México, el décimo mayor proveedor de alimentos del mundo, debe una cuarta parte de su producción de comida al sur-sureste, una región abundante en recursos naturales, pero históricamente abandonada social y económicamente. A los añejos rezagos se añade una profunda crisis migratoria y la presencia del crimen organizado. También a este complejo panorama se suma un enemigo silencioso, cada vez más visible en sus efectos: el cambio climático, que materializado en sequías, lluvias torrenciales y alteración de ciclos amenaza con terminar de detonar una crisis alimentaria que eventualmente afectará a todo el país.
El pulmón agroalimentario del sur-sureste se ubica en Chiapas, específicamente en el Soconusco, una región del estado que colinda con Guatemala. Ahí, a unos 30 minutos de Tapachula, incrustada en los límites de la Sierra Madre de Chiapas, se encuentra la localidad de Huehuetán, desde donde Ismael Gómez Coronel, un pequeño productor, lanza una frase lapidaria: “Hay tantas cumbres sobre el cambio climático en el mundo, pero todos llegan desde sus ciudades en sus aviones privados. Eso es puro discurso, nosotros en el campo vemos la cruda realidad: los arroyos se secan, los campos se inundan y las personas apenas sobreviven”.
Don Ismael, como lo conocen en la comunidad, es un viejo campesino que sobrevive, como otras 170 mil personas en Chiapas, de la siembra y venta de café; sin embargo, en su huerta, para el consumo de su familia también tiene otros cultivos como maíz, plátano, mango, mandarina, guanábana, aguacate, limón y rambután, y aunque no descarta algún día poder comercializar esos productos y aumentar sus ingresos, la situación no es sencilla, pues el “mal tiempo” merma las posibilidades.
“Estamos sobre una región abundante de tierra fértil gracias a que estamos a las faldas del volcán Tacaná, pero desde hace unos años algo pasa con el clima, los ciclos han cambiado. Ya no sabemos cuándo va a llover, cuándo va entrar el verano, vemos lluvias pero no llueve, esa incertidumbre golpea mucho al campesino. Ahorita como quiera sobrevivimos, pero la preocupación está en el mediano plazo, e incluso me atrevo a decir que hasta en el corto esto va a ser caótico”, advirtió.
Él no es el único que ve estos cambios. Al otro extremo del Soconusco, en Mazatán, Eduardo Vázquez, otro pequeño productor del ejido de Marte R. Gómez, que no rebasa los 50 años, recuerda que cuando era niño su padre le decía una peculiar frase: “te va a llover como agua de mayo”. La usaba, cuenta, porque no había primero de mayo sin lluvia; sin embargo, el tiempo ha pasado, y ahora las primeras gotas caen a finales de mayo o principios de junio, incluso ha habido años que llegan en julio. “Hay un gran descontrol, primero nada de agua y calor extremo, pero luego cae demasiada agua en muy poco tiempo, eso es el cambio climático porque antes no pasaba. El campo se encuentra en una incertidumbre preocupante y de alto riesgo”, sentencia.
Si bien los más afectados con el cambio climático son los pequeños productores, las grandes fincas no se escapan, pues ante lluvias sin precedente, calores más fuertes y sequías prolongadas, las inversiones para no perder producción son cada vez más elevadas y las ganancias, menores.
“Controlar las afectaciones del clima es cada vez un mayor reto en la finca, implica inversión en sistemas de riego, más uso de fertilizantes, más trabajadores, más todo. Sólo el año pasado los vientos nos tiraron 600 árboles”, cuenta Martha Bermudez Yoc, administradora del rancho Santa Cruz, en Tapachula, mientras camina con machete en mano entre las plantas de banano, cuyas tres cuartas partes de la producción (tres camiones cargados con mil 200 cajas cada uno a la semana) están dirigidas a Texas a una empresa comercializadora que luego los exporta a Japón bajo la conocida marca Chanitos.
