Daniel Raventós, profesor de la Universidad de Barcelona y permanente observador de la escena internacional, se preguntó recientemente si todas las ideas merecen respeto. Concluyó que ninguna lo merece, no son intocables. Merecen respeto las personas, no las ideas que, todas, deben estar sujetas a permanente escrutinio y debate, dijo. Más aún, añado, debería distinguirse entre las ideas que buscan establecer un hecho real, y las expresiones que son disfraces de intereses inconfesables, que enmascaran injusticias. ¡Cuánto de esos disfraces circula en México en nuestros días! Por supuesto, es en el campo de la economía, de la política y de los problemas sociales donde el antagonismo entre ideas e “ideas” es agudo, hasta producir desesperación o ciega cólera en algunos.
Hay no-ideas disparatadas que siguen vigentes: la Tierra es plana, o las vacunas conllevan un chip para controlar a los humanos, pongamos por caso. Como esas hay una infinidad. Algunas portan tan elaborados disfraces, que logran permear en multitudes. Pero como no existen jueces para discernir entre ideas reales y expresiones disfrazadas, todos y cada uno permanecemos en el campo de esta batalla en nuestras trincheras; no hay intercambio ni comunicación posible. Este campo de batalla se vuelve insania cuando los intereses económicos no tienen el respaldo incondicional del poder político: es lo que ocurre hoy en México. “Por el bien de todos, primero los pobres” resulta absolutamente inadmisible, cuando el roce infligido a los grupos antes dominantes apenas es perceptible.
Andrés Manuel López Obrador recibirá un reconocimiento histórico especial por ser un Presidente que gobierna teniendo en mente, por encima de cualquier otra cosa, a los excluidos de la historia. No sólo eso: su obra pública perdurará por lustros porque por mucho tiempo sus efectos continuarán actuando en favor de la nación y del conjunto de sus habitantes. Pero los separados del poder político –por una decisión que antes fue promesa de campaña de AMLO– no pueden soportar el mundo de hoy; ellos tendrían que continuar con sus intereses económicos a salvo –tal como continúan en nuestros días– pero, además, proseguir con el mangoneo del poder político en su exclusivo beneficio. La fragilidad epidérmica de los grupos beneficiarios es tal, que los cambios en nuestra escena social y política introducidos por el gobierno de la Cuarta Transformación (4T) los abruma, los asfixia, los aplasta. Nadie les ha quitado nada, que no sea el poder político que nunca debieron confiscar.
No son sólo señores del dinero los abrumados; también lo son los señores del inmenso aparato mediático que los acompaña. Hemos visto ya a los abrumados vinculados a la efímera campaña sobre el supuesto asesinato de Xóchitl. Ese aparato vive en la crispación; también ahí viven los intelectuales que, como todos sabemos, fueron beneficiados por los regímenes neoliberales. Fueron sexenios de una plata a raudales que ya no circula.
Al invertir tiempo, esfuerzo y recursos –probablemente sin precedente– en los excluidos de siempre, AMLO no ha dedicado el tiempo ni las decisiones –que los reclamantes quisieran– a atender la democracia electoral que, sin remedio, sólo arropa a las élites políticas: Morena y los partidos de la derecha, esos del pasado, ralos en extremo de base social. Al mismo tiempo, los señores del dinero y su aparato de acompañamiento permanecen con la cara vuelta hacia el infinito mientras variadas fuentes mediáticas sitúan al Presidente con 60/70 por ciento de aprobación, o en segundo lugar de aceptación, a veces primero, en las comparaciones internacionales. Aun así, los pocos que he referido, y minorías sociales, lo ultrajan con la más procaz palabrería.
Las derechas, por el mundo, organizadas en partidos, suelen hacer arduas elaboraciones ideológicas, tienen una visión propia de la historia y horripilantes pero trabajados “valores” morales y políticos. Un caso ejemplar es Vox en España. La derecha mexicana, desplazada del poder en 2018, está por primera vez en cerca de un siglo, en la oposición. No ha intentado elaborar nada para ofrecer a la sociedad mexicana. Su programa es negar y despreciar lo que haga el gobierno. Uno de los momentos de más alta exhibición de la miseria moral del prianismo ocurrió durante la pandemia de covid-19: combatieron denodadamente en las cámaras de Diputados y Senadores, y en los medios, el cuidadoso y responsable manejo de la reconversión hospitalaria, los recursos ilimitados asignados al manejo del grave momento y la ejemplar campaña de vacunación.
No es gratuita la amplísima legitimidad de que goza el gobierno de la 4T. Por eso el futuro parece más claro que nunca: las derechas perderán las elecciones de 2024. Todo esto es apenas el discurrir de Perogrullo, pero ni este famoso caballero es oído por el prianismo.
¿Qué van a ofrecer las derechas para 2024?: un programa neoliberal que perpetrará José Ángel Gurría –vividor del erario–, un programa derrotado en 2018. Así está su ofuscación.