El sector de la humanidad más marginado, discriminado, ignorado, vilipendiado y explotado ha sido el de los pueblos indígenas u originarios. ¿Lo siguen siendo? La respuesta correcta creo que es “están dejando de serlo”, y ello tiene que ver con lo descubierto en las últimas dos décadas por cierta ciencia liberadora o libertaria, cuyos aportes han transformado la falsa idea que se tenía de ellos, alimentada por las ideologías clasistas y racistas de siempre. El primer avance fue el reconocimiento de que los pueblos indígenas conforman la diversidad cultural de la especie humana, hablantes de unas 7 mil lenguas, cada una de las cuales constituye una particular manera de ver el mundo. Además, los estudios etnobiológicos y etnoecológicos vinieron a revelar la existencia de cierta “sabiduría indígena”, un complejo repertorio de conocimientos, tecnologías y estrategias productivas que junto con sus cosmovisiones les dotan de un rasgo notable: una relación de respeto hacia la naturaleza, en franco contraste con los mecanismos destructores generados por la modernidad. Hoy esa sabiduría ha situado a los pueblos en un plano similar al de la ciencia contemporánea, lo cual exige llevar a la práctica un “diálogo de saberes”.
Una segunda revelación fue la estrecha relación que guardan las regiones habitadas por los pueblos indígenas con las áreas de mayor riqueza biológica. Dos contribuciones nodales fueron las realizadas por quien esto escribe (un capítulo para la Encyclopedia of Biodiversity, https://rb.gy/ipzdj), y por G. Oviedo y coautores a partir de los datos del llamado Proyecto Global 2000 del World Wildlife Fund (Fondo Mundial para la Naturaleza). Oviedo y su equipo identificaron 136 regiones ecológicas terrestres que por sus características se definieron como áreas prioritarias para la conservación, en 80 por ciento de las cuales habitan pueblos indígenas (https://acortar.link/hOAwY8).
Los avances logrados en las tecnologías de la percepción remota y el procesamiento de datos que permiten la creación de sistemas de información geográfica (SIG) de gran precisión, capaces de procesar gran cantidad de datos y su representación espacial o cartográfica, permitieron refinar lo anterior. Conservación Internacional identificó 40 regiones del mundo que con apenas 8.4 por ciento de la superficie terrestre contienen 67 por ciento de las especies de plantas vasculares, y más de 50 por ciento de las especies de vertebrados terrestres (mamíferos, aves, reptiles y anfibios). En una investigación seminal L. J. Gorenflo y colaboradores determinaron en 2012 que el número de lenguas, es decir, de pueblos indígenas que habitan esas regiones alcanzan un total de 4 mil 824, es decir, casi 70 por ciento de los pueblos indígenas del mundo (https://www.pnas.org/doi/full/10.1073/pnas.1117511109).
Un tercer avance tuvo que ver con la localización, mapeo y cuantificación de los territorios habitados o reclamados por los pueblos indígenas. Un estudio de Garnett en 2018 mapeó los territorios en 87 países, encontrando que esos equivalen a ¡25 por ciento de la superficie del planeta!, unos 38 millones de kilómetros cuadrados, y que 40 por ciento coincide con áreas naturales protegidas o regiones poco o nada impactadas.
Finalmente, un último paso se dio con la aparición en 2010 del llamado Consorcio TICCA (siglas en inglés para Indigenous and Community Conserved Areas) (https://www.iccaconsortium.org/index.php/es/inicio/) que agrupa organizaciones y federaciones indígenas de 80 países, además de un consejo internacional de asesores dedicados a apoyar procesos de gobernanza, gestión y conservación bajo una perspectiva descolonizadora. De manera similar a Vía Campesina, esa organización de escala planetaria promueve y conecta “territorios de vida” concebidos como fuente de identidad y cultura, de autonomía y autogestión, en una perspectiva abiertamente política.
Concluyendo, el empoderamiento alcanzado por los pueblos indígenas en las últimas décadas ha surgido de la sinergia creada entre el conocimiento generado en la academia y los movimientos de resistencia y rebelión y sus organizaciones. Este es ya un nuevo poder de índole territorial que irá consolidándose en la medida en que logre conectar (se), de tal manera que se pase de islas a archipiélagos y a mares. Termino este ensayo reproduciendo las palabras de David Choquehuanca, principal filósofo del “buen vivir”, canciller (2006-17) y actual vicepresidente de Bolivia: “El movimiento de cuidar la vida y la hermandad, de trabajar la integración y la renovación, crece. Nuestros abuelos nos han dicho que la última batalla del capitalismo y del imperialismo la van a hacer contra los pueblos indígenas y la van a perder. La cultura de la vida se va a sobreponer a la cultura de la muerte” ( La Jornada, 29/7/23).