Durante la prolongada lucha ferrocarrilera mexicana, un sinnúmero de acontecimientos históricos escribieron momentos de importante trascendencia. El sindicalismo tomó fuerza a pesar de la represión de las empresas extranjeras y del propio gobierno. Estos fueron los primeros pasos de un periodo en la lucha de clases, de gran fuerza y con innumerables actores que reivindicaron el carácter de la fuerza obrera.
Las primeras gestiones para construir en el país el sistema de transporte más actual de la época fue en 1837, durante el gobierno del médico-militar Anastasio Bustamante, del Partido Conservador y tres veces Presidente de la República. La primera ruta sería de la Ciudad de México al Puerto de Veracruz. Y por referencia de comerciantes destacados, se concede la primera licitación a Francisco de Arrillaga, conocido empresario, originario de España, para la construcción del ferrocarril que uniría a las dos ciudades.
Es importante señalar que, el mismo Arrillaga, reconocido liberal, mantuvo amplia relación con los independentistas y fue una relación que les favoreció. De hecho, salvó la vida a Guadalupe Victoria. Y no obstante su futuro prometedor como integrante del próximo gobierno libre, el proyecto del ferrocarril no se consolidó debido a los obstáculos y acusaciones que otros comerciantes, enemigos de la Independencia, mantuvieron en contra de Arrillaga.
Posteriormente, Porfirio Díaz retomó la idea de iniciar el sistema de comunicación a través de los modernos trenes. Después de varios intentos fracasados, la primera empresa europea que logró en México la construcción de una ruta completa de Veracruz a la Ciudad de México fue la casa comercial inglesa Manning y MacKintosh.
La utilidad del transporte fue ampliamente apreciado, por lo tanto, Díaz no dudó en ampliar la red ferroviaria hacia otros estados de la República Mexicana.
La red ferroviaria en el gobierno de Díaz se extendió hacia la frontera con Estados Unidos a través del Ferrocarril Nacional Mexicano, que comunicaba a la Ciudad de México con Nuevo Laredo. Y, por otro lado, estuvo el Ferrocarril Internacional Mexicano, que comunicó al estado de Durango con la ciudad sonorense de Piedras Negras.
El futuro del ferrocarril en el país prometía un buen desarrollo. Sin embargo, los problemas pronto surgieron desde su inicio. La idea de Díaz, más que beneficiar a la clase obrera, pensaba estar a la altura de cualquier ciudad europea. El tren significaba progreso y dinero, pero otros intereses surgieron en cuanto a diversas formas de transporte.
La población crecía y nuevas rutas comerciales exigían mayor diversidad de líneas ferroviarias. Era necesario ampliar las redes hacia otros puntos de la República. Y, como en todos los rubros económicos, la rapidez de transporte para todo tipo de mercancías evidenció la necesidad de construir más vagones y más vías. Por lo tanto, el personal ferroviario creció, y también los problemas laborales.
Los trabajadores organizados, conscientes de la necesidad de constituirse en una fuerza obrera, se manifestaron cada vez con mayor empeño. La patronal, indiferente ante las necesidades del personal, recurría, como en la mayoría de los casos, a la represión.
Las demandas del personal eran las mismas que las de otros obreros: mejores sueldos, mayor seguridad e higiene en cada área de trabajo y otras exigencias típicas del gremio. Es así como surgió uno de los sindicatos más representativo de la lucha de clases: el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM).
En la Ciudad de México, el 1º de noviembre de 1932, en la sede de la Alianza de Ferrocarrileros Mexicanos, después de los trabajos del cuarto Congreso Ferrocarrilero y en común acuerdo entre todas las confederaciones y uniones ferrocarrileras existentes en el país, se forma el sindicato único del gremio, con la participación de grandes personajes que supieron defender el derecho a la reunión y a la reivindicación de los trabajadores.
El compañero Rafael R. Leal, de la Sociedad Mutualista de Despachadores y Telegrafistas y secretario de Acuerdos, expuso en esa ocasión: “Compañeros, habiendo sido aprobada el acta constitutiva que acaban ustedes de oír, por unanimidad de votos de las agrupaciones, en mi carácter de secretario de Acuerdos y en nombre de este cuarto Congreso Ferrocarrilero, declaro solemnemente que, hoy día 13 de enero de 1933, siendo las 10 horas, queda constituido el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, que entrará en funciones y tendrá personalidad jurídica el 1º de febrero próximo”.
La lucha sindical histórica de los siguientes años del STFRM, aunque es conocida, no lo es con la amplitud y profundidad suficientes. Es necesario difundir esta historia para entender la importancia de los ferrocarriles en la vida productiva de México y por que el regreso de los trenes, no sólo el Maya y el Transístmico, sino todos los que vendrán, representa una oportunidad más para el crecimiento y el desarrollo de la industria ferroviaria y la reivindicación de aquellos luchadores ejemplares del gremio. Uno de esos símbolos inquebrantables fue el compañero Valentín Campa Salazar.
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