Al parecer, es inevitable que en las boletas para elegir presidente de Estados Unidos en 2024 aparezcan Donald Trump y Joseph Biden como los candidatos de los partidos Republicano y Demócrata, respectivamente. Pese a que día con día Trump acumula más demandas y delitos que pudieran impedir su candidatura y de que aún se duda de la efectividad de Biden en la conducción económica del país, las encuestas de opinión los sitúan en el primer lugar de las preferencias. Falta más de un año para los comicios y podría haber muchas sorpresas. Una es el crecimiento de la corriente que ha propuesto una “no alineación” con los demócratas o los republicanos que pudiera disputar votos a los aspirantes. Para todo fin práctico, dicha “no alineación”, según gustan denominarla sus principales impulsores, es la génesis de un tercer partido independiente.
No sería la primera vez que eso sucediera, al menos en los últimos 30 años. En la elección de 1992 y en la de 1996, el magnate texano Ross Perot participó como candidato independiente. A fin de cuentas, fracasó en los dos intentos de llegar a la presidencia, pero sí logró dividir el voto de los republicanos. En 1992, el aspirante demócrata Bill Clinton derrotó a George Bush padre y en 1996 a Bob Dole, ambos republicanos, en parte gracias a la participación de Perot en calidad de independiente. En 2000, el Partido Verde nominó como aspirante a la presidencia a Ralph Nader, su más connotado dirigente. Aunque no ganó, Nader obtuvo una cantidad suficiente de votos para que en una disputada y conflictiva elección el candidato demócrata, Al Gore, perdiera por unos cuantos sufragios frente a George Bush hijo.
Esta vez ha surgido una corriente de independentistas impulsada por un ex gobernador republicano y un ex senador demócrata para quienes hay una imperiosa necesidad de superar la profunda división política que atraviesa Estados Unidos. Esa división, aseguran, amenaza con causar otros enfrentamientos, como los del 6 de enero de 2022, cuando el Capitolio fue atacado por una turba que trató de impedir la ratificación del triunfo de Biden.
La idea de un tercer partido político a nivel nacional se ha discutido durante años en Estados Unidos como aspiración de quienes estiman que es necesario romper con un dualismo, cuyas propuestas y proyectos de nación en ocasiones son difíciles de distinguir entre sí. El resultado es que dejan fuera a una gran parte de la sociedad que no encuentra en ellas su idea de nación. Por otro lado, cuando difieren en sus propósitos el abismo que se interpone entre ellos hace imposible llegar a acuerdos civilizados para resolver muchos de los graves problemas que aquejan a todo el país; por sólo mencionar dos de reciente actualidad: la pandemia y la crisis económica que le sucedió. En el primer caso, la división que surgió entre el Ejecutivo en manos del Partido Republicano y el Congreso de mayoría demócrata sobre la forma de atacar la pandemia retrasó la activación de una estrategia para enfrentarla ocasionando que miles de vidas se perdieran. Meses después, la reticencia de la mayoría del Partido Republicano en el Congreso para aprobar las medidas emergentes propuestas por el presidente demócrata para superar la crisis fue uno de los factores que ocasionó la quiebra de miles de empresas a las que el paquete de salvamento llegó muy tarde.
No está claro si el surgimiento de una tercera fuerza social que fungiera como mediadora y atenuara o dirimiera las grandes tensiones y la polarización entre las dos existentes sería la solución, como ha sucedido en otras latitudes. Lo que sí es evidente, porque se ha probado en más de una ocasión, es que en democracias con las características de la estadunidense el surgimiento de un tercer partido no suele nacer como fuerza neutral, como aseguran sus inspiradores. En términos generales, termina inclinando la balanza en favor de uno de los partidos en disputa. Es algo que los promotores de partidos independientes saben bien.