La idea de la democracia está en el máximo ordenamiento legal mexicano. El artículo tercero de la Constitución señala que la democracia no debe ser vista sólo como “una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Sin embargo, la historia de nuestro país ha sido dominada por gobiernos autoritarios.
Entre 1884 y 1911 el gobierno de Porfirio Díaz contó con gran apoyo popular. Durante su presidencia modernizó al país, pero para mantenerse en el poder tuvo que echar mano del autoritarismo y de elecciones simuladas. En 1910 un fraude electoral efectuado desde su administración dio lugar a la Revolución Mexicana, con Madero a la cabeza bajo el lema “Sufragio efectivo no reelección”. A pesar de la derrota de Díaz, el gobierno de Madero duró muy poco y después de su asesinato se impuso de nuevo el autoritarismo.
De forma contundente, los gobiernos posrevolucionarios priístas mantuvieron rasgos autoritarios, a tal grado que don Daniel Cosío Villegas identificó a esta forma de gobernar como “Doña Porfiria”. Don Daniel encontraba semejanzas entre el régimen priísta y el de Díaz, principalmente, que no se gobernaba de acuerdo con las leyes, sino a través de poderes extraordinarios del presidente. En una frase describió al sistema que se mantuvo por más de 70 años en nuestro país: “México es una monarquía, absoluta, sexenal, hereditaria por vía transversal.”
En México la democracia no se ha popularizado. Según un estudio publicado recientemente, es apoyada por 35 por ciento de los mexicanos, otro 33 apoyaría el autoritarismo y 28 por ciento es indiferente a su régimen de gobierno.
Es necesario generar condiciones para popularizar la democracia en nuestro país. Hasta el momento el “sospechosismo” sobre las intenciones del actual gobierno de perpetuarse ha resultado falso. Además, la manera de comprobar si vamos en el buen camino es que los procesos electorales sean justos y apegados a la ley, por eso hemos señalado una y otra vez, que los comicios de 2024 serán una prueba de fuego. Si se mantiene la tendencia de hacer respetar al sufragio como hasta ahora y además se dan muestras de respetar la rendición de cuentas, es decir, de no tolerar los manejos turbios de los dineros públicos, entonces podemos ver en las próximas elecciones una esperanza.