La crispación y polarización que vive el país nos ha hecho olvidar que muchas veces puede ser más alto el fuego, más la presión, más la tensión política. Esa realidad la está configurando la elección presidencial. Pasamos en algunas semanas de hablar de corcholatas, a culpables de un potencial magnicidio. Por el bien del país, que es nuestra plataforma común a pesar de las diferencias, conviene rencauzar la discusión político-electoral hacia el proyecto en el que cualquier mexicano, cualquier mexicana, podría coincidir y sentirse representado. El otro es un camino peligroso.
Las palabras de los liderazgos, oficialistas y de oposición, adquieren vida propia en el eco de sus seguidores en las redes. Así, una insinuación, un guiño, un eufemismo, se transforman como bola de nieve en una escalada de odio; en una república irreconciliable, donde el otro no es competidor o adversario en democracia, sino un cáncer a extirpar, una plaga a eliminar, un error a corregir.
Las palabras ruedan montaña abajo con la ira acumulada de los bandos, y en los últimos días se han dicho y replicado cosas de altísimo riesgo para México. Envenenar la atmósfera política puede ser nuevo para algunos tuiteros convertidos en “líderes de opinión”, pero no para quienes atravesamos el impensable 1994. La atmósfera política es algo que no se mide en una escala, pero se percibe y se siente. El desastre es imprevisible en hora y día, pero no las condiciones que lo hacen posible.
Ese es el centro del debate que hoy debería ocuparnos: ¿cómo creamos condiciones para poder competir en democracia en 2024, sin que el triunfo o la derrota impliquen la eliminación del otro?, ¿dónde está el centro político donde caben los acuerdos, y la coincidencia de ideas no implica una traición ideológica?, ¿cómo construimos la atmósfera política que, esa noche de resultados en la elección presidencial y en los miles de cargos públicos que se disputan, podamos irnos a dormir sabiendo que habrá paz social, estabilidad, reconocimiento de resultados?, ¿cómo inyectamos oxígeno puro a esta atmósfera densa, nebulosa, envenenada, que provoca temores fundados e infundados, en el gobierno, la oposición y la ciudadanía?
Espero que la autoridad electoral, el INE, tenga estas interrogantes en su radar. La esencia de esa institución radica precisamente en las respuestas. El INE puede y debe ser más que un organizador de elecciones, un mandato de sí debilitado. Debería y podría ser un promotor de la legalidad democrática, de una cultura de respeto por el contendiente político, de garantías para poder votar, de respeto por todas las actividades propias de la democracia, como la cobertura del acontecer político que realizan los medios de comunicación.
En suma, un promotor de la concordia. Un árbitro que ayude a destensar lo que la política naturalmente tensa; una pieza neutral que gane si gana México, no un partido político.
Hay en todo esto una corresponsabilidad ciudadana. La forma de informarnos hoy define lo que pensamos de ciertos temas. El contraste de planteamientos, el contexto, es básico para construir un juicio medianamente equilibrado. Las redes sociales, tristemente, hoy son la principal fuente de información para millones de mexicanos. Redes sociales que tienen un filtro para cada lector, un algoritmo que predetermina la potencial afinidad con ciertos contenidos y que, en los hechos, reafirma las posiciones del lector. El radicalismo que las democracias a nivel global están conteniendo con mayor o menor éxito, no se entiende sin este mecanismo de acceso a las noticias. Quien duda y sospecha de la oposición, acaba odiándola. Quien está insatisfecho con las políticas del gobierno, termina creyendo que es la razón de todos los males en el país.
Sin contexto, sin contraste, con polos opuestos, reduciendo a un país de 130 millones de habitantes a dos mantras, la atmósfera política es difícil de respirar.
Vamos tarde en la promoción de un acuerdo mínimo entre las partes, que permita que el respeto, las ideas y proyectos, prevalezcan sobre la insidia. “México se juega todo”, dicen una y otra parte, y tienen razón. Pero México se ha jugado todo muchas veces. Pocas, como hoy, con tal amenaza de poderes fácticos al acuerdo elemental que significa el Estado.
La atmósfera política será determinante no para elegir gobernante seis años, sino para garantizar que quien participe, pueda hacerlo de forma legal, legítima y democrática.
Nada más.