Ningún cultivo se escapa
En Huehuetán, cuenta don Ismael, hay un claro ejemplo de cómo el cambio climático afecta a los campesinos, pues asegura que la producción de mango de la comunidad, el fruto más importante de todo el estado (anualmente se producen 380 mil toneladas), ha ido “dramáticamente” en picada, al grado de que en la década reciente ha caído aproximadamente 70 por ciento.
“Para mí el cambio climático se ve en el mango. Aquí se producía mucho mango cristalino, pero desde hace unos 10 años a la fecha algo pasa. Por ejemplo, se da la floración pero viene una lluvia fuerte y no da el fruto, la siguiente vez vuelve a florear y se da algún viento fuerte y nada de fruta, y así sucesivamente. Ese es un efecto del clima, porque el árbol florea, y florea bonito, pero pasan los días y ni un mango, en tiempos de producción llegamos a ver huertas que no tienen un mango”, cuenta, mientras recorre su huerta.
Los efectos no se limitan al mango: en todos los cultivos de la región se ven los impactos del cambio climático, “en otros más, en otros menos”, dice el campesino.
Por ejemplo, cuenta, hasta hace una década la producción de café en Chiapas era de alrededor de 3 millones de sacos anuales, ahora está en 1.5 millones, una caída drástica causada por las plagas, específicamente por la roya, que es un hongo que ha proliferado a consecuencia de la humedad excesiva.
Enfermedades y plagas como la roya, explica, son en su mayoría causadas por las variaciones extremas en el clima, y se dan en cualquier cultivo.
Por ejemplo, dice: “Yo me quiero dedicar a la producción de limón, pero mis árboles de limón, que apenas tienen tres años de edad, ya comienzan a tener enfermedad, la famosa mancha negra, que se da por variaciones en la humedad de la tierra, esa mancha hace que las ramas se comiencen a secar hasta que sucede con todo el árbol. Eso pasa con todos los cítricos que tengo aquí”.
Calentamiento brutal
Al caminar entre las huertas el sol quema, y bajo los árboles el calor es sofocante. “Antes no hacía tanto calor como este año”, asegura Eduardo Vázquez, o El Lic como lo conocen en el ejido. “Antes estabas en tu casa y como si nada, pero ahora es más complicado, incluso si estás en una palapa o bajo la sombra de un árbol hay que poner algún ventilador para estar a gusto. El tiempo se descompuso feo”, añade.
El productor de mango y plátano recordó que hace dos años la región enfrentó una larga sequía, “no llovió hasta octubre, fue dramático. No había ni agua para el ganado ni para las familias, los pozos artesianos se secaron porque el manto acuático baja y ahí nos veías a todos en la comunidad picando más profundo para ver si hallábamos agua”.
Todo cultivo depende del agua, señala mientras ve al horizonte como recordando esos días de sequía, pero en Chiapas, es indispensable para el plátano: “El plátano es pura agua, si no hay, no hay cosecha. Hace dos años se perdió mucho plátano y maíz, yo estimo que más de la mitad de los productores de la zona perdieron sus cultivos, fue brutal esa sequía”.
Los que lograron subsistir, indica, fueron los grandes productores que tienen sistemas de riego, mientras los pequeños perdieron todo, incluido el poco maíz que sembraron, pues como todos los años comenzaron el proceso de siembra tomando como referencia las primeras lluvias de mayo; sin embargo, cuenta que “de un momento a otro dejó de llover, incluso la milpa ya estaba jiloteando (cuando el maíz comienza a cuajar) y sacando la flor, pero a causa de eso ni se desarrolló la mazorca. No sólo se perdió toda la cosecha, también la inversión y trabajo de abonar, preparar la tierra, barbechar, etcétera”.
