Justicia, que aportaban supuesta nueva información en el sentido de que varios chavos habían estado vivos y trasladados a distintos sitios. ¿Cómo fue ese momento?
–Muy duro. Ese informe no se consultó antes con los padres. Fue en Palacio Nacional, en un ambiente muy confrontativo y frente al Presidente y los secretarios de Marina y Defensa. Alejandro Encinas no dijo de dónde habían salido esos mensajes. Los padres se sintieron terriblemente golpeados, atacados en su dignidad. Después hicimos un peritaje técnico, demostramos las inconsistencias en el lenguaje y los metadatos y descartamos esos pantallazos como prueba válida.
–La partida de ustedes es otro golpe a su esperanza. ¿Las familias están preparadas para continuar la lucha sin el GIEI?
–Sabemos que nuestra salida del país provoca un gran sentimiento de pérdida. Pero los papás han crecido enormemente en estos años. No significa que haya disminuido el dolor y la indignación. Hay que procurar que esa rabia no la usen otros políticamente para otros fines.
“Lo que ahora hay que hacer es poner los focos sobre lo que deben ser los siguientes pasos, que no prevalezca el sentimiento de impotencia, de que no se puede hacer nada.”