Suele decirse que “la realidad es más rara que la ficción”, y bien podríamos hacer nuestra la conseja. Tras oír la participación del Carlos Bravo Regidor en el programa de “Al Cierre” de El Financiero, (me) dije: “Estamos con árbitro, sin jugadores y… ¿sin cancha?…”
No sin un dejo de impotencia, los participantes en ese debate dejaron ver sus pocas esperanzas en el actual sistema electoral, habida cuenta del hecho flagrante, grosero, de que los principales jugadores, los partidos y sus coaliciones, han decidido hacer lo impensable todavía hace no mucho: no respetar la ley electoral. Y, lo peor, si cabe, hacerlo en lo que se vislumbra será una batalla campal donde podrían imponerse la selva y sus leyes.
La misma sensación me abruma con las recientes incursiones del Presidente sobre el revivido complot en su contra; me impresiona la parsimonia con la que los comentaristas abordan cuestiones tan delicadas, cruciales, digo yo, para nuestra democracia. Como si, frente al ominoso panorama del crimen y sus derivaciones, no pareciera haber más opción que decir(nos): “La muerte tiene permiso”, en triste homenaje a don Edmundo Valadés.
Muy grave, por lo demás, el intercambio desatado por el Presidente debido a las opiniones de varios conocidos y respetados periodistas en relación con la seguridad de quienes hoy hacen una campaña que nadie se atreve a llamarla así, campaña presidencial.
Grave sin duda, que alguno de ellos fuese víctima de un atentado; peligroso si desde ahí se desatara una histeria colectiva que no encontrara otro placebo que culpar al Presidente.
Con complot y sin él, el gobierno y su jefe, y muchos de sus críticos y adversarios, insisten en llevarnos a aguas profundas, sin salvavidas y sin perrita Bella. Al pairo y sin compás. O de plano a tratar de navegar al garete, pero sin playa a la vista.
Hay que detener esta nefasta tendencia. El Presidente tendría que invitar a Palacio a los principales conductores del Frente Amplio, de su partido y coalición y a los dirigentes empresariales formales, junto con personeros reconocidos del trabajo organizado, y desatar con destreza lo que es un nudo siniestro del que el país tiene que salir cuanto antes.
Gabriela Warkentin, llama a la (re)construcción de un centro que amortigüe la contienda y ofrezca contexto y exigencia jurídica a la disputa legítima por el poder que de manera prematura y atropellada tenemos (“Profecía autocumplida”, Reforma,26/7/23). Y tiene razón.
Salir al paso de este herradero no será fácil, tampoco indoloro. Nos queda, debe ser la apuesta, la política.
Recuperar la voz y darle sentido a la razón, respetar convicciones y posiciones como principio rector de todos los actores políticos, dentro y fuera del Estado. Tarea fundamental si de México se trata. Y es de eso que hablamos.
No tienen nada que hacer los mal informados y peor aconsejados comentarios denigrantes del Presidente sobre la Universidad Nacional Autónoma de México y algunas de sus facultades. Desde el púlpito mañanero se denigra a la universidad con insidias y generalizaciones vacuas; se le agrede con acusaciones infames, como las mentiras que circulan sobre el ingreso a los estudios superiores.
El suelo se resquebraja y el aire sofoca, ¿para qué enardecer más el ambiente?