Esa situación no fue exclusiva de aquella sequía, cuenta don Ismael, “es un cambio que ha llegado para quedarse y causa mucha incertidumbre”, pues en tiempos de lluvia llega a caer agua unos cuatro días seguidos y luego, de pronto, se detiene. “No entendemos qué pasa, y en el caso del maíz eso es fatal, pues se necesita exactitud en la siembra, porque, ¿qué pasa? Cuando la flor abre, inmediatamente se mete un gusano, el cual es ahogado con la lluvia, si esto no sucede en cuatro o cinco días, se convierte en plaga y destruye la cosecha”.
El calentamiento de la tierra es “brutal”, añade, pues sin necesidad de una sequía, es decir, un periodo largo sin lluvias, la tierra se comienza a agrietar aún en temporada; por ejemplo, remarca el productor de Huehuetán, “antes los charcos retenían el agua, si no llovía tres o cinco días decíamos que ahí estaban los charcos, pero ahora llueve y de un día a otro ya están secos, el calor ha aumentado de forma dramática. Yo reproduzco tilapia para autoconsumo, y ahora he tenido que oxigenar el agua porque ésta se ha calentado de más y eso ha provocado que los peces se mueran”.
El calor extremo y la sequía no son temas menores, apunta, pues en su caso en los años recientes tuvo que implementar un sistema de riego bombeando agua desde el arroyo; sin embargo, no todos los campesinos tienen la suerte de tener uno cerca, o bien, los recursos para invertir en eso, no obstante, “si se seca el arroyo, ¿cómo voy a regar”, se cuestiona, para después recordar que hace 10 años ese cauce de agua se quedó con únicamente una pulgada de agua. “No estamos lejos de que los ríos se sequen, antes eran enormes, ahora el arroyo que está aquí cerca no es ni la mitad de lo que era. Espero equivocarme, pero en cinco años veremos las verdaderas afectaciones del cambio climático al campo”.
Explicó que este año el calor fue tan fuerte que no pudo esperar a las lluvias y se vio en la necesidad de regar sus árboles de rambután, un fruto típico de la región; sin embargo, con lo que no contaba era que las primeras lluvias llegarían hasta finales de mayo y no a principios, lo que provocó que los árboles crecieran sin follaje, afectando la producción: “La cosecha no fue buena, pura vara cuando debería estar frondoso”.
Lo mismo, declaró, sucedió con sus árboles de naranja, limón y aguacate; además, por la falta de agua sus tallos han comenzado a desarrollar la mancha negra. “Hay árboles que apenas el año pasado estaban frondosos, y ahora están casi secos, eso es cambio climático”.
Climas extremos
Personal de Protección Civil, cuenta Eduardo Vázquez, se ha acercado a los ejidatarios para advertir que este año caerá 30 por ciento más lluvia que el año pasado. “Hay un descontrol total, primero nada de agua y luego nos llegan lluvias torrenciales”.
Este problema no es exclusivo de los pequeños productores, cuenta la administradora del rancho Santa Cruz (quien con menos de 30 años se enfrenta al reto de organizar a más de 70 jornaleros y demás empleados de la finca), pues las lluvias precipitadas muchas veces rebasan sus sistemas de desagüe, por lo que llegan a estresar las plantas, provocando racimos de banano más pequeños, que a final de cuentas se traduce en menor producción.
“Este año hemos notado afectación por el cambio climático que se ve en plantas estresadas. El agua en exceso provoca que la planta se doble y la producción se merme; además, la maleza crece con más fuerza y al competir por nutrientes marchita al banano. Es fundamental tener el agua ideal, pero el clima ya no lo permite”, cuenta.
Don Ismael sigue caminando por su huerta y voltea a ver su pequeña parcela de maíz que siembra para autoconsumo. “Este año ahí va”, dice, pero es mucha menos que otros años, incluso, las mazorcas son más pequeñas y con menos granos, un fenómeno que se repite en toda la región, y que para tratar de solucionarlo recurren a herbicidas y semillas genéticamente mejoradas, lo que está haciendo infértil la tierra. “Todos hablan de que se viene la crisis del campo, pero los campesinos ya la estamos viviendo”, remata.